Quizás haya pocos buenos, pero sí hay un execrable: Vladimir Putin

Quien quiera justificar al ruso está en su derecho, pero que lo diga con todas las letras: está defendiendo a un execrable criminal de guerra, que tiene las manos manchadas en sangre

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12 de marzo de 2022 a las 05:00

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Dos semanas adentrados en la increíble guerra de Ucrania muchas cosas van quedando claras. 

La ofensiva de Rusia va mucho más lento que lo que todos imaginábamos. El ejército ruso encontró una férrea resistencia de los ucranianos que, con algunas armas extranjeras pero sin apoyo internacional directo, han defendido cada metro cuadrado de su territorio. El ejército ruso está en las puertas de las principales ciudades del sur, el este y la capital Kiev, pero no ha logrado controlar ninguna.

Vladimir Putin estaba convencido de que millones de ucranianos lo recibirían con los brazos abiertos, o al menos que no ofrecerían gran resistencia y terminarían colaborando, pero nada de eso ocurrió. La gente de a pie está luchando con el ejército ucraniano de la forma que sea. Varios analistas internacionales han concluido que será el principal obstáculo para Rusia de aquí en más: una cosa es lograr victorias militares, ocupar las principales ciudades y desplazar a las autoridades nacionales. Otra cosa es controlar a un país de 44 millones de personas que en su gran mayoría se oponen a la ocupación. Los recursos humanos y económicos que debería invertir Rusia en mantener el control serían gigantes, en medio de una inédita batería de sanciones económicas que amenazan con hacer colapsar su economía.

La resistencia ucraniana tiene un gran aliado: el desastre logístico del ejército enemigo. El famoso convoy de más de 60 kilómetros que se desplazaba hacia Kiev se estancó durante varios días, entre otras razones, por la falta de camiones que les suministraran combustible a los tanques. Varias unidades perdieron contacto con sus mandos tras destrozar la infraestructura de comunicaciones de las ciudades ucranianas. Otras fueron capturadas por el enemigo, y otros dijeron que habían sido engañados por sus mandos sobre el motivo por el que iban a Ucrania. En general, expertos militares sostienen que la inversión en armamento y tecnología no fue acompañada de inversión en logística que permita un eficiente uso de ella en el terreno. Los rusos tienen la fuerza y la están aplicando, pero de forma caótica y sangrienta.

Más allá de hashtags en las redes sociales, y del envío de armas, en el terreno Ucrania está solo. Se sostuvo así hasta ahora y lo seguirá haciendo. La Otan dejó claro que no habría zona de exclusión aérea, porque para garantizarla tiene que entrar en el conflicto. La guerra durará lo que quiera Putin.

Y está claro que Putin no cederá. A esta altura ha apostado todo a ganador, por lo que hasta una victoria parcial (anexarse la región prorrusa del Dombás, por ejemplo) sería visto como un fracaso y un golpe a su orgullo. Solo le queda la guerra ciega y cruel, que aplaste a Ucrania hasta hacerla polvo, en parte como ocurrió en Chechenia a principios de los 2000, y que llevó a que los servicios de inteligencia de EEUU adviertan que se vienen semanas desagradables en Ucrania.

En el caso de Chechenia, Putin al menos tenía el argumento del extremismo islámico presente en ese territorio, pero ahora al que condena al polvo es a un pueblo europeo libre, democrático e integrado al mundo, lo que por otro lado ratifica la hipocresía occidental de que las vidas europeas valen más que otras.

Ya es imposible obviar que lo de Putin es una guerra cruel y perversa. La mentira de la “operación especial” quedó descartada desde el día dos de la guerra, cuando se empezaron a atacar objetivos civiles, pero en la última semana el ejército ruso se despojó de cualquier atisbo de guerra civilizada, si tal concepto es posible: la escena más dramática fue el ataque a un hospital materno infantil de Mariúpol esta semana. La excusa, escuchada muchas veces en el conflicto en Medio Oriente, es que las fuerzas ucranianas lo usaban como trinchera, y que ya no había pacientes allí, todo fácilmente desmentido al ver las imágenes de niños o madres muertos y heridos. Tampoco hay excusa en el cobarde incumplimiento del alto el fuego para facilitar el corredor de evacuación de poblaciones en ciudades atacadas, que para muchos terminó siendo una trampa mortal.

La guerra del siglo XXI en un país occidental tiene una característica digna de mención: las mentiras y operaciones de propaganda, que las hay de los dos lados, son mucho más difíciles de mantener en el tiempo. Al menos hasta que Rusia destruya toda la infraestructura de internet, ciudadanos y periodistas están subiendo a las redes sociales videos, fotos y testimonios en vivo, que contradicen flagrantemente las mentiras de Moscú.

Putin está aniquilando al pueblo ucraniano en vivo y en directo. Y seguramente tenga suerte, aunque eso mismo le signifique, a largo plazo, una derrota: será muy difícil mantenerse en el poder siendo un paria internacional, condenando a su propio pueblo al hambre y la destrucción por las sanciones occidentales, teniendo que destinar cientos de miles de soldados jóvenes a mantener la paz en Ucrania. De hecho esta semana profundizó la mano de hierro a la interna, silenciando medios y redes sociales.

Por todo eso, a esta altura, es inmoral mantener una postura condescendiente con Putin, o desviar la atención de la conducta rusa por el guerrerismo del pasado de Estados Unidos. Y cuando lo hace un partido político, como el Partido Comunista del Uruguay esta semana, es triste y preocupante. No alcanza ya la lógica del alineamiento común contra Estados Unidos, a pesar de que ideológicamente Putin significa todo lo que la izquierda aborrece. Los justificadores del líder ruso se están parando del lado erróneo de la historia, y con el tiempo quedarán en evidencia de la misma manera que los que justificaban a Hitler en la segunda guerra mundial.

En Ucrania hay islotes nazis, sí. Y seguramente algunos ucranianos están cometiendo atropellos, silenciados en parte por la comunidad internacional. Ni que hablar de la Otan, que alimentada en su soberbia por el declive de Rusia le mojó la oreja acercándose hasta su patio delantero, y colaborando para socavar el delicado equilibrio de la región, creyendo que Putin no se animaría a actuar como actuó.

Pero nada de eso justifica los crímenes de guerra que Vladimir Putin está cometiendo en este mismo momento en Ucrania. Quien quiera justificar está en su derecho, pero que lo diga con todas las letras: está defendiendo a un execrable criminal de guerra, que tiene las manos manchadas en sangre.

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