Vigno, con G de Carignan

La industria del vino es muy individualista. Y es entendible. Se trata de creaciones propias, por lo menos para las bodegas chicas o medianas, en las que enólogos y propietarios se dedican con pasión a producir vino. Pero hay veces que la asociación permite alcanzar objetivos por encima de intereses individuales. En Chile, en donde estuve la semana pasada para recorrer viñas en una ruta organizada por ProChile (un organismo público), un grupo de viticultores se juntó para reflotar la cepa española Carignan. Se llaman “Vigno”, y se identifican como “vignadores”.

El concepto de la asociación, que nació en 2009 y tiene 12 bodegas integrantes, es simple. Consiste en instalar la marca “Vigno” en sus botellas, para el caso de los vinos producidos con al menos 65% de la cepa Carignan. También deben cumplir con el requisito de obtener uvas del valle del Maule, que las parras sean viejas, y que no exista un método artificial de riego.

Así, en las etiquetas, los vignadores presentan el arte de sus bodegas, pero con el denominador común de la marca “Vigno”.

Entienden que es oportuno aprovechar el potencial de cientos de hectáreas de vid antiguas de la cepa española. Logran posicionarse sobre todo en el exterior, con algo que de forma individual quizá nunca trascenderían.

La zona de producción es muy cercana al océano Pacífico, lo cual le aporta al vino una complejidad única. Los Vignos que probé en Chile tienen como denominador común la buena presencia de acidez en boca. El Carignan es un vino rústico pero a la vez atractivo desde el punto de vista frutal.

A los consumidores malacostumbrados con vinos golosos o con taninos muy amables les puede resultar agresivo, pero lo cierto es que la vieja cepa europea esconde mucho más que un fuerte golpe de paladar.