29 de abril 2025
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27 de abril 2025 - 5:00hs

Hace algunos días, el cineasta argentino Mariano Llinás dijo en el podcast Santas Listas que hay películas que para él son parte del paisaje. O sea: hay películas que están ahí, totémicas, imperturbables en el paso del tiempo. Películas de las que ya no sabemos cuándo empezamos a escuchar. Películas que empapelan las conversaciones sobre los clásicos y cuyo legado es pesado. Llinás hablaba de Casablanca (Michael Curtiz, 1942), así que supongo que se entiende el concepto. Y traigo sus palabras hasta acá porque, en más de un sentido, siento que El gran Gatsby, la novela de Francis Scott Fitzgerald que este año celebra su centenario, es una novela paisaje.

Hice el esfuerzo, pero no logré acordarme de la primera vez que escuché o leí sobre ella. ¿Habrá sido en el liceo? No creo. En clase Hemingway monopolizaba las menciones a la Generación Perdida. ¿Habrá sido durante ese rito de paso lector en el que se persiguen las novelas del autor de Adiós a las armas y luego Faulkner, Steinbeck y los demás? Qué sé yo. Por eso El gran Gatsby es paisaje para mí: paisaje de una vida lectora sin algunos mojones claros, pero varios títulos omnipresentes.

Sé, de todas formas, que me compré la novela en Tristán Narvaja cuando vine a Montevideo a estudiar. Fue una edición del sello Debolsillo barata, de hojas amarillentas (y eso que era nueva), liviana, fea, mal traducida, descartable, desteñida. Pero todavía la tengo. Ahora mucho más desteñida. Tiene algunas marcas en los bordes que hice durante la primera lectura. Le tengo cariño, pese a todo. Repasé las páginas señaladas, esos párrafos, pero no supe qué me habría gustado guardar en esa ocasión. Los destaques que hizo mi yo lector de ¿18 años? ¿19? Ya pasó mucho tiempo.

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Por suerte volví a leerla hace poco. Lo dicho: 2025 marca el centenario de El gran Gatsby, y hace algunas semanas en el programa Oír con los ojos hicimos un especial sobre ella, que podés escuchar por acá. En la relectura me reencontré con una historia más vibrante de lo que recordaba, con personajes delineados con belleza y maestría por Fitzgerald, y en cuyo centro late un núcleo oscuro y esquivo que atrae como un imán. Sea el misterio de Jay Gatsby revelado en cuentagotas, o las intenciones veladas de Nick Carraway, Daisy o Tom Buchanan, hay algo poderoso ahí dentro. Su potencia incluso resiste la traducción nefasta que tengo a mano, que destroza la cadencia que tiene Fitzgerald, por ejemplo, en el uso de adjetivos.

Antes de seguir, me gustaría saber: ¿leíste El gran Gatsby? ¿Lo tenés pendiente? ¿Estás descubriendo su existencia en este preciso instante? Contame: [email protected]

Vamos, entonces, a comenzar con una digresión biográfica.

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Gatsby en la vida de Fitzgerald

Cuando el bueno de Scott se puso a escribir la que sería su tercera novela, El gran Gatsby, las cosas no le estaban yendo muy bien en términos económicos. El principal problema era el estilo de vida al que se había acostumbrado junto a su esposa Zelda, la persona más relevante de su vida y una pieza clave para entender el mito Fitzgerald. Ambos viajaban en un tren de despilfarro y buen pasar que no pudieron sostener. Como suele pasar, la culpa fue de la plata fácil y rápida: su primera publicación, la novela A este lado del paraíso (1920) fue un éxito impresionante en Estados Unidos y le cambió la vida y el peso de su cuenta bancaria. En 1922, además, publicó Hermosos y malditos, que lo terminó de consagrar en el mapa de la élite cultural de su país y le dio todas las credenciales posibles para ser conocido como la voz más exitosa de su generación. Scott y Zelda se transformaron en celebridades.

Pero sucedió que todo fue demasiado. Empezaron a vivir una vida opulenta, se mudaron a París, se hundieron en la era del jazz y la plata se terminó enseguida. Para entender esos años de locura y fiebre vale la pena leer París era una fiesta, de Ernest Hemingway. Para la pareja fue una época etílica, alocada, con música que sonaba hasta bien entrada la madrugada, tentaciones seductoras y una presión sorda que se agudizaba cuando el olor a la ruina empezaba a amenazar de cerca.

Cuando los problemas fueron demasiado grandes, Scott tuvo que sentarse a escribir otra vez. Había que poner el hombro de alguna forma. O las palabras, mejor dicho. Vendió algunos cuentos a revistas, negoció nuevos contratos, peleó contra sus demonios en la escritura de ese proyecto en el que confiaba y que, como le decía a Zelda, prometía devolverles el brillo. Y en términos creativos funcionó: El gran Gatsby se publicó el 10 de abril de 1925.

