PAUL FAITH / AFP

2020: ¿un año para el olvido?

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02 de enero de 2021 a las 05:04

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Se fue el 2020, considerado en casi todos lados como “annus horribilis” por los efectos sanitarios, sociales y económicos de la pandemia desatada en noviembre de 2019 en la provincia de Wuhan, en China y que llegó al resto del mundo a principios de 2020. Se esperaba que durara relativamente poco tiempo. Pero si bien hubo un afloje de los contagios y fallecimientos, tan pronto se levantaron las restricciones de circulación, se generó una segunda ola, tan o más fuerte que la primera.

Al finalizar el año, había 82 millones de personas infectadas (un gran porcentaje recuperado) y 1.8 millones de personas fallecidas a causa de la pandemia del COVID 19. Casi un 2%, aunque probablemente sea una cifra menor porque muchos casos de contagiados seguramente pasaron inadvertidos.

El balance económico no es menos sombrío. Excepto China, donde se originó el virus y donde se lo combatió con medidas draconianas que no se hubieran tolerado en otros países, todo el mundo entró en una fuerte recesión. Y si bien hay indicios de reactivación en el tercer trimestre, todavía está lejos de verse el final del túnel. Aunque en diversos grados y según la situación de los países, el 2021 mostrará un retorno al crecimiento. Lo que habrá que ver es de cuanto. Y ello dependerá de la capacidad de estímulo de los gobiernos para evitar la destrucción masiva de empresas y empleos, sobre todo pequeñas y medianas, y de las condiciones propias de las economías para recuperarse. Así, por ejemplo, en Estados Unidos y en Alemania es fácil perder empleos pero también es fácil crearlos, por la flexibilidad económica.

A la crisis sanitaria y económica, hay que agregar la crisis política. El aprovechamiento de muchos gobiernos para cercenar libertades e impulsar sus agendas reguladoras, más allá de las medidas que  deben tomarse para proteger al interés general.

Un cuarto punto negativo que ha traído esta pandemia y que cuesta medir, es la necesidad de distanciamiento de los seres queridos, de postergar casamientos, de no poder acompañar a familiares y amigos en sus últimos momentos. Son experiencias duras que cada uno ha pasado en mayor o menor medida pero que han dejado huella. Una huella difícil de aquilatar por el momento, pero huella al fin. De ahí la necesidad de poder retomar los saludos, los abrazos y las reuniones que esta pandemia ha obligado a postergar. El hombre es un ser social por naturaleza y el distanciamiento no va con nosotros.

Por todo ello, además de mantener las medidas de higiene y cuidado que parecen ser las más eficaces para evitar una propagación acelerada del virus, en todo el mundo se están apostando ingentes esfuerzos a la eficacia de las diversas vacunas que se han desarrollado en tiempo récord. Y quizá para mitad del 2021 ya se vean sus efectos positivos.

Pero esas legítimas aspiraciones y esperanzas para el 2021 no nos deben llevar a considerar el 2020 un año para el olvido. La pandemia, sus efectos y el modo de responder nos dejaron cosas positivas. Desde respuestas heroicas en el personal de la salud, que cumplieron con creces lo que se esperaba de ellos, hasta lecciones de generosidad para ayudar a los más necesitados. Es un año que ha mostrado la capacidad de resiliencia de la humanidad, de sobreponerse a un “cisne negro”, sacando fuerzas de flaqueza. De ayudar sin esperar retribución inmediata. De estar más cerca del que sufre.

Si, 2020 fue un año de muchos contratiempos sanitarios, económicos, políticos, sociales. No hicimos todo lo que planeábamos. Nos tuvimos que quedar en casa, forzada o voluntariamente. Tuvimos que cuidarnos para cuidar a los demás. Y quizá, al resignar esas cosas materiales o afectivas con las que contábamos o que dábamos por seguras, aprendimos a ser más solidarios con el amigo, con el vecino, con el desconocido incluso. Aprendimos que esta pandemia no era algo que nos podía pasar a nosotros, como una gripe, sino que era algo que nosotros podíamos trasmitir a otros si no respetábamos las distancias, si no usábamos los tapabocas, si no usábamos jabón.

Este año que se fue nos brindó una tremenda responsabilidad, la de ser posibles transmisores si no nos cuidábamos. Y también nos brindó la tremenda oportunidad de usar de nuestra libertad con responsabilidad. Quizá no se presente otra ocasión de hacerlo de modo tan marcado y tan colectivo.

¿Será pues el 2020 un año para olvidar? No lo creo. Hubo una gran calamidad pero de ella sacamos buenas lecciones, aprendimos a ser más fuertes, más solidarios, más responsables, más libres. No es poca cosa. No se puede medir en términos de PIB, que algún día se recuperará. No se puede medir en número de infectados por COVID 19, que algún día la vacuna detendrá. Ni siquiera en el doloroso número de muertos, que nadie nos va a devolver.

No me animo a despedir al 2020, con todas sus calamidades, diciendo “el 2021 será mejor y para eso no hace falta mucho” como dicen muchos de los mensajes de salutación de fin de año. Aunque si quiero que podamos recuperar la vieja normalidad de darnos la mano y un fuerte abrazo, sin tener que vivir en una burbuja.

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