A kilómetros de Uruguay, en la isla británica, el londinense recorre a pie un laberinto subterráneo, el metro. La forma tubular de sus túneles acompaña su apodo “The Tube” —el tubo en español—, lugar donde albergará miles de escenas únicamente vistas allí, debajo de la tierra.
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Guillermina Bragard
El metro se viste de brillantes azulejos blancos, una línea amarilla en el suelo delimitando el vagón, la plataforma y un peligroso agujero e innumerables escaleras empinadas. Es una ciudad que no ve la luz del día, es varias veces más sucia que la impecable Londres que vive encima y definitivamente algo más caótica.
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El sonido pastoso de unos blues viaja retumbando sobre los estrechos pasadizos. Es un hombre con su guitarra, amplificador y un estuche con monedas derramadas. El artista no se olvida de aquellos sin cambio en los bolsillos e interrumpe la atmósfera setentera con algo no tan clásico: un código QR con su cuenta bancaria. Su pelo rizado, pantalones acampanados y los melancólicos tonos de sus blues despiertan la teoría de sí el metro además de viajar entre la ciudad viaja en el tiempo. Las yemas de sus dedos se desgastan con tal de conseguir algún billete con el rostro de Isabel II, y cada tres minutos el hombre compite con la mujer del altavoz anunciando que el metro de la línea norte ha llegado. El acento británico, poco entendible para el oído sudamericano, advierte que las compuertas se abrirán, liberando así al hormiguero humano, asfixiado y apurado por encontrar las escaleras que lo llevarán al fin del laberinto. Cuando se despeja la puerta, el expectante pasajero en la plataforma, impaciente por conseguir asiento, pone pie en el vagón.
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Los 12 grados de un frío abril en las calles de Londres no se molestan en enfriar el microclima de la ciudad debajo. La temperatura aumenta a la par de la densidad de la multitud, y mientras te abraza ese sofocante aire denso y pesado es inevitable cuestionarse que tan necesario era ponerse un buzo de lana gruesa hoy. Además de un clima aparte, produce su propio aroma, un perfume colectivo. Humedad, calor y un cocktail de desodorantes y fragancias: un jardín que va del jazmín más sutil al cítrico más asfixiante.
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Aquí se cruzan túneles llenos de vida: trabajadores, artistas, jóvenes y ancianos, idiomas y músicas conviviendo a todas horas del día. Londres ha sido pionera en el transporte subterráneo; por allí pasan actualmente alrededor de 4 millones de pasajeros al día. Tanto el turista como el residente viaja de barrio en barrio desde 1863.
*Por Guillermina Bragard (@guillerminabragard) - Artista y narradora visual freelancer
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