Empezó la discusión por el petróleo. Como era de esperar en un sistema socialista desesperado por la falta de sangre para chupar, el tema central a discutir es quién manejará la exploración, explotación y sobre todo, los ingresos futuros.
No se apuren. Aun cuando fueran exitosas las prospecciones, se está a no menos de cinco años de tener una explotación comercial.
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Menos todavía tiene el mínimo de credibilidad ante la opinión pública para que se le delegue semejante responsabilidad. Habría que pedir un esfuerzo de fe política, o de estupidez política, para conseguir apoyo para capitanear semejante proceso.
Como no hace falta explicar, supongo, c. El raro mecanismo parainstitucional uruguayo hace que los controles se diluyan en las diatribas inconducentes de comités y asambleas, o sea en la nada.
En el contexto político local habría que encontrar un mecanismo parecido al de los árabes, para poder negociar con alguna empresa americana relativamente seria, (nadie es del todo serio en el mundo del petróleo) o por lo menos eficiente, ya que en su defecto la extracción del crudo se producirá cuando todos los motores funcionen con propulsión a hidrógeno.
Hay otros aspectos más complejos. El petróleo sobra en el mundo, máxime ahora que merced a la generosidad norteamericana Irán ha vuelto a exportar. Este hecho, unido al éxito del fracking en Estados Unidos y a la decisión de Arabia Saudita de avanzar en una lucha de precios –para la que está bien preparada dado sus bajísimos costos– augura un comienzo muy azaroso.
Será muy difícil conseguir inversores mientras se esté en este mercado de demanda, sobre todo teniendo en cuenta los salarios y los costos y rigideces laborales uruguayos, que están completamente fuera de la realidad.
Ciertamente, nadie se atreve a predecir si los actuales niveles de precio se prolongarán por mucho tiempo, aunque no es arbitrario pensar que se mantendrán al menos por dos años, con algunas subas graduales desde ese momento, si efectivamente se cumplen los pronósticos optimistas. Y si la economía mundial vuelve a cobrar impulso.
Otro hecho que también conspira es el auge que están cobrando las políticas ambientales, que llevan a la utilización creciente de energías renovables. Todo esto tiene que analizarse bajo el prisma de los costos adicionales que significa la explotación submarina, que ahora debe competir contra precios imposibles de batir.
Estados Unidos tuvo la fortuna de promover los emprendimientos en el fracking en un momento de precios elevados –inversiones que hoy son costos hundidos– y además ha abaratado notablemente los costos de explotación con nuevas tecnologías y reducción de personal. No será el caso aquí.
Este panorama que seguramente no gustará –como no gusta nunca la verdad– tiene que ser enunciado para que no se pongan expectativas exageradas ni se empiecen a repartir los cachorros antes de saber cuánta es la lechada. Y también marca la importancia de que este tipo de empresas sea encarada por quienes conocen y participan en el mercado internacional, no por un comité o una asamblea de partido con fraseología de café o nacionalismos baratos.
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La idea de que estratégicamente conviene extraer petróleo a cualquier costo, además de no haber probado ser cierta, parece hoy muy lejana de la realidad. El petróleo propio no es ya un arma ni una ventaja global por el solo hecho de que un país cualquiera lo extraiga y aún cuando lo exporte. Sobran casos de países petroleros cuya economía es paupérrima, aún a precios mucho más altos que los actuales.
Esta idea de estrategia genial, sumada a la necesidad de generación de puestos de trabajo, ha llevado muchas veces a los países a caer en el proteccionismo industrial, como ocurre en Argentina, Brasil y también en Uruguay.
Una vez que una actividad es protegida, salir de ese sistema nefasto es imposible. La generación de puestos de trabajo y la ventajas estratégicas serán esgrimidas como defensa, con el apoyo de las gremiales y la prensa siempre seudonacionalista, sin tener en cuenta que cada empleo generado por ese proteccionismo cuesta 10 a 20 veces más caro que el sueldo que paga. Y también está claro que las ventajas estratégicas no se consiguen exportando commodities.
Por eso es bueno que las discusiones no se realicen en los partidos, cualquiera fuera su ideología, sino que se haga un análisis mucho más profundo sobre el mecanismo de explotación y la conveniencia o no de encarar esta explotación, al igual que los mecanismos económicos de contratación, financiamiento y sobre todo, no se caiga en el error de meter al estado en el manejo de una actividad que no sabe ni debe hacer, y mucho menos de obligarlo a subsidiarla o protegerla.
La idea de determinar en un análisis multipartidario si la explotación del petróleo será rentable o no, es esencialmente absurda. Los negocios se hacen con la gestión. El sistema oriental no permite los continuos ajustes salariales y de personal que requiere una gestión para hacer rentable los negocios de este tipo. No hay que engañarse: Uruguay no está preparado para un negocio petrolero redituable a lo largo del tiempo con precios cambiantes. La defensa de lo que cree sus conquistas laborales lo hace imposible por inflexibilidad. El costo de un barril en Arabia Saudita es de algo más de US$ 2.
La concepción con excusa ideológica de debatir para ver cómo se reparten la gestión, los cargos, las prebendas, los retornos y las utilidades, no es el modo de determinar lo que es mejor para el país. Tampoco el voluntarismo, ni siquiera el patriotismo.
No hay que disfrazarse de árabe, aunque sea carnaval.
Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América
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