Sin embargo, al contrario de sus dos novelas anteriores, esta tuvo una recepción tirando a tibia y vendió pocos ejemplares. Y así, la vida de los Fitzgerald terminó de torcerse: el alcoholismo casi crónico de Scott se recrudeció, la esquizofrenia de Zelda se disparó y las deudas se los comieron vivos. El autor murió en 1940 a los 44 años, y siempre estuvo convencido de que Gatsby había sido un fracaso, y él también. Zelda murió en 1948, quemada en un incendio en el hospital psiquiátrico en el que estaba internada, mientras esperaba su terapia de electroshock de rutina.

La deriva de las obras maestras es curiosa: escrita para facturar y salvar vidas que se hundían, en su época Gatsby no funcionó ni evitó el naufragio de la pareja; hoy, en cambio, es uno de los títulos que más cerca está de ostentar ese rótulo elusivo y añorado de la Gran Novela Americana. Para muchos lo es sin discusión. Es una pena que Scott nunca llegara a saberlo.

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Gatsby en la ficción

Cuando uno abre Gatsby, se encuentra con el comienzo del largo parlamento de Nick Carraway, la voz narradora que conduce el relato. Nick es un treintañero que se muda a una zona de Long Island, en Nueva York, y alquila una casita al lado de la impresionante mansión de Jay Gatsby. Sobre el millonario al principio se sabe poco, y el misterio de su fortuna es el agua sobre la que se desliza el curso de la novela: se dicen muchas cosas sobre él, que mató a un hombre o que es contrabandista en plena ley seca, y esa reputación flota difusa sobre los locos años 20 como una niebla invisible, magnética. Lo cierto es que en su casa Gatsby arma unas fiestas increíblemente desmesuradas a la que va absolutamente todo el mundo, y Nick termina en una de ellas. Allí entabla una relación con el magnate y pronto descubre que su encuentro no fue fortuito y que Gatsby tiene intenciones por detrás: el hombre quiere reconectar con su viejo amor, que no es otro que la prima de Nick, Daisy. El problema es que Daisy está casada con Tom Buchanan, un millonario excampeón de polo con pocas pulgas y varios muertos en el placard.

Entre fiestas, apartamentos donde las discusiones se acaloran, un paisaje neoyorquino que se metamorfosea bajo la violencia veloz del progreso y la libertad del jazz que fluye entre los personajes, la novela se configura en una tragedia americana inolvidable, cargada de melancolía y la idea del paraíso perdido.

La escritura de Fitzgerald traviesa la página con una belleza sobrecogedora, y si sabés inglés y lo leíste en ese idioma, tenés un plus. Si es tu primera vez con Gatsby y tenés la posibilidad, no dudes. Como pocas veces, la traducción destruye lo que es, como dirá un invitado más adelante, una “cima del idioma inglés”. Estoy de acuerdo.

Dejo dos fragmentos por aquí como evidencia: el comienzo y el final, ambos conocidísimos y muy citados. Los dejo en inglés y en la mejor traducción que encontré. Me dirás: cómo voy a contar el final, la última oración del libro. Pero bueno, si te preocupan los spoilers, podés leer tranquilo: la última oración trasciende la idea de la trama y es un ejercicio poético tan profundo y rutilante que terminó inscripto en la tumba de Scott y Zelda. Y en el mejor recuerdo de la literatura estadounidense del siglo XX.

Gatsby empieza así:

«In my younger and more vulnerable years my father gave me some advice that I’ve been turning over in my mind ever since. “Whenever you feel like criticizing any one,” he told me, “just remember that all the people in this world haven’t had the advantages that you’ve had.”»

«En mis más jóvenes y vulnerables años, mi padre me dio un consejo que desde entonces no ha dejado de dar vueltas en mi cabeza.

—Cuando te sientas inclinado a criticar a alguien —me dijo—, recuerda que no todos en este mundo han tenido tus facilidades.»

Y termina así:

«So we beat on, boats against the current, borne back ceaselessly into the past.»

«Y así navegamos, barcos a contracorriente, remando sin cesar hacia el pasado.»

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Gatsby para dos lectores

Invité a dos grandes admiradores del Gatsby para que escribieran sus pareceres sobre la novela.

Francisco Álvez Francese - escritor, editor y crítico

«El gran Gatsby es una novela perfecta. Cada oración tiene una amplitud que disimula su belleza. Es la novela del amor perdido, del amor reencontrado, de la imposibilidad del amor y de la vida. Gatsby habla con un lenguaje muy preciso, enclavado en un tiempo, pero comenta mucho mejor que cualquier diario los fracasos de hoy: el modo fallido que tenemos de ser hombres y mujeres, de habitar nuestro mundo. Hace esto con medios muy finos, una prosa tensa, precisa y ornamentada a la vez. Traza imágenes que no se pueden olvidar, momentos realmente extáticos. Es una cima del idioma inglés, como una espina de jade: hiriente y hermosa. Todo está conmovido por el movimiento, porque Fitzgerald lo vio todo, como Daisy, incluido el futuro. Hay una electricidad que le da vida, un fulgor que nos sigue llamando.»

