ARCHIVO EL OBSERVADOR

Una nueva casta política y burocrática

El Frente Amplio como sustituto histórico del Batllismo (VII y última nota)

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23 de noviembre de 2016 a las 05:00

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Durante las primeras seis décadas del siglo XX el Partido Colorado representó una "cultura de gobierno" muy amplia, casi totalizadora, más que una ideología. Llegó un momento en que sus divisiones internas, expresadas en colegialistas y anticolegialistas, batllistas, riveristas y sosistas, la 14 y la 15, en parte suplían al juego oficialismo-oposición. El Partido Colorado lo era todo, o casi. Algo similar parece ocurrir ahora con el Frente Amplio, integrado por decenas de sectores, desde liberales a autoritarios, que se disciplinan para las elecciones nacionales pero antes y después compiten entre sí para imponer sus propuestas o por cuotas de poder. (Así, por ejemplo, el intendente socialista Daniel Martínez ha cuestionado de manera implícita el legado organizacional y financiero de la anterior administración municipal de Montevideo, liderada por la comunista Ana Olivera, casi como si se tratara de un gobierno opositor).

A lo largo de los siglos XIX y XX, pero más claramente a partir del Militarismo (1876-1890), el Partido Colorado se apropió del creciente Estado uruguayo, aunque algunos nichos significativos quedaron en poder de los nacionalistas, en particular en las Intendencias del interior del país. (El líder blanco Wilson Ferreira Aldunate solía decir: Partido en Uruguay, lo que se dice partido político, hay uno solo: el Partido Nacional. El Partido Colorado es el nombre que los uruguayos dan al gobierno).

Ahora, cuando uno de cada 5,5 trabajadores uruguayos está a sueldo del Estado, una proporción enorme, la casta burocrática dominante pertenece al Frente Amplio, tras un recambio histórico de una profundidad y rapidez relampagueantes.

Salvador Schelotto, quien fue asesor de Mariano Arana, advirtió ya en el año 2000 sobre el conservadurismo y las ineficiencias en la Intendencia de Montevideo, y el "riesgo de consolidar una nueva casta burocrático-política" integrada por políticos, funcionarios, vecinos militantes y miembros de ONGs (1).

El "alto" de los ciclos reformistas

Los gobiernos de la izquierda realizaron en Uruguay una serie de reformas en medio de un prolongado auge económico que derivó ahora en estancamiento. Desarrolló en paralelo un ciclo político exitoso en la medida que consiguió tres victorias electorales consecutivas con mayoría parlamentaria propia, aunque por margen cada vez más ceñido.

Otros ciclos "progresistas" de la región, que introdujeron cambios más radicales, de signo "desarrollista", socialista o nacionalista, y menos cuidadosos con sus cuentas, se derrumbaron junto a los precios de las materias primas exportables.

El frenazo de la economía uruguaya a partir de 2015 abultó las cuentas en rojo en frentes muy peligrosos como el Banco de Previsión Social (BPS) y el Sistema Nacional Integrado de Salud y el Fonasa. Si los mercados internacionales no dan en breve un giro favorable, el gobierno se verá obligado a realizar más ajustes y a seguir acumulando deudas, lo que tiene un límite estrecho.

La escasez de dinero, el poder de veto de los sindicatos y otras corporaciones, las diferencias ideológicas y programáticas y la competencia por el recambio de los líderes estimulan las disputas y ponen de manifiesto la debilidad del segundo gobierno de Tabaré Vázquez.

Mientras tanto el ciclo reformista de José Batlle y Ordóñez, cada vez más audaz y repleto de experimentos económicos, terminó en medio de una grave crisis económico-financiera, que se inició en 1913 por las dificultades para tomar crédito en el exterior y financiar el creciente gasto público. En 1914, mientras en Europa se avecinaba la Gran Guerra, el gobierno cayó en default (dejó de pagar capital e intereses de la deuda), como ya había ocurrido en el caótico año 1875 y en el crítico 1891. La situación con los acreedores no se regularizó hasta 1921, con la economía en fase de expansión. Para entonces "la enorme popularidad de Batlle transformó sus exabruptos económicos en duraderas facetas de la subcultura uruguaya", resumió Ramón Díaz, un crítico desde la derecha liberal (2). Un nuevo default se produciría en 1932, cuando la economía de Uruguay, que ya padecía un gran déficit fiscal, se hundió en la Gran Depresión.

