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100 años del Palacio Legislativo: un concurso internacional, una muerte trágica y las multitudes del día en que se inauguró

Después de décadas de proyectos y planificaciones, el 25 de agosto de 1925 abrió sus puertas el Palacio Legislativo y se convirtió en un símbolo de la democracia uruguaya

23 de agosto 2025 - 5:00hs

La sesión de la Asamblea General del 25 de agosto de 1925 estaba prevista para las tres de la tarde, pero horas antes el entorno del nuevo Palacio Legislativo recibía a hombres, mujeres y niños que querían ver con sus propios ojos lo que se convertiría en el símbolo de la democracia nacional. Querían colmar las barras. Ser testigos de la historia.

El Palacio Legislativo era entonces un símbolo moral: un templo laico para los valores cívicos y políticos de los uruguayos. El historiador Gerardo Caetano sostiene en el libro de Santiago Medero El palacio de mármol que el Parlamento, en cuanto casa de los partidos y de los políticos, "concentró desde el comienzo una fortaleza simbólica muy sólida".

Embed - 100 años del Palacio Legislativo: un concurso, una muerte trágica y una inauguración multitudinaria

"Desde su inauguración formal, el Palacio Legislativo se convirtió en el lugar ciudadano por excelencia, el que congregó la mayoría de las manifestaciones de protesta o de reclamo, mucho más que la sede presidencial en sus diferentes radicaciones geográficas a través de los años. En aquella identidad que anudaba con fuerza las ideas de nación y de república, las imágenes de la urna y del Palacio Legislativo comenzaron muy pronto a volverse símbolos privilegiados del nosotros uruguayo, en lo que significaba toda una ecuación del imaginario nacional”, escribió.

1926, Palacio Legislativo. CDF
Fuente: IMM (colección del Centro de Fotografía)

Fuente: IMM (colección del Centro de Fotografía)

Los curiosos observaban aquel edificio recubierto de mármoles, cristales y maderas lustradas con la intención de ser testigos de aquella asamblea histórica.

A la hora prevista comenzó la sesión, pero se volvería evidente que no sería tan sencillo como esperaban cuando el diputado Celestino Mibelli pidió la palabra. Si bien se había previsto que solo habría dos oradores –el presidente de la Cámara de Representantes, Cesar Gutiérrez, y el presidente de la Cámara de Senadores, Duvimioso Terra– el diputado reclamó a viva voz "que se deje entrar al pueblo".

inauguracion 2

Varios legisladores pidieron que retiraran a Mibelli del recinto, él se resistió. Bullicio. Fue necesario que se hiciera sonar varias veces la campana. El presidente aclaró que esa era "la casa del pueblo" y si no ingresó más gente hasta el momento era, básicamente, porque ya no había lugar. Las barras estaban colmadas y las bandejas interiores de la sala también. "He impartido ordenes para que entren todos los elementos del pueblo que sea posible", expresó.

Sesión inaugural de la H. Cámara de Representantes2

Un día después de la multitudinaria inauguración, el diario El Día, propiedad del expresidente José Batlle y Ordóñez –uno de sus principales propulsores del nuevo edificio– publicó que "todas las magnificencias y todas las bellezas" de esta "joven democracia" se condensaban en ese flamante edificio.

“El ejemplo del Palacio, en efecto, puede demostrar a los hombres que no hay empresa, por grande y difícil que aparezca, que no pueda acometerse, cuando se obra bajo el impulso acicateador de una noble idealidad”, aseguraba la publicación.

Un llamado intencional, un proyecto ganador y un arquitecto con un final trágico

La primera sede de la Asamblea de Representantes fue en San José –donde se reunió por primera vez el 22 de noviembre de 1828– y se trasladó luego a la ciudad de Canelones. La tercera sede fue en el barrio montevideano de La Aguada, específicamente en la Capilla del Carmen. Pero fue en el primer piso del Cabildo de Montevideo donde funcionó durante casi 100 años .

El edificio parecía inapropiado para la función legislativa y tenía varias funciones que se desarrollaban al mismo tiempo: era cárcel y parlamento. Llegó un momento en que las discusiones, y los parlamentarios, ya no cabían en la sala del Cabildo. “Sus salas estrechas y demasiado largas dificultaban ver y ser visto, escuchar y ser escuchado”, expresa Medero. En 1868 el diputado Héctor Varela propuso un nuevo edificio y señaló: “Esta sala no está en armonía con el adelanto del Pueblo Oriental”.

Después de varios idas y vueltas, marchas y contramarchas en las que se proyectó incluso un Palacio de Gobierno donde funcionaran los tres poderes en el mismo predio donde hoy en día se erige el Palacio Municipal, se define que el Palacio Legislativo se instalaría en La Aguada y en 1904 finalmente se llama concurso internacional para su construcción. Llegaron 27 propuestas desde Italia, Francia, Inglaterra, España y Uruguay.

