Camilo dos Santos

¿El Presupuesto sirve para ganar las elecciones de 2024?

¿Les parece que falta mucho para las próximas elecciones como para hacer estas consideraciones? Entre optimistas y pesimistas la diferencia no está tanto en los pronósticos o expectativas, y eso será relevante para el resultado de una gestión de gobierno que el voto popular juzgará dentro de cuatro años

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10 de septiembre de 2020 a las 15:41

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Con un Presupuesto no se gana una elección, pero el Presupuesto es como “la ley madre” de un gobierno y explica el plan del presidente y de su equipo para los cincos años. Es más que números, es más que cuadros con proyecciones y reparto de dinero entre casilleros de la burocracia; es lo que quiere hacer y a dónde quiere llegar.

La economía es un factor relevante en el ánimo de los consumidores, en la confianza de los ciudadanos y en la decisión de voto de los electores, pero no el único. Ahora, aunque confluyan diversos factores en la gente para elegir a sus gobernantes y apostar a una continuidad o a un cambio, “el voto que el bolsillo pronuncia” siempre es de especial atención.

¿Les parece que falta mucho para las próximas elecciones como para hacer estas consideraciones?

Los que miran la política de reojo o con ciertos prejuicios creen que “no se puede vivir pensando en elecciones”, pero lo cierto es que el buen político siempre lo hace y eso no es malo, porque se trata de pensar en la gente, en el buen o mal humor de los ciudadanos, y porque un político profesional piensa en el poder, tanto en el ejercicio de éste como en la conquista o reconquista del mismo.

¿O cómo creen que ganó Lacalle Pou en 2019? Aprovechó el escenario que generaba el oficialismo (el Frente Amplio estaba “pronto para perder”) y tenía un plan diseñado en verano de 2015 para ejecutar durante todo el quinquenio (y estar “pronto para ganar” y luego “para gobernar”).

Volvamos a la economía (y a la política).

Lacalle Pou, su ministra Azucena Arbeleche y el resto del equipo, se habían preparado para comenzar a gobernar en un año de bajo crecimiento, con restricciones de recursos y la necesidad de hacer un ajuste, y con la necesidad de incentivar el clima de inversión y la ocupación laboral.

Para 2020 se proyectaba un aumento del PIB de 2%, lo que se daba por las obras de UPM2, tanto de la planta como de infraestructura ferroviaria y otras, que significaba una variación de 1,5%. O sea que, sin el empuje de la tercera planta de celulosa, el conjunto de la economía tendía a aumentar apenas 0,5%, poco más del incremento de 2019 (0,2%).

Esa economía estancada, con desempleo en alza (10,5% en febrero) y presión inflacionaria que no cedía (siempre fuera de la meta de 3%-7%), era un escenario bastante mejor al que terminó dándose por el efecto del coronavirus, que paralizó todas las actividades en otoño y que complica la vuelta de algunos sectores, como el de turismo.

Aunque haya un factor extraordinario para explicar la baja fuerte del PIB, el gobierno se estrenó con un año de caída del PIB (3,5% según estimación oficial). Indicadores sectoriales y de anticipo de producción muestran que ya pasó lo peor, entendido por el pico más bajo de actividad, pero eso no significa volver al nivel previo a la crisis, o sea que se sigue peor de lo que ya se estaba al inicio de período.

Al gobierno lo tildan de “optimista” por las proyecciones que ha incluido en su Presupuesto, porque proyecta que la economía crecerá 4,3% el año próximo, 2,5% en 2022, 4,2% en 2023 y 3,9% en 2024.

¿El gobierno cae en ser “optimista” sin fundamento?

 

Los números proyectados lucen tan lindos que en la gráfica del tiempo de democracia, la crisis por la pandemia parece una pausa no dramática. Empero, se sabe –y el gobierno es consciente de eso- que la pandemia deja un saldo duro para la sociedad, tanto por desnudar vulnerabilidades existentes como para provocar otras.

Ahora; no es lo mismo tener un pronóstico optimista, que ser optimista.

Así lo desarrolló a inicios de este siglo, el analista argentino Mariano Grondona, yendo a la raíz indoeuropea de la palabra “optimista”, que es “op”, y que da una idea de “actividad”. De ella provienen las palabras latinas opus y opera, "obra", y “operarius”, “operario” o “trabajador”.

Sostuvo que la diferencia entre un optimista y un pesimista no es que el primero “cree que las cosas irán bien” y el otro “imagina que irán mal”, sino su actitud.

“Lo que caracteriza al optimista no es entonces su pronóstico”, que puede ser de horizonte bueno o malo, “según el margen de acción que perciba en la realidad, sino su disposición de ánimo”, sostuvo Grondona.

Lo que distingue al optimista es que está dispuesto a aprovechar las oportunidades que le ofrezca la realidad, porque no se siente ajeno a las circunstancias que lo rodean.

Volvamos al Presupuesto. Las proyecciones del equipo económico parecen demasiado buenas para una economía que venía estancada, que este año pegó caída dura.

En los factores de demanda, el consumo privado se ve afectado por baja de poder adquisitivo familiar en tercer año consecutivo (y más duro en éste); el gasto público aumenta por la pandemia pero tiende a achicarse, la inversión estatal tiene restricción fiscal, la inversión privada es cautelosa y las exportaciones están en baja este año, con cierta perspectiva de recuperación, pero no de explosión.

¿El presidente Lacalle Pou es un optimista, en el sentido de “operador” para aprovechar oportunidades y conquistar mejoras concretas?

¿Logra el presidente contagiar ánimo a su equipo, de que “sí se puede”, como para que la curva de línea punteada por ser proyección, se convierta en línea entera por datos reales?

Eso es fundamental para el resultado de este período y para ver cómo llegará el gobierno a la próxima consideración electoral de 2024.

¿Habrá un shock de optimismo en el sentido de actitud, más allá de las cifras proyectadas en una planilla?

No se puede confundir el alcance de esa “actitud”, que no es una cuestión de voluntad o de aliento tipo deportivo, sino de “operar” profesionalmente para que las cosas sucedan, o sea de hacer lo que sea necesario para que la inversión privada a la que se apunta, tenga condiciones de concretarse.

La realidad, más allá de optimistas y pesimistas, muestra que hay condiciones para un descontento social fuerte, debido a que hay una cantidad de familias sin chance real de obtener ocupación e ingresos dignos.

El presidente precisa que su equipo sea optimista en serio, en el sentido de actuar en consecuencia para lograr resultados positivos, para que cuando su gestión sea juzgada en 2024, la valoración popular sea positiva.

Soy Nelson Fernández, periodista y analista económico, columnista de El Observador. Hasta aquí, esta nueva entrega de Rincón y Misiones, la newsletter exclusiva para suscriptores Member de El Observador para entender mejor la realidad económica y los temas que tocan nuestro bolsillo, y contar con mejor información para tomar decisiones.

 

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