Qué esperar de Un solo Uruguay

Alguien tiene que decir que la alternativa es eso, o la nada parasitaria

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04 de febrero de 2018 a las 05:00

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La política, acertó a precisar en 1936 el célebre ensayista Harold Lasswell, consiste en definir "quién obtiene qué, cuándo y cómo".

Todo debate público, por ende, está referido a objetivos políticos, algunos a cargo del Estado, otros a cargo de las diferentes organizaciones que se dan los individuos.

La movilización que hoy agita al sector agropecuario es de naturaleza hondamente política. El mensaje de los productores es claro: de seguir cargando sobre sus espaldas el peso de asignar multimillonarios beneficios a conmilitones frenteamplistas, se habrá comprometido la capacidad del sector de ser el motor de la economía nacional que siempre ha sido.

La comprensión de este punto es crucial para el grupo de los autoconvocados, o Un solo Uruguay: el peso de sus argumentos se hará evidente en la medida en que, políticamente, logren asociar a su movimiento todos los sectores del país que padecen de su agobio: la industria cuyos costos expulsan empleos, el comercio, los profesionales universitarios, los trabajadores que aspiran, cada vez con menos éxito, al trabajo.

¿Se dispersará, pues, Un solo Uruguay? No lo sabemos. Sí lo hará de no sumar al resto de los afectados a su protesta política.

Otro debate es el de la partidización de la protesta.

Aquí ya sabemos que se enreda la piola: la de los dirigentes políticos que se abstienen de secundar el movimiento por temor a dar argumentos a su descalificación; la de los que creen su deber el asistir como espectadores a las movilizaciones; la de los que critican a los autoconvocados desde la vera del camino, ironizando sobre sus métodos.

Otra vez la confusión.

Si el movimiento autoconvocado representa un desafío multitudinario a las políticas frenteamplistas no existe la posibilidad de que los partidos políticos de oposición se sustraigan a su deber de precisar apoyos o salvedades a los reclamos. "Allí va el pueblo: debo seguirlo; soy su líder", dijo ya en 1848 Auguste Ledru-Rollin.

Y esa obligación es, claro, aun a expensas de la propia responsabilidad de los partidos de oposición en el debate planteado: por estos días hemos reparado hasta qué punto las administraciones municipales controladas por ellos han replicado el furor tributario y el agobio clientelar del gobierno central.
Así, apenas en una semana hemos oído el tronar de disparates como la doble contratación bien remunerada por parte del MEC de una septuagenaria meramente conocida por sus sombreros, la de insólitos asesores ministeriales cuyo paso millonario en dólares le abriera (¿cuándo no?) el descontrol de José Mujica, pero también la de la deleznable doctrina Botana en materia de designación de cargos de particular confianza.

Todos ellos son ejemplos de censurables y vetustas prácticas que todos afirman rechazar, y todos practican, inviabilizando el país en déficit, deuda, inflación y pérdida de competitividad.

Un solo Uruguay tiene ante sí, por lo tanto, una apabullante responsabilidad. Salido a las rutas y calles, ya no puede sustraerse a su efecto político: en momentos en que los países centrales intentan recuperar los flujos de inversión internacional, y los regionales su inserción como agroexportadores de punta, su llamado a la disciplina fiscal es un desesperante reclamo por asegurarle al país un papel –el único posible– relevante en el mundo.

Tampoco puede, por fuerza, sustraerse a sus efectos partidarios: aunque no ice banderas de los partidos opositores, debe entender que el régimen frenteamplista representa un hondo compromiso con la fórmula Astori, consistente en expandir sin horizontes el déficit fiscal, en la misma medida en que la presión sobre el contribuyente y los mercados financieros lo toleren, y con el solo propósito de ganar otra elección. Y no busquen más allá: "ese mundo que soñás", nos ha quedado bien claro, es el mismo mundo incoloro y desesperanzado que recibieran en 2005 y dejarán, como la avenida Garzón, fútil e intocado a nuestros nietos. Chapeau.

Finalmente, Un solo Uruguay no puede sustraerse a su efecto transformador: el movimiento que saliera a las rutas porque el frenteamplismo ha estancado con su desarreglo fiscal al sector agrario desde hace ya cinco años, contrayendo el área sembrada y la rentabilidad (pese al aumento de su productividad), es el que hoy tiene ganado su derecho a exigir de la alternativa opositora un menú de compromisos indispensables: por caso, el de poner fin al monopolio suicida de ANCAP, el de establecer una indispensable regla fiscal o el análisis de un proyecto desregulatorio de efectos inmediatos.

Lo peor que podría ocurrirle a Un solo Uruguay es inhibirse en el temor: ese que impera en gran parte de la dirigencia partidaria opositora, hoy empequeñecida en la sola tarea de cazar votos frenteamplistas por la vía de resignar todo principio ante las malas prácticas del régimen. "Es un problema cultural", se atajan, mientras sueñan con ser parte del mismo.

Muy por el contrario, el silencioso y ordenado movimiento que se ha puesto en marcha debe hoy acumular fuerzas con la mira puesta en imponerle al país, sin tapujos ni vergüenzas, su cultura de trabajo, rentabilidad, orden público, apertura comercial.

Si Un solo Uruguay logró recuperar por unas horas el orgullo de flamear el pabellón nacional que el régimen ha pixelado y escondido en el desván en el que ha consignado la conmemoración de las fechas patrias, bien puede, con la serenidad de sus vigilias, hacer oír la voz del único país posible: el de la producción.

Y alguien tiene que decir que la alternativa es eso, o la nada parasitaria.
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