Juan Samuelle

Tardó en hacer realidad el sueño del tambo propio y se enamoró para siempre

A los 40 años, Justino Zavala arrendó un campo, armó su sistema productivo y no cambia ese modo de vida por nada, “aunque cada día haya una calentura nueva”

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01 de febrero de 2021 a las 05:00

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Por Juan Samuelle, enviado a Aguas Corrientes

A la hora 2 de la madrugada de un viernes cualquiera un vecino vio un lote de vacas lecheras sueltas, en un camino vecinal. Se habían escapado de su potrero. Enseguida advirtió al empleado del tambo y ese empleado y el dueño del establecimiento de producción de leche solucionaron el contratiempo. Nada nuevo en un tambo.

“El tambero tiene asegurada la calentura diaria, siempre pasa algo, se rompe una cosa u otra, siempre hay un penal que atajar, sobran los problemas, pero el tambo nos apasiona, es lo que sabemos hacer y lo disfrutamos igual”, reflexionó Justino Zavala, principal del tambo familiar Pasó Garúa, que debe ese nombre al paraje donde está, en la zona de Aguas Corrientes (Canelones).

Directivo de la Asociación de Tamberos de Canelones (ATC), Zavala –aludiendo a otra metáfora futbolera– admitió que está cada vez más cerca de “colgar los botines”, pero que no cambiaría “por nada del mundo” su oficio: producir leche.

Esa decisión tiene un valor adicional, dado que no “nació” en un tambo, “siempre digo que tuve otra vida y hace 27 años llegué acá, tenía 40, armé el tambo y supe que sería para siempre”.

Pero algo de herencia hay. Su abuelo ordeñaba a mano en un pequeño tambo en Bañados de Medina (Cerro Largo). Justino, cuando le llegó la hora de decidir a qué dedicarse, estudió en la Escuela Nacional de Lechería y pensaba poner un tambo con un tío, pero eso se frustró. Trabajó en la industria láctea y cuando pudo arrendó el campo donde hoy sigue produciendo y donde reside.

El tambo Paso Garúa

El tambo Paso Garúa involucra un predio base de 100 hectáreas y otro auxiliar de 40 hectáreas. Todo arrendado. En el pico de producción, en primavera, hay 200 vacas en ordeñe. Ahora se han ido secando muchas. Toda la recría se hace en el campo, solo a veces se envían vaquillonas, algunas, al campo de recría de la asociación, en Montes.

“Es un tambo totalmente pastoril, solo damos cuatro o cinco kilos de concentrados cuando las vacas están en la sala, tratamos que consuman la mayor cantidad de pasto posible en forma directa”, explicó. Añadió que no hay vacas de muy alta producción, que el promedio es 20 litros por cabeza al día y que hay sí una carga muy alta para el tamaño del establecimiento, con el foco en lograr de 10 mil a 12 mil litros por hectárea, vaca masa. Y la producción de leche se remite a Conaprole.

Volviendo a la anécdota de las vacas que escaparon y la actitud responsable del empleado que se levantó de madrugada para solucionar el contratiempo, Justino reconoció: “Acá, en un tambo como estos, de dos o cuatro empleados, bien familiar, no hay patrón y empleado, todos cinchamos parejo; si hay que quedarse una hora más listo, y si se puede ir antes porque hay menos vacas para ordeñar también. Y la paga es buena para el empleado bueno, somos un equipo, si las cosas se hacen bien y salen bien ganamos todos, mejor para todos”.

Y, de inmediato, se ilusionó con que esa actitud exista a nivel de la industria. “No estoy en contra de los sindicatos, pero hay que dialogar mucho más, entender que nos precisamos, no estar en la sencilla de que hay un salario seguro cada mes –una ventaja que el productor no tiene–; no puede ser que haya un conflicto por un cambio de bancos por sillas como pasó ahora”, dijo.

