Leonardo Carreño

Sobre paredes, patrimonio y enfrentamientos innecesarios

No hay conflicto entre la buena arquitectura y el arte muralista que nos alegra la vida

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17 de septiembre de 2021 a las 22:24

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Montevideo es una ciudad gris. Uruguay es un país gris. ¿Cuántas veces escuchaste afirmaciones de este tipo? El cambio de paredes descascaradas y repletas de humedad a paredes pintadas con colores vibrantes y dibujos hermosos, que se comenzó a gestar hace algunos años con movidas muralistas como las que encabezan Colectivo Licuado, José Gallino y otros artistas “callejeros”, sumó un poco de alegría a algunas zonas bien deprimidas de Montevideo, así como a otras ciudades y pueblos. Ahora surgió una polémica al respecto: ¿deben las paredes ser solamente un lienzo para el arte, o son arte en sí mismas por su valor arquitectónico? Entre las discusiones de sordos que se arman cuando prima el griterío, algo queda claro: cuidamos poco y mal nuestro patrimonio histórico edilicio, y eso no tiene que ver con los murales callejeros, aunque también se haya cometido algún error al respecto.

El Instituto de Historia de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad de la República, expresó recientemente en una carta pública su preocupación por las “intervenciones que desde hace un tiempo afectan al espacio urbano montevideano”. Las intervenciones a las que hace referencia son murales de grandes proporciones, la gran mayoría de ellos realizados en paredes medianeras (no en fachadas) y la gran mayoría retratando a figuras uruguayas destacadas en diversos ámbitos, con un estilo realista. Muchos de los murales fueron pintados por el artista José Gallino, salteño y graffitero en sus orígenes y ahora dedicado a este tipo de arte callejero, en algunos casos con financiación personal y en otros sponsoreado por marcas, empresas u organismos.

El mural que derramó el vaso, para los académicos de Arquitectura, fue el que Gallino pintó en una pared lateral del edificio del Instituto de Profesores Artigas (IPA), una hermosa construcción moderna ubicada sobre Avenida del Libertador, tapizada de pintadas, pegatinas y con una fachada y laterales en muy mal estado. El mural fue encargado por la propia ANEP y en él se reproduce la imagen del primer director del IPA, Antonio Grompone. "El asunto es gravísimo, más aún porque proviene de la autoridad. Y lo es no solo por su resultado, sino por su debilidad teórica: denota el desconocimiento absoluto de los valores de ese edificio singular y la incomprensión de los criterios proyectuales que presiden toda obra de arquitectura", dice la carta de FADU.

El planteo del Instituto pone sobre la mesa una polémica que vale la pena desgranar y que va mucho más allá de un artista, un mural y un edificio, aunque ese artista, mural y edificio sean el centro de la carta. El IPA es un bien de interés departamental y fue proyectado en 1937 por el estudio De los Campos, Puente, Tournier. El mismo estudio hizo el hotel San Rafael de Punta del Este, ese que también generó mucha polémica cuando fue derruido para construir allí una torre de la empresa internacional Cipriani, que expertos y neófitos consideran que no respeta en absoluto no solo la estructura que lo precede sino también el lugar en el que se ubica. Por ahora lo que vimos son bocetos, mientras que en el terreno hay un quincho que dice “Cipriani”. La FADU también había llamado la atención duramente por esta falta de respeto hacia la historia de un edificio moderno que debía preservarse de alguna manera.

Para la FADU los murales de Gallino conforman “una serie expansiva que poco a poco ha tomado una cantidad de planos, en el intento de animar y colmar los muros blancos. La intención y sus polémicos resultados cobran mayor gravedad cuando se imponen no solo a las medianeras sino a las fachadas de algunos edificios, aún a las obras notables de la arquitectura uruguaya”. Así se plantea lo que uno de los arquitectos que ha opinado sobre la polémica denomina “administración de conflictos”. Los murales le dan alegría a muchas calles y rincones de la ciudad y, al mismo tiempo, la arquitectura de calidad (que abunda en Uruguay, aunque muchas veces en condiciones de pésimo mantenimiento) es un valor a preservar, no solo si el edificio es del siglo XIX sino incluso si es de hace 10 años pero tiene características arquitectónicas destacadas.

