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Secularismo

La doctrina católica reconoce la justa autonomía de la comunidad política, pero rechaza el secularismo, que transforma esa autonomía en independencia respecto de Dios
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18 de diciembre de 2018 a las 20:08

¿Qué es el secularismo? Curiosamente, el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) no registra esa palabra. Empero, dado que el secularismo también es llamado “humanismo secular”, puede sernos útil la quinta acepción de la palabra "humanismo" según el DRAE: “sistema de creencias centrado en el principio de que las necesidades de la sensibilidad y de la inteligencia pueden satisfacerse sin tener que aceptar la existencia de Dios y la predicación de las religiones”. Por lo tanto, podríamos asumir la siguiente definición aproximada: el secularismo es el humanismo ateo o arreligioso aplicado en el nivel social; es el intento de construir un orden social que funcione como si Dios no existiera. 

En los países de tradición cristiana como Uruguay, la cosmovisión secularista se enfrenta principalmente a la cosmovisión cristiana. No se trata de una discusión bizantina. Los dos sistemas en pugna tienen visiones muy antagónicas sobre el ser humano, sobre el matrimonio, sobre la sociedad, sobre los derechos humanos, sobre la laicidad, etc. El siguiente texto expresa de un modo elocuente la enorme diferencia de las consecuencias prácticas respectivas de esas dos teorías. 

“(El Comité Internacional sobre la Dignidad Humana) Reconoce fuertemente que una sociedad que guarda dentro de la bóveda más profunda de su cultura una creencia en que la revelación más completa de Dios a la humanidad ocurrió en la persona de Jesucristo; que Él creó a todos los hombres iguales; que Su mandamiento central a Su pueblo fue que se amaran los unos a los otros; y que el hombre es una creación intencional de un Dios benevolente; tal sociedad tendrá una praxis política muy diferente de una que cree que el hombre es un producto accidental y sin sentido de la supervivencia del más apto; en la exaltación de los fuertes y la eliminación de los débiles; y en la Naturaleza violenta e inmisericorde" (Benjamin Harnwell, Declaración Universal sobre la Dignidad Humana, n. 2; traducción de Daniel Iglesias Grèzes).

En el Uruguay, el secularismo, impuesto en nuestra Constitución hace cien años por una élite no creyente a un pueblo mayormente católico, ha adoptado históricamente una forma muy radical. Se caracteriza por una convivencia entre creyentes y no creyentes en la que los no creyentes toleran a los creyentes en los espacios públicos sólo en la medida en que no se expresen ni se manifiesten como creyentes. Es como si los no creyentes dijeran a los creyentes: “No tenemos ningún problema en jugar con ustedes, siempre y cuando el juego proceda siempre según nuestras reglas”. No es extraño que los creyentes consideren injusto ese arreglo, puesto que tienen derecho a manifestar sus creencias tanto en público como en privado, y a realizar sus propios aportes a la vida política sin necesidad de negar, ocultar o disfrazar sus creencias religiosas.  

En los países de tradición cristiana como Uruguay, la cosmovisión secularista se enfrenta principalmente a la cosmovisión cristiana.

Veamos un ejemplo menor, pero significativo. ¿Por qué en un acto oficial, al conmemorar a una persona fallecida, en vez de pedir a todos un minuto de silencio (que no significa nada para un creyente) no decir en cambio: “Invitamos a los creyentes a hacer un minuto de oración y a los no creyentes a hacer un minuto de silencio”? ¿Ofendería esto a algún no creyente? Pues a mí me ofendería que él se ofendiera por eso, pero no me ofende la mención a su minuto de silencio. Ergo, soy más tolerante que él, estoy más dispuesto que él a una convivencia en la que cada uno se manifieste libremente tal cual es. 

Providencialmente, a este artículo le tocará ser publicado en torno a la gran fiesta cristiana de la Navidad. Esto nos recuerda un ejemplo más importante de la injusticia del secularismo radical a la uruguaya. Desde 1919, por medio de una ley impulsada por José Batlle y Ordóñez y sus seguidores, se secularizaron oficialmente todos los feriados de origen religioso cristiano, cambiando sus denominaciones. En particular, se convirtió el 25 de diciembre en el “Día de la Familia”. Pese a que esa ley está vigente desde hace 99 años, prácticamente ningún uruguayo llama “Día de la Familia” al 25 de diciembre. Todos, creyentes y no creyentes, nos seguimos refiriendo a esa hermosa fiesta como Navidad. ¿No sería entonces más respetuoso para con los cristianos, e incluso más realista y más acorde con el sentido histórico, reconocer también oficialmente el nombre “Navidad”? Fíjense que ni siquiera estoy proponiendo derogar el artificial nombre “Día de la Familia”, pese a que nadie lo usa.

En síntesis, si cristianos y no cristianos, o creyentes y no creyentes, debemos tener a menudo una voz común, ¿por qué esa voz ha de ser siempre la de los no cristianos o los no creyentes? ¿No sería mucho más justo que, siempre que no haya acuerdo, se dé lugar a las dos voces, en vez de tratar a quienes se atreven a pronunciar el Santo Nombre de Dios en un espacio público como si hubieran cometido algo obsceno? 

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