Pancho Perrier

Orsi, ahora en papel de víctima, es pieza de un juego mayor

Gobierno y oposición no transigen, con las elecciones 2024 entre ceja y ceja

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23 de julio de 2021 a las 10:36

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Canelones, un territorio de huertas y caminos fangosos donde Dámaso Antonio Larrañaga desayunó una fuente de huevos fritos con tomates y vino en 1815, siempre ha sido proveedor y tributario de Montevideo, la ciudad principal del sur.

También es una comarca de oportunidades para quienes procuran tierras baratas para construir su vivienda o la casita de la playa; o bien uno del cual salir corriendo, apenas se pueda, por sus desprolijidades urbanísticas y desastres de infraestructuras.

En el último siglo la población de Uruguay se multiplicó por tres, la de Montevideo por 3,3, la de Maldonado por 4,7 y la de Canelones por cinco.

Una de las características del departamento, que reúne casi el 17% de la población nacional, es que demasiadas personas no pagan su contribución inmobiliaria ni la patente de rodados. Otra es que la situación financiera de la Intendencia suele ser muy frágil, lo que promueve el endeudamiento.

El paisaje de sus 30 municipios transcurre desde el Este rural, muy deprimido tras el cierre de la agroindustria Rausa a partir de 1982; hasta los florecientes barrios privados y urbanizaciones contiguas a Montevideo, gestados en 1994; junto a la proliferación de asentamientos en torno a Las Piedras, Toledo, Barros Blancos o el norte de la ruta Interbalnearia: el "santoral" chacarero del norte; o el próspero eje logístico e industrial entre las rutas 8 y 101.

Era una regla que quien ganaba las elecciones en Canelones, ganaba en todo el país. Fue así durante todo el siglo XX, salvo en 1946, cuando Tomás Berreta, caudillo canario del Partido Colorado, venció en los comicios nacionales pero perdió en su departamento ante un acuerdo (“Pueblo Soberano”) entre herreristas y colorados independientes; y en 2020, cuando emergió un abrumador predominio del Frente Amplio, a contramano del voto nacional.

La representatividad y diversidad canaria, como muestra en pequeña escala de todo el país, perdió fuerza en los últimos años, debido a su creciente integración socioeconómica y política con el área metropolitana de Montevideo.

Y luego está Yamandú Orsi, un antiguo docente de 57 años.

Él lleva un segundo mandato como intendente de Canelones, después de sus claras victorias electorales de 2015 y 2020. Antes había sido secretario general junto al intendente Marcos Carámbula, un médico excomunista, ahora independiente, que goza de prestigio en la izquierda, tanto que podría presidirla.

El Frente Amplio gobierna Canelones desde 2005, después del maremoto que acabó con el predominio histórico de los partidos Colorado y Nacional; y de las desastrosas administraciones municipales del blanco José Andújar y el colorado Tabaré Hackenbruch (la segunda, pues la primera fue buena).

Yamandú Orsi también es la principal propuesta de renovación de líderes nacionales que hace el MPP de José Mujica, junto a Alejandro Sánchez. Él competirá casi seguramente por la candidatura presidencial del Frente Amplio en 2024, tal vez contra el mismo “Pacha” Sánchez; con el socialdemócrata Mario Bergara; el comunista Óscar Andrade; o la actual intendenta de Montevideo, Carolina Cosse.

Orsi habla un idioma adecuado para la ciudadanía independiente, en contraste con la letanía de la izquierda militante; y suele mostrar posturas conciliadoras y nada radicales.

También ha hablado de las razones de la derrota electoral del Frente Amplio en 2019, una “autocrítica” que la izquierda promete pero no concreta, salvo lugares comunes y parrafadas autoindulgentes, en espera de que el tiempo haga su obra gentil.

La izquierda perdió el gobierno, después de 15 años, porque “nos encerramos en nosotros mismos y nos quedamos con una prédica muy acotada” y muy “montevideana o metropolitana”, dijo Orsi en junio de 2020 al periódico La Diaria. Luego, en noviembre de 2020, dijo a El Observador: “No fue que perdimos porque vinieron los marcianos”, sino porque el Frente Amplio “cerró la tranquera y quedó aislado”: de los independientes, del interior y de la gente del campo.

También cuestionó la soberbia de quienes, por estar en el gobierno, creyeron saberlo todo y se llevaron todo por delante (e incluyó al propio Tabaré Vázquez).

Yamandú Orsi es, claramente, un hombre del interior, entre pueblero y chacarero, un perfil adecuado para la reconquista de votos decisivos que la izquierda perdió.

Esta semana los partidos Nacional y Colorado —los principales de oposición departamental y del oficialismo nacional— negaron sus votos en la Junta Departamental de Canelones para aprobar un fideicomiso de US$ 80 millones, a pagar en 20 años, para obras municipales de largo aliento.

Según la Constitución, todo endeudamiento que exceda el período de gobierno de un intendente debe contar con la aprobación en la Junta de una mayoría especial de dos tercios (21 votos). Fue lo que logró en 2016 el intendente de Montevideo, Daniel Martínez, cuando superó el desfinanciamiento de Ana Olivera con un Fondo Capital por US$ 97 millones, gracias a los votos de Edgardo Novick, excandidato a intendente por la Concertación, para congoja de blancos y colorados.

Ahora Orsi adopta un papel de víctima, lo que muchas veces favorece; aunque todavía podrá hacer las obras municipales habituales con los recursos habituales de su período.

En realidad, la izquierda también paga tributo a su oposición sistemática a nivel nacional, y en otros departamentos menos visibles que Canelones, donde negó sus votos para formar mayorías especiales y crear fideicomisos. Ocurrió en Río Negro y Rocha, dos departamentos que el Partido Nacional y sus aliados locales reconquistaron trabajosamente en 2020 después de administraciones del Frente Amplio.

Al fin, muchas veces los lineamientos políticos nacionales se imponen a la fuerza por sobre los intereses y maniobras locales.

Por encima de los proyectos puntuales de los intendentes de Canelones, Río Negro o Rocha hay asuntos más decisivos: cuánta obra pública deben realizar los intendentes más allá de los recursos propios de su período de gestión; y cuánto más pueden endeudarse a largo plazo, a costa de los gobernantes venideros y de los contribuyentes locales, que así quedarán obligados por esa estrategia inicial, y con menor margen de adecuación a sus propias urgencias y a los tiempos.

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