14 de julio 2025 - 19:01hs

Lo que vimos en el Congreso no fue simplemente una sesión legislativa. Fue una radiografía del sistema político en tiempo real. Un espejo brutal que devolvió a la sociedad una imagen descarnada de la dinámica confusa que caracteriza al experimento libertario: un gobierno que subestima las reglas del juego parlamentario y que parece convencido de que puede gobernar sin negociar, sin construir y sin ceder.

La derrota fue dura. Y quizá mucho más costosa de lo que hoy parece. Porque no se trató solo de perder una votación sino de una serie de derrotas consecutivas, abrumadoras, que dejaron en evidencia una fragilidad legislativa estructural.

El gobierno no solo no logró frenar el avance opositor: facilitó la unidad de sectores que, hasta hace semanas, parecían irreconciliables.

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La épica solitaria no construye gobernabilidad

Lo que sorprende no es la derrota en sí, sino la forma en que se llegó a ella: sin contención, sin diálogo, sin señales de inteligencia táctica. Mientras otros oficialismos en el pasado buscaron evitar el quórum, postergar el tratamiento de leyes o encontrar atajos reglamentarios, este gobierno pareció decidido a ir directo al choque. Como si, en el fondo, hubiera una convicción íntima de que perder también es útil, siempre que permita consolidar el relato.

Y ese relato es claro: Javier Milei construye poder a partir del conflicto. Se siente más cómodo en la confrontación que en la negociación. Se apoya en una narrativa donde la política tradicional es el enemigo a destruir, y él, una suerte de elegido, de fuerza revelada, enviada a purificar el sistema. Para algunos, eso tiene un tono místico; para otros, uno mesiánico.

El problema es que esa épica solitaria no construye gobernabilidad. Y en el Congreso, eso se paga. Se pagó con votos en contra, con alianzas transversales insólitas y una oposición que supo encontrar su momento.

La imagen es potente: jubilados y personas con discapacidad convertidos en el símbolo de la resistencia, mientras el gobierno promete vetar sus beneficios y sus voceros agitan discursos muy bélicos: "Tanques a la calle", "dinamitar el Congreso", "intervenir el parlamento". La reacción post-derrota fue tan preocupante como la derrota misma.

La advertencia es clara: la revolución libertaria en Argentina aún necesita de mayorías en el Congreso de la Nación.

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