10 de agosto 2025 - 10:14hs

Se suponía que la tecnología iba a desperdigar el poder. Los visionarios tempranos de Internet esperaban que la revolución digital empoderara a los individuos para liberarse de la ignorancia, la pobreza y la tiranía. Y, al menos por un tiempo, lo hizo. Pero hoy, los algoritmos cada vez más inteligentes aprenden a predecir -y dar forma- a cada una de nuestras elecciones, habilitando formas de vigilancia y control centralizado sin precedentes.

La próxima revolución de la IA podría incluso hacer que los sistemas políticos cerrados sean más estables que los abiertos, donde la transparencia, el pluralismo, los controles y balances, y otras características democráticas clave podrían convertirse en desventajas en una era de cambio exponencial. Si la apertura le dio a las democracias su ventaja, ¿podría ser esta su perdición mañana?

Hace dos décadas, esbocé la "curva en J", que vincula la apertura de un país con su estabilidad: las democracias maduras son estables porque son abiertas, las autocracias consolidadas son estables porque están cerradas, y los países atrapados en el desordenado medio tienden a romperse bajo presión.

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Pero esta relación no es estática; está moldeada por la tecnología. En ese entonces, el mundo vivía una revolución descentralizadora de telecomunicaciones e internet que conectaba a las personas en todas partes y les brindaba más información de la que jamás habían tenido acceso, inclinando la balanza hacia los ciudadanos y los sistemas políticos abiertos. Desde la caída del Muro de Berlín y la Unión Soviética hasta las revoluciones de colores en Europa del Este y la Primavera Árabe en el Medio Oriente, la liberalización global parecía inexorable.

Ese impulso se ha revertido desde entonces. La revolución descentralizadora de las TIC dio paso a una revolución centralizadora de datos, construida sobre efectos de red, vigilancia digital y empujones algorítmicos. En lugar de difundir el poder, esta tecnología lo concentró, otorgando a un pequeño número de actores que controlan los conjuntos de datos más grandes -sean gobiernos o empresas tecnológicas- la capacidad de dar forma a lo que miles de millones ven, hacen y creen.

A medida que los ciudadanos pasaban de ser agentes principales a objetos de filtros tecnológicos y recopilación de datos, los sistemas cerrados ganaron terreno. Así, los avances de las revoluciones de colores y la Primavera Árabe fueron revertidos. Hungría y Turquía han silenciado su prensa libre y politizado sus poderosos tribunales independientes. Xi Jinping ha consolidado el poder y revertido dos décadas de apertura económica en China. Lo más dramático, los Estados Unidos han pasado de ser el principal exportador mundial de democracia -aunque de manera inconsistente e hipócrita- al principal exportador de las herramientas que la socavan.

La explosión de las capacidades de inteligencia artificial está a punto de potenciar estas tendencias. Los modelos entrenados con nuestros datos privados pronto "nos conocerán" mejor que nosotros mismos, programando a los seres humanos más rápido de lo que podemos programarlos y transfiriendo aún más poder al pequeño grupo de actores que controlan los datos y los algoritmos.

Aquí, la curva en J se distorsiona. A medida que la IA se expande, tanto las sociedades cerradas como las hiperabiertas se vuelven frágiles, doblando la curva hacia una "U". Con el tiempo, a medida que la tecnología mejora y el control sobre los modelos más avanzados se consolida, la IA podría endurecer las autocracias y desgastar las democracias, invirtiendo la forma hacia una J invertida cuya pendiente estable ahora favorece a los sistemas cerrados.

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En este mundo, el Partido Comunista Chino convierte sus vastos tesoros de datos, el control estatal de la economía y el aparato de vigilancia existente en una ventaja política duradera. Estados Unidos se desplaza hacia un sistema más jerárquico, cleptocrático y tecnopolar, donde un pequeño club de titanes tecnológicos ejerce creciente influencia sobre la vida pública en busca de intereses privados. Ambos sistemas se vuelven centralizados y dominantes, a expensas de los ciudadanos, con países como India y los estados del Golfo siguiendo el mismo camino, mientras que Europa y Japón corren el riesgo de convertirse en irrelevantes geopolíticamente (o peor aún, inestabilidad interna) al quedarse atrás en la carrera por la supremacía en IA.

¿Hay alguna salida de este futuro distópico? Tal vez, si los modelos de IA descentralizados de código abierto terminan ganando. En Taiwán, ingenieros y activistas están colaborando en un modelo de código abierto basado en DeepSeek, con la esperanza de mantener la IA avanzada en manos cívicas en lugar de en manos corporativas o estatales. El éxito podría restaurar algo de la descentralización que la primera internet prometía; aunque también podría bajar la barrera para que actores maliciosos implementen capacidades dañinas. Sin embargo, por ahora, el impulso está con los modelos cerrados que concentran el poder.

La historia ofrece al menos un atisbo de esperanza. Cada revolución tecnológica previa - la imprenta, los ferrocarriles, los medios de difusión- desestabilizó primero la política, luego forzó nuevas normas e instituciones que finalmente restauraron el equilibrio entre apertura y estabilidad. La pregunta es si las democracias pueden adaptarse una vez más antes de que la IA las elimine del guion.

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