JUAN MABROMATA / AFP

Alberto Fernández quema los puentes

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11 de septiembre de 2020 a las 05:04

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El historiador Luciano de Privitellio, antiguo director del Museo de la Casa Rosada, a menudo compara a la política argentina con una “rueda loca” girando sin sentido y llevándose puestos hasta sus propios logros del pasado. Di Privitellio se refiere más que nada a los gobiernos de principios del siglo XX, que desembocaron en aquella hora menguada de la historia argentina: el golpe de 1930 contra Hipólito Yrigoyen.

Un siglo ha pasado, y la misma imagen de la rueda loca es lo primero que viene a la mente al analizar el actual gobierno de Alberto Fernández. Por momentos da la sensación de que no hay nadie al mando. Por momentos, de que el mando está en otra parte pero tiene otros intereses, distintos a los del país, distintos incluso a los personales del propio Alberto Fernández, o al buen hacer de este como jefe de Estado.

Esta semana su gobierno sufrió una revuelta vergonzosa de la Policía Bonaerense, con los patrulleros que le llegaron a rodear la residencia de Olivos, en una peligrosa --por lo liminalmente golpista-- demostración de fuerza por reclamos salariales. Las reivindicaciones de los policías eran justas; sus sueldos son, en efecto, de miseria; pero esas tampoco son maneras.

Más lamentable aun fue la respuesta del presidente: luego de tres días virtualmente borrado del mapa sin acometer el problema, convocó a una conferencia en Olivos donde anunció que le quitaba 35.000 millones de argentinos (unos 472 millones de dólares al cambio vigente) al presupuesto de la ciudad de Buenos Aires, para adjudicárselos a la Provincia de Buenos Aires y que esta pueda resolver el conflicto salarial con los uniformados.

En la ciudad de Buenos Aires gobierna Horacio Rodríguez Larreta, de la coalición opositora Juntos por el Cambio; en tanto que en la Provincia lo hace el ex ministro de Economía Axel Kicillof, hombre del riñón de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner y en concreto de la Cámpora, la controvertida agrupación liderada por su hijo, Máximo Kirchner.

Alberto Fernández estaba, pues, metiendo mano a la canasta de los huevos de un opositor para darle a uno de los suyos. En tal caso, lo menos que uno esperaría sería que le avisase al primero, incluso que el anuncio lo hicieran en forma conjunta, como tantas veces lo han hecho para anunciar las extensiones de una cuarentena que se ha hecho eterna. Y de esto hace apenas unos días (no es que hayan pasado años ni meses), cuando Alberto aún llamaba a Rodríguez Larreta “mi amigo”. Pues bien, a la hora de birlarle casi 500 millones de dólares del presupuesto, al presidente no se le ocurrió consultarle nada, ni siquiera ponerlo sobre aviso, a su “amigo”. Apenas un tardío WhatsApp, enviado tres minutos antes del anuncio de marras, le adelantaba escuetamente al jefe de gobierno porteño lo que iba a suceder.

Por supuesto, hay algo más detrás y, desde luego, tiene que ver con ese alguien que mueve los hilos tras bastidores. Hace unos días, el diario La Nación reveló que en un reciente encuentro que sostuvieron en Olivos, Cristina había retado a Alberto por su alianza con Larreta y le había exigido terminar la luna de miel.

Cristina no quiere saber nada de juntas con Horacio por miedo a que ello pueda devenir en una ulterior alianza en su contra. Un Alberto hipotéticamente aislado por el kirchnerismo pero aún en la Casa Rosada, podría buscar apoyos en el jefe porteño para --quizá triangulando con Massa y alguna otra fuerza-- obtener la gobernabilidad, y acaso, por fin, la independencia para gobernar que le ha sido tan esquiva.

Por otro lado, la rebelión de la Policía Bonaerense dejó a uno de los tres delfines de Cristina, Sergio Berni, ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, seriamente tocado. Personaje más parecido a un cómic de Fontanarrosa (una especie de Boogie el aceitoso criollo) que a un político profesional, Berni se la pasaba yendo de un estudio de televisión a otro, o publicando ridículos videos donde se lo mostraba como un Rambo del Conurbano. Pero no tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo en la Policía, ni lo que los agentes planeaban en sus narices. Ha quedado como un payaso, que si no tiene que renunciar al cargo en estos días, será porque Dios, o mejor dicho, porque Cristina es grande.

Los otros dos protegidos de la expresidenta son el propio Kicillof y Máximo. Ambos han salido bastante magullados de este asunto y a ambos también los afectan los acuciantes problemas de la Provincia, que van desde la toma de tierras y la inseguridad rampante, al drama económico y social de la cuarentena.

Sin embargo, Alberto Fernández en la que tal vez hubiera sido su última oportunidad para alejarse de este trío tóxico y buscar su independencia inclinándose hacia sectores de centro y al propio Larreta, salió con una solución acorde al pensar y sentir de la expresidenta, de Máximo y de Kicilof: sacarle al gobierno de la Ciudad para darle al de la Provincia, donde están los votos que asegurarán su permanencia en el poder. De modo que Alberto mató dos pájaros de un tiro con su resolución del conflicto policial. Pero al quemar los puentes con Larreta puede que también haya enterrado para siempre sus chances de algún día gobernar por sí mismo como un auténtico jefe de Estado.

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