AFP

Un fiasco previsible en la Cumbre

Una región que, en lugar de manejar una lengua común en torno a la democracia, habla dialectos incomprensibles en el siglo XXI

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10 de junio de 2022 a las 21:50

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No hacía falta esperar hasta el postrero de la Novena Cumbre de las Américas, en la ciudad estadounidense de Los Ángeles, para llegar a la conclusión de su real significado o, mejor dicho, lo que no volvió a ser por responsabilidades compartidas: otra oportunidad perdida para que el continente avance junta por el sendero de la democracia y el libre comercio, dos instrumentos insustituibles del bienestar y el desarrollo.

Desde nuestra región es muy cómodo achacar a la principal potencia del mundo por la decepción de la única reunión hemisférica de América, que vio la luz en 1994, bajo la Administración de Bill Clinton, en un contexto de optimismo y exitismo en Washington en torno a la victoria de la democracia y el libre mercado frente al comunismo.

Pero hoy, los países autoritarios o bajo gobiernos populistas que pisotean las reglas básicas de la convivencia política y social o estados fallidos, son dolorosas señales de que el respeto a la democracia sigue siendo una asignatura pendiente. 

La democracia también se debilitó en nuestra región, en comparación a la realidad del continente de 1994 cuando se inauguró la Primera Cumbre de las Américas para promover la democracia y el libre comercio.

Dictaduras como las de Cuba, Nicaragua y Venezuela; gobiernos populistas, aunque de diferentes signos ideológicos, del modo de Argentina, Brasil, El Salvador  y México, en una región que, en lugar de manejar una lengua común en torno a la democracia, habla dialectos incomprensibles en el siglo XXI.

Es un grave problema, útil para entender la interferencia del presidente mexicano Manuel Andrés López Obrador que se negó a participar de la Cumbre porque no fueron invitadas las dictaduras de la región, lo que deformó la conversación del encuentro hemisférico en Los Ángeles. 

El argumento jurídico-político de EEUU no da lugar a dos interpretaciones. La Tercera Cumbre de las Américas, en Quebec, en 2001, estableció que cualquier alteración o ruptura inconstitucional del orden democrático en un Estado del continente constituye un obstáculo insuperable para la participación del gobierno de dicho Estado en la reunión hemisférica, a lo que luego se sumó la Carta Democrática Interamericana de la OEA.

Lo que tuvo que haber sido un trámite protocolar, se transformó en un asunto vital y en disputa, dejando en evidencia la estrechez mental del presente latinoamericano.

Un ambiente malsano en el que Biden hace un llamado a resolver la crisis migratoria, se compromete con impulsar millonarias inversiones en países de Centroamérica y muestra buenas intenciones en temas relevantes como el medio ambiente.

Pero hace agua en los objetivos fundadores de la Cumbre de las Américas: la democracia y el libre comercio. 

Esta misma semana, se supo que una investigación del Congreso consideró que el asalto al Capitolio, del 6 de enero de 2021, se trató de "la culminación de un intento de golpe de Estado", cuyos instigadores siguen siendo una amenaza para la democracia estadounidense. 

Lejos del ejemplo democrático de hace 30 años y sin decir ni pío sobre el libre comercio, sumado la deriva autoritaria o populista de nuestra región, es momento de plantearse cuál es el sentido de la Cumbre de las Américas. 

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