Otros críticos, que defienden los fines sociales y la mayor igualdad que procuró Batlle y Ordóñez, cuestionan sus herramientas: el dirigismo y las empresas públicas. Batlle fue un administrador escrupuloso, pero abrió una caja de Pandora que otros desarmarían. Para estos críticos, los fines sociales podrían haberse logrado mejor por medio de "laboratorios de ideas" (think tanks), planes selectivos, regulaciones, subsidios e impuestos, al estilo de la moderna socialdemocracia, sin afectar la base de la producción y sin poner al Estado a fabricar y comerciar, con su secuela de burocracia e ineficiencias.

Los malos medios malograron el fin. En apenas un cuarto de siglo, entre la Gran Depresión que llegó a las costas uruguayas en 1931 y el inicio alrededor de 1955 de un largo período de estancamiento económico, la otrora pequeña potencia exportadora, abierta a los flujos migratorios y al comercio, se había transformado en un bastión estatista amurallado, con aranceles de hasta 300%, con 14 tipos de cambios diferentes, inflación de dos dígitos, ventas al exterior raquíticas, macrocefalia, legiones de pasivos y empleados públicos y una amplia corrupción.

Sin margen para la arrogancia

Si el Frente Amplio ocupa hoy entre los ciudadanos el puesto que perteneció al Batllismo, entonces el Partido Colorado se reduce a su ala más conservadora, el "Riverismo" que Pedro Manini Ríos encabezó desde 1913, o el "Vierismo" de 1916.

El Partido Nacional, o al menos su mayoría, es una corriente mucho más desconfiada del poder y del Estado, y más liberal en el plano económico, con todas las salvedades que quieran hacerse. (Bajo el liderazgo de Wilson Ferreira Aldunate los blancos viraron hacia una propuesta estatista y dirigista, en parte superpuesta con la izquierda. Pero cuando el Partido Nacional regresó al gobierno en 1990 lo hizo según las clásicas ideas del Herrerismo, que continúan siendo mayoritarias: un liberalismo conservador sin complejos y consciente de su papel constructivo en la historia).

El Partido Nacional no debería sentirse consolidado como principal fuerza de oposición porque lo haya sido en las últimas tres elecciones nacionales.

Desde la reforma de 1996, que introdujo el balotaje, muchos ciudadanos votan indistintamente a blancos o colorados según los crean más aptos para enfrentar a la izquierda. Ese "balotaje de hecho", que se aprecia claramente en las elecciones municipales del interior del país, comenzó a darse en 1999, cuando los blancos encabezados por el ex presidente Luis A. Lacalle reunieron apenas el 22,3% de los sufragios, el peor registro de su historia, por una corrida hacia la candidatura del colorado Jorge Batlle.

Las mayorías parlamentarias que la izquierda logró en tres elecciones consecutivas han teñido de sectarismo y arrogancia buena parte de la gestión. Por estos días ha perdido la mayoría en la Cámara de Representantes, aunque podrá recomponerla con cierta facilidad negociando caso a caso. El reformismo batllista, por su parte, si bien "exclusivista" mientras tuvo mayorías propias, fue perdurable en tanto evolucionó con respaldos puntuales del Partido Nacional (desde los proyectos de legislación laboral de 1905 y 1906 hasta la Constitución de 1918, pasando por la creación del Frigorífico Nacional en 1928 o de Ancap en 1931).

La combinación de amplia oferta ideológica, sólido vínculo emocional y cultural con sus votantes, control del aparato del Estado, gestación de cuadros administrativos numerosos y cierto éxito en la gestión de gobierno consolidaron la permanencia del Frente Amplio. Ahora es una fuerza poderosa con propuestas nuevas pero también viejas, que representa una cultura nueva que tiene raíces viejas, cada vez más adaptable y sumergida en todos los pasillos del poder (3).

Pero también enfrenta amenazas por izquierda, donde un nuevo lema construido por disidentes –Unidad Popular– ya cuenta con representación parlamentaria; y por derecha, en donde blancos, colorados y otros sectores pequeños, que brotan por doquier, tarde o temprano le arrebatarán la mayoría. Entonces la izquierda uruguaya, o una parte de ella, ingresará en una nueva civilización: la vida en el llano después de haber reinado, y la era de las negociaciones y coaliciones de gobierno.

Algunas fuentes para este capítulo: (1) Búsqueda del 28 de diciembre de 2000. (2) "Historia económica de Uruguay", de Ramón Díaz (2003). (3) Artículos del autor en el suplemento Fin de Semana de El Observador, entre el 24 de julio de 2004 y el 8 de octubre de 2005.




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