El pasado 7 de enero se cumplió un año del terrible atentando contra el semanario satírico francés CharlieHebdo, que dejó como saldo la muerte de doce periodistas de su redacción y la de un policía que protegía su sede. Otros once periodistas resultaron heridos en el ataque y también murieron 5 personas más en la persecución de los asesinos que se refugiaron en un supermercado kosher. Los dos asesinos, pertenecientes a una rama de Al Qaeda, que al grito de “Alá es el más grande” penetraron en la redacción y descargaron las municiones de sus AK-47 contra gente indefensa e inocente, murieron en la persecución posterior.
La reacción mundial no se hizo esperar y el lema “Je suis Charlie” hizo furor en carteles, pancartas y sobre todo en las redes sociales. Era un motivo de unión para expresar solidaridad con las víctimas, y el repudio a los asesinos y la defensa de la libertad de expresión. Dos días después, una enorme manifestación de dos millones de personas encabezada por 40 líderes mundiales expresó su repudio al brutal atentado.
El semanario consiguió seguir publicándose gracias a la ayuda de mucha gente y a la recaudación de la siguiente edición que llevaba en la tapa una caricatura de Mahoma, llorando y sosteniendo un cartel con la consigna “Je suis Charlie”. Se vendieron más de 5 millones de ejemplares a 5 euros cada uno.
Al cumplirse un año de la tragedia, el semanario publica una edición especial. Pero en la tapa no hay ninguna caricatura sobre Mahoma o el Islam, ya que el nuevo director anunció hace seis meses que no volverían a publicar caricaturas sobre Mahoma (quizá guiado por una mínima prudencia). Pero, en el aniversario del atentado de la yihad islámica contra el semanario, se publica un dibujo de una figura identificable con el Dios del Antiguo Testamento (Yahvé), con una AK-47 colgada del hombro, con la túnica blanca manchada de sangre y con cara de odio o de rabia. Y ello bajo el título “El enemigo sigue suelto”.
Hace un año escribí un artículo en esta sección titulado “Yo no soy Charlie pero” donde defendía el derecho de los periodistas a ejercer su libertad de expresión o prensa. Pero al mismo tiempo señalaba que no podía decir “Yo soy Charlie” porque si bien respeto ese derecho en tanto se ejerza, como todo derecho, dentro de los márgenes establecidos por la ley, no comparto ese estilo satírico que puede ofender profundamente las creencias y los sentimientos de millones de personas. Y era cierto que CharlieHebdo en sus 20 años de vida se había burlado no solo de Mahoma sino del Papa y de los principales políticos franceses.
Somos muchos los que defendemos el derecho de CharlieHebdo de expresar sus opiniones. Yo creo firmemente que se equivocan si piensan que “el asesino anda suelto” y representan al Dios de los judíos y los cristianos, cuando los asesinos gritaban “Alá es el más grande” y no “Cristo o Yahvé es el más grande”. Es claro que los periodistas no corren ningún riesgo con esta caricatura como sí corrían con las de Mahoma. Pero igual seguimos defendiendo el derecho de CharlieHebdo de publicarla aunque hiera sentimientos y falte a la verdad.
Pero hay gente que entiende más de libertad y de respeto que la gente de CharlieHebdo.Si usted mira cuidadosamente el video en el que los dos terroristas asesinan al policía Ahmed Merabet (está disponible en internet), verán como lo rematan una vez herido. Es uno de esos videos con la consabida advertencia: “Estas imágenes pueden herir la sensibilidad del espectador”. No haga caso y mírelo igual: servirá para entender un poco mejor la clase de desafío que tiene Occidente encima. Un usuario de Twitter escribió: “No soy Charlie, soy Ahmed, el policía muerto. Charlie ridiculizó mi fe y mi cultura y morí defendiendo su derecho a hacerlo”. Eso, creo, no han terminado de entenderlo los responsables del semanario.
Por eso, un año después de la masacre, reitero que “Yo no soy Charlie”, pero más importante aún “no soy Ahmed” y no tengo la valentía de Ahmed para defender y custodiar incluso a los que ridiculizan su fe. Pero es preciso defender a ambos (a los periodistas y a Ahmed) en sus derechos. E incluso defender el derecho de los terroristas a un juicio justo si se los hubiera capturado con vida. Eso es lo que diferencia la civilización de la barbarie. Es la esencia de eso que llamamos “civilización occidental”. Algo que no podemos perder, a ningún precio.
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