Mateo Piaggio - periodista de El Observador

«El Gran Gatsby hizo que viera la literatura en tres dimensiones. Me acuerdo del momento exacto. Fue durante esa escena donde están en un apartamento Tom, su amante, la hermana de ella y otras personas, y Nick mira por la ventana y se imagina a él mismo en la calle viendo hacia arriba. “Estaba adentro y afuera, simultáneamente encantado y asqueado con la inagotable variedad de la vida”. Ese desdoblamiento del narrador, aunque fuera algo simple, abrió un nuevo nivel en la literatura que hasta el momento me era invisible.

La novela también es inolvidable por la calidad de su prosa. No solo por la belleza que muestra en sus frases, sino por cómo la usa Fitzgerald como recurso para describir, con pocas líneas, facetas muy profundas de una escena o de un personaje. Es genial lo que hace con Daisy a través de algo muy específico: su voz. (Otro elemento para destacar es el hincapié en una imagen sensorial que no es la más fácil, es decir, la visual). Hay varias instancias de esto. En el primer encuentro con su prima en toda la novela, Nick dice sobre su voz: “Era el tipo de voz que el oído sigue arriba y abajo como si cada frase fuera un arreglo de notas que nunca más se va a volver a tocar”. Y cuando Tom y Daisy van finalmente a una fiesta de Gatsby, el narrador nos cuenta que “Daisy empezó a cantar junto a la música en un susurro ronco y rítmico, dándole un significado a cada palabra que nunca antes había tenido y que nunca más lo volvería a tener”. Finalmente, en uno de los principales momentos del libro, cuando conocemos el recuerdo que tiene Gatsby de Daisy, al que incesantemente trató de volver toda su vida, no necesitamos otra descripción que la siguiente para entender qué hace de ella una mujer insuperable: “Se había resfriado y eso había vuelto su voz más ronca y más encantadora que siempre”.»

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Gatsby en el cine

El gran Gatsby ha tenido varias adaptaciones al cine, pero por una razón que adjudico al propio carácter intraducible de la forma en la que trabaja las palabras Fitzgerald, hasta ahora ninguna ha sido capaz de transmitir la esencia real del material base. Voy a mencionar dos: una de 1974, protagonizada por Robert Redford y Mia Farrow, y la de 2013, con Leonardo DiCaprio y Carey Mulligan.

Si bien no es la primera que apareció, la película de 1974 si fue la que quiso intentar estar a la altura de la novela en cuanto al encanto de sus personajes, el despliegue de sus escenarios y la ambición romántica de la historia, pero lo cierto es que se queda bastante en la superficie y termina pecando de algo todavía peor: es aburridísima. Redford no es un mal Gatsby, y logra imponer el misterio de su personaje por encima de su encanto bonachón, pero Farrow como Daisy es insoportable, muy lejos del espíritu angelical y etéreo que tiene el personaje original. La película, dirigida por Jack Clayton naufraga rápido, no genera mucho más que desinterés y es un tiro fallido de Hollywood en su carrera por encontrarle la vuelta a este clásico.

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En 2013, en tanto, llegó una versión muy diferente y, hasta ahora, la última. El director australiano Baz Luhrmann puso todo su arsenal cinematográfico y económico al servicio de una adaptación que sí asumió la fastuosidad de las fiestas y que reluce con un elenco notables —DiCaprio como Gatsby, Mulligan como Daisy, Joel Edgerton como Tom, Tobey Maguire como Nick—. No soy fan de Luhrmann —de hecho: odio sus películas y su cine artificial y barroco—, pero reconozco que:

  • Es la adaptación que se apega más al tono fiestero de la era del jazz.
  • Tiene al mejor Gatsby y la mejor Daisy del cine hasta ahora, aunque Maguire como Nick es un error de casting.
  • Si zafás su comienzo, que es verdaderamente difícil y con una edición esquizofrénica, todo se encausa hacia el segundo acto.
  • Capta, en cierto punto, la tragedia de la historia. La emoción está presente.

Si te interesa, la Gatsby de Luhrmann la podés ver en Amazon Prime Video o en Max.

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De todos modos, hay una película que creo que capturó el espíritu del Gatsby como pocas, y no es precisamente una adaptación: hablo de Babylon, de Damien Chazelle. Si la viste, sabés de lo que hablo.

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Gatsby en sus portadas

Si algo acumuló este librazo en estos cien años son ediciones y portadas. Acá seleccioné algunas cuantas a modo de despedida.

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