Leonardo Carreño

Saber hablar, saber modular, saber reír

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04 de junio de 2021 a las 05:00

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En nuestros teatros antiguos de ópera, han quedado los nombres de quienes allí cantaron o fueron tramoyistas en sus escenarios. Sirven como colaboradores históricos. Algunas veces se los incluye entre las llamadas “fuentes”. Aunque hoy una humilde máquina es capaz de brindarnos la historia que deseamos conocer, no desdeño utilizarla.

En la nota semanal, quiero contarles una historia personal. “Y tú, ¿ya sabes qué harás cuando dejes el Liceo y termines una carrera universitaria?”, me preguntó una vez una dama elegante.

Estaba yo en segundo del Liceo. Cerca de la puerta de entrada a nuestra casa, la pared mostraba los nombres y apellidos de unos señores. Había una palabra que tardé en memorizar. Decía “Notario”. Éramos los hijos del Notario.

Pasó tiempo y mi padre, cuando nos presentaba, acostumbraba a decir: “Serán notarios como yo”. Nos premió con un viaje a Montevideo y en ferrocarril. Cuando llegamos, nos aguardaban unos amigos de nuestro padre. “Bueno, ahora los dejaré en el hotel. Esta noche los pasaré a buscar a eso de las siete y los llevaré a la ópera. Dan ”La traviata” en el Solís con Rosina Tasso.

Mi hermano y yo nos deslumbramos al entrar a la sala del Solís. Como era costumbre, nos presentó al acomodador. “Ah, serán notarios como el padre...”. Al terminar la opera, Papá nos llevó a cenar. Estábamos rodeados de gente “paqueta”. De golpe, y como en una ilusión, apareció Rosina Tasso. Estaba vestida sobriamente y cubierta con joyas. Papá después de saludarla, nos presentó a mi hermano y a mí. Papá parecía un investigador y le sugirió a Rosina si podía recibir al día siguiente a sus dos chiquilines.

Fuimos temprano su hotel, con los zapatos brillantes y mucha “gomina” en las cabeza. Rosina nos recibió al instante. Hablaba con corrección el castellano aunque era catalana. Olvidándose del tiempo, nos dio unos consejos que no olvido. “Cantar es un arte”. “¿Sabéis vosotros a qué edad debuté en una ópera? Fue a los dieciséis años...”. Nos brindó una lección magistral. Debíamos modular muy bien al hablar, sin caer en exageraciones. Nos dijo que cantar es una vocación y podríamos aprender mucho del canto. “Saber hablar, saber modular, saber reír”. Nos contó la historia de Tata, una gata negra que ella tenía en su casa. Tata era un animal, pero parecía inteligente. Descubría al instante cuando un discípulo desafinaba.

Nuestra voz es única y debíamos cuidarla. No solamente cuando se canta, sino ante todo en la vida cotidiana.

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