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¿Por qué triunfa el catastrofismo climático?

Reflexiones sobre el estado actual de los sistemas científico, empresarial y político

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20 de marzo de 2023 a las 05:03

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Desde 2017 publiqué en El Observador unos diez artículos orientados a mostrar que los fundamentos de la teoría del calentamiento global antropogénico catastrófico (TCGAC) son endebles. Quiero responder a esta posible objeción: si las cosas son así, ¿cómo se explica que hoy casi todos los gobiernos y las grandes empresas, muchas ONG y gran parte de las instituciones académicas e incluso las iglesias estén comprometidos con dicha teoría?

Consideremos primero el ámbito científico. En 1988, cuando se creó el IPCC dentro del sistema de Naciones Unidas, el establishment científico se apresuró a dar por buena la TCGAC. El IPCC nunca analizó a fondo la cuestión de si el calentamiento global de 1° C registrado desde 1850 puede ser explicado adecuadamente con base en los muchos factores naturales que inciden en el clima de la Tierra, un sistema complejísimo y caótico. Desde el principio adoptó la idea de que la causa principal de ese calentamiento son las emisiones humanas de CO2 y otros gases de efecto invernadero. Y con el correr del tiempo, pese a más de tres décadas de predicciones catastrofistas fallidas, el IPCC ha redoblado su apuesta, relativizando la incertidumbre de los estudios científicos y haciendo afirmaciones cada vez más alarmistas y dudosas.

Los escándalos del Climategate (2009) y el Climategate 2 (2011), causados por revelaciones anónimas de muchos miles de emails y documentos de varios de los principales climatólogos, evidenciaron la corrupción de uno de los procesos científicos más influyentes del mundo contemporáneo: mala praxis científica, manipulaciones fraudulentas, esfuerzos para censurar a los científicos discrepantes, conspiración para ocultar información al público, etc.

¿Por qué científicos prestigiosos incurren en conductas indebidas para hacer triunfar la teoría de que la actividad humana (y no, por ejemplo, el Sol) es el factor determinante del clima del planeta? Una posible respuesta, tan simple como triste, es: Follow the money1. Hoy a los expertos en ciencias de la Tierra que se adhieren a la TCGAC se les abren muchas perspectivas (cargos académicos importantes, financiamiento gubernamental abundante para sus proyectos de investigación, posibilidades de fama mediática, etc.); en cambio las perspectivas para los que cuestionan o rechazan esa teoría son oscuras (ningún financiamiento, cargos en peligro, defenestración en los medios, etc.), aunque sean científicos eminentes.

Pasemos al ámbito empresarial. Su situación es aún más fácil de explicar. La “economía verde” ya mueve muchísimo dinero. No se trata sólo de los ingentes subsidios gubernamentales a las fuentes de energía renovable. Los principales fondos de inversión del mundo (como BlackRock, Vanguard y otros), que gestionan muchos billones de dólares, dan gran importancia a los criterios ESG2 al evaluar las distintas posibilidades de inversión. El criterio ambiental principal, para ellos, es si una inversión contribuye o no a la “descarbonización” de la economía. Por eso hoy casi todas las grandes empresas, incluso las petroleras, abrazan con entusiasmo la TCGAC y sus consecuencias.

Consideremos por último el ámbito político. Allí, además de los intereses económicos, influyen también factores ideológicos. En mi opinión, hay dos ideologías muy activas detrás del fenómeno analizado.

La primera es el neomarxismo. Después de la desaparición de la URSS y de los regímenes comunistas de Europa Oriental, muchos marxistas se volvieron verdes. Reconocieron que, pese a su constante agitación y propaganda, una revolución proletaria era muy poco probable en las sociedades desarrolladas de Occidente; empero, descubrieron que el ecologismo radical les permite seguir abogando por la eliminación del sistema capitalista, aunque ahora por una razón nueva: ya no para liberar a los proletarios de su explotación por los burgueses, sino para liberar a la Tierra de su explotación por la humanidad.

La segunda es el neomalthusianismo. A quienes están convencidos de que un crecimiento poblacional excesivo está llevando a la humanidad hacia el desastre, la TCGAC les vino como anillo al dedo para seguir proponiendo o imponiendo sus recetas invariables: anticoncepción, esterilización, aborto, etc. Es importante notar que muchos multimillonarios son neomalthusianos.

Esto no es todo. Muchos políticos comprometidos con la TCGAC no son neomarxistas ni neomalthusianos. Me temo que, en su caso, el atractivo principal de esa teoría sea su utilidad para llegar al poder político y para incrementarlo. Para llegar al poder, porque los múltiples actores poderosos ya muy comprometidos con la teoría sólo favorecen a los políticos que la apoyan o, al menos, no se le oponen. Para incrementarlo, porque la teoría tiende a fortalecer cada vez más el dirigismo estatal de la economía y, al crecer el poder del Estado, crece también el poder de los propios políticos.

Hay también políticos que apoyan la TCGAC por motivos no ideológicos ni egoístas. Algunos de ellos lo hacen más bien por inercia. Éstos recuerdan al tipo humano que Hilaire Belloc llamó el Hombre Práctico, caracterizado por “una incapacidad de definir sus propios principios fundamentales y una incapacidad de seguir las consecuencias derivadas de su propia acción. Estas dos incapacidades proceden de una forma sencilla y deplorable de impotencia: la incapacidad de pensar3.” Dejado a sí mismo, el Hombre Práctico no produciría ningún resultado coherente, por no tener una doctrina clara. Pero no está en libertad de obrar, sino que es un simple aliado de grandes fuerzas que lo utilizan4.

  1. Sigue el rastro del dinero.
  2. Ambientales, sociales y de gobierno corporativo.
  3. Hilaire Belloc, El Estado Servil, La Espiga de Oro, Buenos Aires, 1945, p. 137.
  4. Más información en mi libro ¿Crisis climática? Un análisis científico y ético, 2023 (para descarga gratuita).
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