Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Zikitipiú

Amodio y un pasado que nos sigue dividiendo

La historia de Amodio es ineludible para cualquier periodista que se precie de tal, pero sigue siendo un asunto de ese pasado que me pudre el ánimo
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10 de julio de 2013 a las 00:00

Si un periodista consigue una entrevista con el Papa y la rechaza porque es ateo, más que periodista es un idiota. Aún los que adoramos el trabajo que nos ha tocado en suerte, estamos obligados, muchas veces, a ir detrás de cosas que nos desagradan, que preferiríamos que no, pero salvo que queramos acomodar la realidad a nuestros gustos, tenemos que hacerlo.

¿Alguien cree que los periodistas del área política disfrutan al cubrir una interpelación de las tradicionales? Un bodrio al cubo, pero negar la realidad a nuestro gusto convertiría los diarios en vehículos de ficción (a veces en realidad lo parecen).

Personalmente, los hechos del pasado reciente me pudren. Tengo claro que la imagen que doy al decir esto raya con la frivolidad, pero he llegado hasta aquí diciendo lo que pienso sin importarme el rebote, así que no creo que vaya a cambiar mucho.

Ahora, cuando surge la posibilidad de ir detrás de un mito viviente como lo es la historia de Héctor Amodio Pérez, una entrevista que consolida el prestigio de la empresa para la que uno trabaja, quizás vender algún diario más (que de eso vivimos) y otros beneficios que no vienen al caso, si alguien renuncia a ir detrás de esa historia porque el tema no le apetece, debería dejar esta profesión.

No obstante, el pasado me sigue pudriendo. Y me pudre seguramente porque no es tan pasado. Porque estas historias de mesiánicos que se mataron en nombre de ideales superiores que resultaron una bazofia, de relatos maniqueos que hablan de santos y demonios que eran mucho más parecidos de lo que la gente supone, de héroes devenidos en delincuentes comunes, de salvadores de la patria convertidos en asesinos, son historias que nos siguen enfrentando como sociedad.

El que olvida su pasado está condenado a repetirlo, decía un aviso del régimen militar. Nada decía acerca de que quien viva recordando el pasado simplemente está condenado.

Hace tiempo que no compro más versos, pero hay jóvenes que, por ejemplo, aún hoy creen que los tupamaros se alzaron contra la dictadura, que piensan que quienes están contra el revisionismo son unos fascistas y que todos los militares son unos asesinos.

Sin embargo, nadie ha valorado que la ciudadanía aportó enormes dosis de tolerancia cuando desde el poder político se siguieron caminos contrarios a lo que la mayoría había expresado democráticamente acerca de qué hacer con el pasado reciente. Como contrapartida, los manijeros de turno tienen mejor prensa en este momento histórico que las mayorías “cornudas”.

Todo esto y otras cosas que no tienen un orden ni a veces una relación directa entre ellas, forman un cóctel que me pudre.

Amodio era un objetivo ineludible para cualquier periodista que se precie de tal, pero Amodio sigue siendo el pasado. Amodio no es la enseñanza que se cae a pedazos, Amodio no son los pobres que siguen mendigando del Estado ni es la marginalidad devenida en inseguridad que atemoriza a miles. Amodio es el pasado y el pasado me pudre.

En todo caso, me interesa más Amodio hoy, con su historia personal, un tipo que es esposo, padre y abuelo, con sus 15 mil noches durmiendo con una pesada carga sobre su conciencia, en fin, cosas que a la Historia y a los historiadores seguramente no le incumban.

El resto, lo que pasó, lo que hay que contar, las preguntas que es pertinente hacer sobre este asunto del MLN, la traición, la derrota y todas las mentiras acumuladas durante 30 años, me pudren. Y aunque esta opinión no guste, tengo el atenuante de que lo que me pudre es el ánimo, las ganas, mientras que a otros parece que el pasado lo que les sigue pudriendo es el alma, y eso sí que es retrógrado y, sobre todo, muy triste.

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