Gisella Carlomagno es arquitecta, especialista en patrimonio y museología, y desde hace una década es la directora de arquitectura y gestión patrimonial del Parlamento. “La comisión decidió que no había un primer premio. Hubo dos segundos premios: el de Meano, que finalmente se decide construir, y un segundo postulante que era Mendoza y Sáez que tenía un estilo bastante más barroco", señala.

El ganador, sin embargo, nunca se enteró de su victoria.

El miércoles 2 de junio de 1904, Vittorio Meano decidió regresar más temprano a su casa en la ciudad de Buenos Aires –donde se encontraba a cargo de la construcción del edificio del Congreso y el Teatro Colón– y una bala le atravesó el pecho. Según recoge Medero en El palacio de mármol en base a la prensa de la época, el arquitecto fue baleado por su ex-mucamo, quien se descubriría que era el amante de Luisa, la esposa del arquitecto.

“Se puso furioso y rápidamente sacó un revólver y disparó dos tiros a su patrón. Una de las balas se desvió, pero la otra, lamentablemente, impactó en el corazón del pobre Meano”, publicaba la prensa argentina.

“La comisión decide llevar a la construcción el proyecto de Meano porque tenía una muy buena resolución, la memoria descriptiva era sumamente detallada y a su vez el presupuesto estaba muy acertado. No por mágica coincidencia, él estaba haciendo el Congreso Argentino, entonces de ahí que tenía una experiencia notoria y eso se reflejó en todos los insumos que él presentó para ese concurso”, considera Carlomagno.

Para la arquitecta, el hecho de que la comisión haya seleccionado un proyecto para su construcción con una impronta neoclásica también habla de la mentalidad de aquella sociedad.

El estilo neoclásico representa la formalidad, lo fuerte del Estado frente a otras disciplinas que pueden ser más barrocas y en el caso del Palacio es el estilo que representa lo estatal y la consolidación de la democracia, la firmeza de las ideas y la posibilidad económica de hacer una obra tan magnífica como esta. Todo eso conjugado llevó a la conclusión del Palacio Legislativo que tenemos”.

En los años 20, Montevideo inauguró algunas de sus obras más emblemáticas. Verdaderos exponentes del espíritu de la época como el Palacio Salvo (1928) o el Hotel Carrasco (1921). “La sociedad iba acompañada de ese sentimiento de demostrar las posibilidades económicas que se tenían por un lado y a su vez también de representación”, explica Carglomagno. “El hecho, por ejemplo, de que se haya elegido utilizar mármoles nacionales va un poco en la línea de decir "estamos emulando estilos europeos, consolidados y ya bien desarrollados, pero a su vez le estamos incorporando nuestras piedras, nuestros mármoles, nuestros granitos" y de ahí esa idea de consolidar, pero con un fuerte sentimiento nacionalista”.

Tras la muerte del arquitecto en Argentina el proyecto quedó huérfano. El uruguayo Jacobo Vázquez Varela –quien fue uno de los primeros arquitectos que se recibieron en Uruguay–, y Antonio Banchini, un arquitecto que había trabajando con Meano en el Congreso Argentino se hicieron cargo.

La modificación más importante que le hicieron al proyecto fue su ubicación. Después de que en 1904 se acordara que se construiría frente a la Iglesia de la Aguada, donde actualmente está el Instituto de Profesores Artigas (IPA), el Estado se hizo de los terrenos cercanos a la plaza General Flores donde podría ser visto desde diferentes lugares y tendría un espacio más amplio a su alrededor. “Se decide modificar esa ubicación e incluso la orientación del propio edificio”, dice la arquitecta.

El 18 de julio de 1906 se colocó la piedra fundamental. Junto a ella, se enterraron una variedad de objetos y documentos como un acta de la ceremonia, un acta de la Asamblea General Constituyente, una Constitución de la República, así como sellos, billetes de banco, diarios y revistas del día anterior. “De aquí irradiará a todo el país un fulgor intelectual y moral cada vez más intenso. Aquí se elaborará la felicidad, la grandeza y el honor de la patria”, expresó entonces José Batlle y Ordóñez.

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Esa decisión de trasladar el Palacio Legislativo hacia la zona de La Aguada generó una tensión en la trama urbana que se vería años después. "Demoró bastante tiempo en desarrollarse a nivel edilicio, si se quiere, pero generó una tensión que evidentemente con el eje de avenida del Libertador hasta 18 de julio y por 18 de julio conectando con la Plaza Independencia", observa Carlomagno.

En 1913 entra en esta historia el arquitecto italiano Gaetano Moretti, “el arquitecto estrella”, en palabras de la directora actual. Sería el director artístico del edificio y se hizo cargo de una obra proyectada, dibujada y avanzada.

“¿Por qué es contratado Moretti?”, pregunta Carlomagno. “Básicamente para enaltecer la construcción del Palacio Legislativo. Se le pidió que le diera grandilocuencia a los espacios, que utilizara todos los materiales necesarios como para que fuera realmente un palacio. De ahí la decisión de Moretti de utilizar bronces, cristales, oros en los revestimientos”, sostiene.