El arquitecto Jorge Nudelman, grado 5 en el Instituto de Historia de la FADU, explicó en entrevista con En Perspectiva que la preocupación no tenía que ver con los graffiteros ni muralistas ni artistas callejeros, sino con la defensa del patrimonio histórico de la ciudad. Esa defensa es vital y debería ser llevada a todos los extremos necesarios, con cartas, pancartas y protestas, considerando el estado deplorable en el que están una inmensa cantidad de edificios históricos, muchos incluso declarados de interés patrimonial. No hace falta más que prestar atención en cualquier cuadra de la Ciudad Vieja para darse cuenta de que el patrimonio goza de escaso respeto desde todas las tiendas, comenzando por autoridades nacionales y departamentales y terminando en los propios ciudadanos que -a veces- vemos con tristeza ese estado deplorable pero hacemos poco y nada por colaborar con su reparación.

"Cuestionar esto no implica decretar el cisma entre arquitectura y artes plásticas, sino asumir que dicho lazo debe ser pensado con cautela y en el marco del proceso proyectual", dice la carta del Instituto de Historia de la FADU, que también plantea que la arquitectura no es solo un soporte artístico, “una suerte de esqueleto en espera de vestimenta”. Tiene razón. Las autoridades de la educación se equivocaron a la hora de encargar un mural en vez de decidirse a darle una buena hidrolavada al edificio del IPA y hacer lo necesario para restablecer el esplendor de sus líneas modernas, algo que tampoco han hecho otras administraciones de otro color político. Tal vez si lo hubieran hecho habrían recibido la crítica rabiosa de opositores, por el gasto en el que se incurrió. Ahí está el problema del patrimonio edilicio uruguayo: se habla mucho y se hace poco, se plantean teorías y se permite destruir edificios que la ley no ampara como históricos pero que lo son, por diversas razones. El mantenimiento de la historia no se asume como una obligación pública y privada.

Si el mural del IPA es un medio para discutir seriamente sobre el estado de nuestro patrimonio histórico, le doy las gracias a la ANEP y a Gallino, al igual que a la FADU por llamar la atención sobre paredes que deben ser protegidas. “Este no es un tema de unos contra otros, sino de defender y recuperar el patrimonio que tenemos” dijo Nudelman. No podría estar más de acuerdo.

La preocupación de los arquitectos es genuina, pero es fundamental que se extienda a todos los muros y todos los edificios cuya arquitectura deba ser defendida. Y no basta con las protestas desde este Instituto, que no es un órgano inspector sino académico y de investigación. 

Ciudades de todo el mundo han decidido promover los murales y pinturas callejeras, entre ellas Berlín, Madrid y Medellín, por nombrar solo algunas. En este último caso es famoso el recorrido colorido y esperanzador que se pintó en Comuna 13, una intervención a gran escala que cambió el rumbo de una zona socialmente complicada, conocida como “la cuna de Pablo Escobar”. Así pasó de epicentro de violencia y tráfico de drogas a imán de cultura y turismo.

En Montevideo a muchos se nos pintó una sonrisa en la cara cuando vimos el mural pintado en la Cinemateca de 18, el último de los cines que sobrevivía sobre la principal avenida de Montevideo, mientras que otras salas se convertían en lugares de reunión de diferentes religiones. Los “santos del cine”, que fueron pintados por el Colectivo Licuado para el 35º Festival Internacional de Cine (“Festival Empieza Con Fe”) ya son icónicos. Tal vez lo sean en el futuro las caras de China Zorrilla, Mario Benedetti, Edinson Cavani o Luisa Cuesta, algunas de las muchas que ya pintó Gallino, casi siempre en muros que no son patrimoniales. 

No hay conflicto entre la buena arquitectura y el arte muralista que nos alegra la vida y regala pinceladas de color en una ciudad algo gris. El único conflicto es la pobreza de nuestra sociedad (material y cultural) para conservar lo que nos regala la historia, una de las muchas maneras de enterrar en el olvido aquello que nos da sustrato y nos hace uruguayos.

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