Camilo Dos Santos

Y entonces, sí que había uruguayos de derecha

Cambió la mayoría dentro del espectro político-ideológico del electorado, pero lo que no cambia es que el voto de centro sigue siendo el que define la elección

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21 de septiembre de 2019 a las 05:03

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Hay expresiones que se repiten como si fueran verdades absolutas o conclusiones demostradas. “En Uruguay no hay nadie de derecha”, hemos escuchado hasta el cansancio.

Eso, afirmado y asumido, pudo estar vinculado a que la dictadura (1973-1985) terminó generando una sensación de vergüenza al que se identificara de esa forma, pero lo cierto es que Uruguay ha tenido un abanico político partidario con todo el espectro ideológico. Ha habido izquierda, centro y derecha, y lo sigue habiendo.

Lo nuevo es que ahora encontramos con que no solo hay gente de derecha, sino que estos son más que los  de izquierda. Incluso los de derecha son más que los de centro.

Así lo reflejó la última encuesta de la consultora en opinión pública, Cifra, que muestra que 27% se reconoce como de izquierda, 31% de centro, 34% de derecha, y un 8% no se ubica en lugar alguno.

Esto coincide con un trabajo presentado por Equipos Consultores en un foro del CED, en el que mostraba que las curvas se cruzaban, y este año se revertía una leve mayoría de izquierda por una leve mayoría de derecha. 

En la medición de Equipos, para el promedio de enero-junio, la izquierda y centro-izquierda era 28%, mientras que la derecha y centro-derecha era 30%. Las encuestas de esta consultora indican que los uruguayos que se sienten de izquierda o centro-izquierda pasaron a ser mayoría en 2002 y esa diferencia por sobre la derecha o centro-derecha se mantuvo desde aquel año hasta 2018.

O sea que sí hay gente de derecha en Uruguay, y ahora, son más que los otros.

¿Cómo influye eso en la elección nacional?

Lo primero que hay que despejar es que también se generalizó otro concepto falso: “los uruguayos son de izquierda”, argumentado eso con el ascenso del Frente Amplio al gobierno y las otras dos elecciones siguientes con sendas victorias.

Cuando el Frente llegó al gobierno, los que se sentían de “izquierda” o “centro izquierda” eran 34% del total, lo que deja claro que la victoria estuvo por asegurar el voto de todo ese espectro pero para conquistar votantes de “centro”. 

El máximo punto de izquierdistas (en sentido amplio) se logró durante el gobierno de “Pepe” Mujica con 38% en 2010.

Ahora el país se sumerge en la recta final de la campaña, con la presentación de las listas ante la Corte Electoral y el lanzamiento de la campaña audiovisual en medios masivos, como preámbulo a una decisión fuerte: o sigue el Frente Amplio en el gobierno, o lo desplaza una coalición de partidos fundacionales y otros.

El presidente del Frente Amplio presentó ayer la disyuntiva electoral entre la garantía que da esa “fuerza política” y  ese proyecto de “coalición opositora de múltiples colores, que no logra cerrar por dónde va a funcionar y que parece necesitar de los votos de ultraderecha”. Aunque no lo nombre, está claro que esa generosa alusión es para Manini Ríos.

Javier Miranda parece olvidar que ese militar ascendió a general por haber sido elegido por un gobierno del Frente Amplio, que luego lo promovió a comandante en jefe del Ejército. ¿No había uno que fuera menos peligroso, en el entendido de la calificación que hace el presidente del partido de gobierno?

Las acusaciones de nazi, ultraderecha y similares, caen sobre la espalda de Manini y resbalan. El general de familia riverista, con otras raíces blancas, que se define como artiguista y reconoce a Fernández Huidobro como referente, desarrolla campaña austera y consigue votos de gente pobre, de familias de bajos ingresos. 

Consigue votos de gente que se identifica como de derecha, pero atrae votantes que habían apostado por el Frente Amplio, familias que no son de “oligarquía”, sino que son bien “de pueblo”, y a los que la izquierda ahora no entra con su discurso.

La izquierda descuidó el voto de “la clase media”, que logró mejoras sustanciales en condiciones de vida a partir de 2005, y también descuidó al votante de barrios pobres, en los que muchos buscan esperanza en un cambio de partido en el poder.

Porque la izquierda pareció olvidarse que no ganaba el gobierno por ser de izquierda, sino por haber crecido hacia el centro, conquistando la mayoría de los votantes de ese espectro.

Cuando el Frente Amplio critica con dureza y asco a Manini, no percibe que se tira contra un electorado que no es despreciable, sino que es relevante; se trata de un movimiento que se nutre de votantes que vienen de tres partidos: 38% de excolorados, 37% de exblancos y 25% de exfrentistas (entendido por “ex” a los que votaron a esos lemas en 2014, según un estudio de opinión pública contratado por dirigentes del FA).

Pese a lo novedoso de que los uruguayos de derecha hayan superado este año a los uruguayos de izquierda, eso no asegura el resultado electoral, aunque de alguna manera inclina un poco la balanza partidaria.

Ni izquierdistas (27%), ni derechistas (34%) se aseguran la mayoría, por lo que dependen del voto de centro (31%) y es ahí donde se juega el combate final. Parece claro que los que hagan discursos con énfasis fuerte en uno de los polos, se alejan del eje de centro, se alejan del voto que define.

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