Además de darle más suntuosidad y esplendor, Moretti también incorporó algunas modificaciones importantes. La más vistosa fue la incorporación de la linterna en el centro con cariátides en el exterior.

Maquetas y rastros de historia

Llueve. El golpe del agua sobre el techo de bronce del Palacio Legislativo se escucha con un calmo ritmo constante. Para llegar a aquella habitación es necesario atravesar un grupo de niños de túnica y moña que miran a los legisladores desde las barras, subir escaleras, pasar por un depósito, salir a la azotea, volver a ingresar y caminar entre miles de tomos de historia: una de las colecciones de los diarios de sesión del Parlamento. Cientos, sino miles, de tomos donde están todas las palabras que fueron dichas en las sesiones que han construido la historia del país.

Carlomagno entra en una habitación y prende una luz tenue que ilumina cada detalle de tres enormes maquetas construidas a principios del siglo XIX. Una versión a escala del Salón de los Pasos Perdidos, una de la sala de la Cámara de Diputados y la volumetría general que incluye la fachada principal del edificio.

Las maquetas fueron construidas luego de que Moretti asumiera el mando de la obra. “Estas piezas iban acompañadas de croquis y dibujos que él usaba para explicar. Esas explicaciones básicamente eran rigurosos en cuanto a los detalles y a su vez pedían también una justificación para el aumento del presupuesto que necesariamente se tenía que hacer con una obra de esta magnitud”.

En esa tarea de hacer más ampuloso el proyecto de Meano, el arquitecto incorporó piedras, mármoles, granitos y pórfidos nacionales, además de cristales de Murano, luminarias alemanas o vitrales italianos.

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Viendo las maquetas, la arquitecta señala que el edificio es “absolutamente simétrico”: en sus fachadas, en su planta y en su interior.

“Simbólicamente tiene un peso muy importante. El eje central sería el Salón de los Pasos Perdidos y en ese eje central están las áreas comunes: el vestíbulo de honor, la biblioteca, el salón de fiestas. Todo eso que es común es utilizado por los dos cuerpos del Parlamento”, dice Carlomagno y explica que si bien la sala de sesiones del Senado es más pequeña en relación a la de la Cámara de Representantes, el espacio en planta es el mismo.

Ese depósito fue encontrado casi como un sitio arqueológico en el que fueron descubriendo piezas de la historia. No saben a ciencia cierta si lo que allí encontraron eran sobrantes, descartes o estudios, pero cualquier forma son pequeños y grandes testigos de su construcción.

Hace dos años lograron acceder a las carpetas de obra y encontraron planos que no sabían que existían. En esas carpetas de obra vieron información sobre quiénes trabajaron en la obra y lograron generar una cronología de los arquitectos que estuvieron a cargo del edificio hasta la actualidad. Y Carlomagno, en esa línea de tiempo, es la primera mujer. Tampoco aparecieron operarias ni artesanas. "Incluso las piezas de arte la mayor parte son de hombres, no hay casi artistas mujeres", señala.

Albañiles, artesanos, artistas y exponentes de lo más diversos oficios trabajaron en la construcción del Palacio Legislativo aunque hasta el día de hoy la cantidad de personas que trabajaron en su edificación es incierta. “Demoramos 17 años en todo el proceso de construcción, pasaron muchas generaciones de artesanos. Tenemos algunos listados pero son muy escuetos", expresa Carlomagno.

La mayoría vinieron de Italia, también hay españoles y franceses. Vino esa primera generación, alguno se volvió a su país y otros se afincaron en el Uruguay, tuvieron descendencia y esa descendencia muchas veces también fue personas que de alguna u otra forma seguían con el oficio y estuvieron trabajando luego también en el edificio. Hay hijos y nietos de aquellos primeros artesanos que siguieron trabajando en el Palacio”.

foto grupal de obreros

Hoy en día trabajan en conjunto con restauradores que recogen los conocimientos de aquello antiguos artesanos yeseros, marmolistas o frentistas. El desafío diario para el departamento de Arquitectura es mantener el valor histórico y patrimonial del edificio, al tiempo que lo preparan para las necesidades actuales del Parlamento nacional.

El Palacio Legislativo es para la arquitecta su segunda casa –desde cuando era una niña que corría por los pasillos en busca de su padre, también funcionario parlamentario, hasta que se incorporó a la plantilla y comenzó a hacer visitas guiadas por sus rincones– y esa casa está en constante transformación.

“Uno puede decir que es un edificio en permanente movimiento, nunca las edificaciones y menos las de este tipo de porte están terminadas. Siempre van a faltar cosas y cuando se terminan algunas hay que volver a empezar, porque es necesario volver a intervenirlas. Los edificios nunca se terminan, son vivos, siempre están en movimiento".

"Para mí el Palacio es mi vida", dice Carlomagno, días antes de su centenario. "Habiendo pasado 100 años de la inauguración, el hecho que podamos aportar para que este palacio luzca bien y esté lo mejor posible para las futuras generaciones es mi desvelo. Esa es mi mayor preocupación y orgullo".

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