Cuando Justino inició el tambo, en la zona había muchos más, bastante más del doble que ahora. “Quedamos unos poquitos”, lamentó. Reflejo de un sector que lejos ha estado en los últimos lustros de asegurar al menos un margen de rentabilidad mínimo. En los predios donde cerraron los tambos avanzó mucho la agricultura, ganó espacio la ganadería y mucha gente adquirió campos para utilizarlos como casas de fin de semana, aprovechando que es una zona cerca de Montevideo.

El gran motivo para ese pronunciado achique, dijo sin dudar, “es la falta de rentabilidad, este negocio no funciona, van muchos años de crisis, con algún respiro. Reconozco que el tambo de gran escala tiene otra espalda, pero el familiar no, ahí el tambero termina siendo casi un esclavo”.

Ahora, por ejemplo, “veníamos despacito recuperando el precio, para tener algún saldito, y nos aparece una sequía en primavera que nos trajo a tierra, con una suba imponente de insumos, en concentrados, herbicidas, fertilizantes… fijate que Prolesa nos pasó una lista de precios un día y a los dos días la mando de nuevo ajustada con otra suba… ahora los precios de los granos aflojaron un poco y capaz se queda quieto eso”, comentó.

Añadió que Conaprole otorgó recientemente una bonificación en el precio de 45 centésimos por litro, “que fue muy bienvenida, pero no alcanza para cubrir la disparada de costos, es un 5% y solo las raciones subieron un 10%”.

“Nos gustaría ser optimistas, decir que vamos a tener un año bueno, leemos que hay demanda, que los precios internacionales mejoran… pero a la corta o a la larga seguimos dependiendo del buen clima para producir más leche y más barata para ver si se gana algo”, complementó.

Justino aludió a una paradoja, la coexistencia de una empresa cooperativa como Conaprole, que es de los productores y lleva 11 años como principal firma exportadora del país, con un sector de productores que no despega porque “la lechería ha estado olvidada para los gobernantes”.

No obstante, dijo tener esperanzas en el gobierno que asumió en 2020, sobre todo en el Instituto Nacional de la Leche (Inale), presidido por un productor y exvicepresidente de Conaprole (Álvaro Lapido): “Confío en las autoridades, arrancaron en un año atípico y con la caja del Estado vacía, pero ojalá puedan a corto plazo generar las políticas que se precisan y entrarle a temas trascendentes como el Fogale, el fondo lechero y la deuda de Venezuela”.

Finalmente, antes de volver a la sala de ordeñe, reclamó emprender “entre todos” la tarea de “poner a la lechería en el lugar que se merece para el bien de mucha gente y del país”.

Juan Samuelle
En Paso Garúa, en un típico tambo familiar, en equipo se ordeñan 200 vacas en el pico productivo.

Responsabilidad 

En el establecimiento Paso Garúa, en un sitio lindero a la sala de ordeñar, destaca un equipamiento que trata los efluentes del tambo. Un manejo tecnológico permite que los residuos sólidos del bosteo y otros sean procesados y tras un acondicionamiento utilizados como fertilizante. A la vez, lo líquido se va tratando hasta que se utiliza en el riego. Nada se traslada a los curso de agua. “Eso hoy, con tecnologías más o menos sofisticadas, está en prácticamente el 100% de los tambos, sea cual sea el tamaño de la empresa, algo fundamental porque en general hay más vacas en cada tambo y hay que hacer un manejo adecuado para el medioambiente”, dijo Justino Zavala, con satisfacción por esa responsabilidad del sector. Además del esfuerzo del tambero, dijo que fue de gran valor la ayuda que se ha dado desde el gobierno en los últimos años con subsidios parciales para las inversiones.

 

Lo que faltó 

Justino Zavala tiene tres hijos y ninguno trabaja en el tambo. Cada uno se preparó y optó por otros caminos. “La verdad, a uno esto lo apasiona y claro que le hubiera gustado que sigan en la producción de leche, pero admito que les tocó estar en el tambo en un momento muy complicado, en 2002 y 2003 recuerdo, y sinceramente no es fácil entusiasmar a la gente joven para hacer tanto sacrificio sin un retorno al menos elemental; acá más de una vez se amanece ordeñando en Navidad o un 1º de Mayo”, reflexionó.

Juan Samuelle

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