MARVIN RECINOS / AFP

Por qué la inflación pudiera estar regresando

La economía mundial puede estar cambiando como lo hizo hace cuatro décadas

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19 de noviembre de 2020 a las 15:12

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Por Martin Wolf

¿Estamos a punto de entrar en una nueva era de inflación inesperadamente alta, en lugar de la inflación por debajo del objetivo a la que estamos acostumbrados? Muchos descartan este punto de vista. Pero el chico que gritó que venía el lobo tuvo razón la vez pasada. Un libro que acaba de salir insistentemente está dando la alarma de que viene el lobo. En particular, el libro afirma que, como resultado de la generosidad fiscal y monetaria de hoy día, “como en la secuela de numerosas guerras, habrá un aumento de la inflación, muy probablemente más del 5 por ciento, o incluso del orden del 10 por ciento en 2021”. Eso lo cambiaría todo.

La predicción proviene del libro “The Great Demographic Reversal” (La gran inversión demográfica) de Charles Goodhart, un respetado académico, y Manoj Pradhan, anteriormente un alto funcionario de Morgan Stanley. Su profecía de un inminente desastre inflacionario es, de hecho, menos significativa que su marco analítico. Estos autores han sostenido que la economía mundial está a punto de cambiar de régimen. La última vez que esto sucedió fue en la década de 1980. Los grandes cambios de hace cuatro décadas no fueron tanto el resultado del deseo de controlar la inflación, sino de la globalización y de la entrada de China a la economía mundial. Ellos han argumentado que esa era, la cual fue de baja inflación y de un creciente alto endeudamiento, actualmente está llegando a su fin. Pronto seguirá su inverso.

En las décadas de 1980 y 1990, se abrieron las economías de China, del antiguo imperio soviético y de otros países en desarrollo. Se acordó la Ronda Uruguay, la cual dio lugar al nacimiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC), a la cual China ingresó en 2001. La integración económica internacional avanzó rápidamente, sobre todo a través del comercio, pero también a través de la inversión directa de países de altos ingresos. La oferta de mano de obra mundial para la producción de bienes comerciables aumentó enormemente. Las grandes economías comerciales tenían tasas de natalidad en descenso y poblaciones aún jóvenes, reforzadas por la entrada de mujeres en su fuerza laboral. Por lo tanto, la fuerza laboral creció más rápidamente que la población, y la producción per cápita aumentó por encima de la del trabajador.

Todo esto junto, han argumentado los Sres. Goodhart y Pradhan, causó una caída en el poder de mercado de la mano de obra en los países de altos ingresos; una mayor participación en las ganancias del producto interno bruto (PIB); una creciente desigualdad doméstica; una disminución de la desigualdad mundial; un exceso de ahorro; débiles presiones inflacionarias; y tasas de interés reales decrecientes. Hubo un aumento en el endeudamiento.

Ahora, ellos han argumentado, todo esto está yendo al contrario. La globalización está siendo atacada y ninguna otra economía puede replicar lo que China hizo. El envejecimiento afecta el crecimiento de la población activa y exacerba las presiones fiscales. No menos importante, ellos han afirmado, conforme aumenta el número de consumidores en relación con el de productores, la presión inflacionaria aumentará. Además, conforme la fuerza laboral se contraiga y la globalización se debilite, el poder de mercado de la mano de obra resurgirá, exacerbando estas presiones inflacionarias.

Estos cambios, ellos han añadido, crearán enormes dilemas de política, particularmente dados los extendidos balances de los gobiernos y de las corporaciones no financieras. Si la relación entre el desempleo y la inflación cambiara tan adversamente como lo han sugerido los autores, ¿implementarían los bancos centrales suficiente endurecimiento como fuera necesario para contener la inflación? ¿Cómo manejarían las autoridades las oleadas de incumplimientos? ¿Cómo podrían los gobiernos volver a controlar sus déficits en un mundo de crecimiento estructuralmente bajo (en parte debido al envejecimiento de la población), de tasas de interés más altas y de presiones para aumentar el gasto? Si no lo hicieran, ¿seguirían los bancos centrales imprimiendo dinero o permitirían la insolvencia nacional? En resumen, ¿nos estamos enfrentando a una repetición de la década de 1970 pero en peores circunstancias?

Los autores tienen razón al haber argumentado que la economía mundial está experimentando enormes cambios estructurales. El envejecimiento y el debilitamiento de la globalización en la producción de bienes ya están en progreso. Además, este proceso incluye a China. Esa combinación transformará nuestras economías.

Sin embargo, también es vital recordar cuán poco sabemos acerca de cómo se podrían desarrollar esos cambios en el mundo real. ¿Qué habría sucedido si hubiéramos sabido en 1980 que China iba a abrir su economía al mundo y a lanzar el mayor auge de inversiones en la historia del mundo, culminando en una tasa de inversión del 50 por ciento del PIB? ¿Cuántos habrían predicho que la situación macroeconómica unas décadas más tarde sería de exceso de ahorro, de tasas de interés reales bajas, de políticas monetarias ultraflexibles y de sobreendeudamiento? La mayoría seguramente habría supuesto que la China en auge estaba a punto de importar ahorros masivamente y, así, elevar las tasas de interés reales y exportar la demanda neta, más bien.

De manera similar, los Sres. Goodhart y Pradhan pueden tener razón en que, en su ‘mundo feliz’, el deseo de ahorrar tenderá a disminuir más rápidamente que el de invertir; el exceso de ahorro se convertirá en escasez; y las tasas de interés reales se dispararán. Pero la diferencia entre los ahorros y la inversión deseados es pequeña. En cambio, es muy posible que, con un crecimiento económico lento y con continuas caídas en el precio relativo de los bienes de capital, los beneficios corporativos acumulados sigan superando la inversión en las economías de altos ingresos. El sector empresarial chino también pudiera seguir su ejemplo. De ser así, la demanda pudiera permanecer débil y las tasas de interés reales bajas durante mucho tiempo, reforzadas por el enorme sobreendeudamiento del sector privado en todas estas economías.

Ni siquiera está claro que la globalización haya sido el principal impulsor histórico de los cambios en los mercados laborales. Fue sólo un elemento en un conjunto de transformaciones: nuevas tecnologías; el modelo de gobernanza corporativa de maximización del valor para los accionistas; el aumento del papel de las finanzas; y el creciente poder monopólico.

Las dudas en relación con estas tesis están justificadas. Pero también es peligroso extrapolar el presente al futuro. En 1965, pocos imaginaron que el keynesianismo de la posguerra moriría poco después. El mundo de “más bajo por más tiempo” puede que desaparezca de manera similar. Enormes cambios están en marcha. Necesitamos pensar con detenimiento en cómo nuestro futuro puede diferir de nuestro pasado.

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