Pancho Perrier

Aprender a vivir de una forma más estúpida

Uruguay tiene aún bajos porcentajes de infectados y muertos por coronavirus, e inicia la reapertura

Tiempo de lectura: -'

17 de mayo de 2020 a las 10:05

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

Después de caer en el pozo más profundo hace dos meses, la “normalidad” volvería a Uruguay a lo largo del invierno, entre junio y setiembre, aunque sea relativa y mustia, conviviendo con la peste.

Desde el comercio y los restaurantes hasta la enseñanza, pasando por el Poder Judicial y las Intendencias, abren la puerta con cautela y largos protocolos, en pasos cortos pero constantes, como ocurre en el mundo.

Hay una seria caída de la producción, quiebras de empresas de todo tipo y tamaño, ajustes y recortes, retraso en los pagos y acuerdos entre partes para evitar cierres o juicios. Y habrá un desempleo estructural alto, de dos dígitos, y más pobreza: en Uruguay y en el mundo.

El 40% de las familias uruguayas redujeron sus ingresos desde el principio de la pandemia del covid-19, a mediados de marzo, según una encuesta de Equipos, y el 67% espera que le ocurra en el futuro.

Los Estados en situación económico-financiera más equilibrada pueden realizar ayudas masivas: a las familias y a las empresas. Muchos otros no tienen chance.

Uruguay cubrirá mayoritariamente su enorme déficit con créditos de organismos internacionales (BID, CAF, Banco Mundial). Los inversores ahora son mucho más cautelosos para comprar deuda de países latinoamericanos o “emergentes”. Sin embargo el gobierno sigue vendiendo Notas en el mercado local sin mayores problemas, aunque por montos menores.

Isaac Alfie, ministro de Economía entre 2003 y 2005, en el tramo final del gobierno de Jorge Batlle, actual director de la OPP y uno de los líderes intelectuales del nuevo gobierno, dijo en Informativo Carve el martes: “Es evidente que en algunos lugares habría que hacer algo más, pero la deuda y el desequilibrio fiscal que se heredó no lo hacen posible. En un país que no tiene moneda, no es posible eso. Cualquier emisión genera inflación”.

Estados Unidos o la Unión Europea sí tienen moneda. Ellos se exceden en la emisión, como ahora a raudales, y como hicieron en 2008. Pero todo el mundo igual desea dólares y euros para ahorrar. Aún tienen una moneda, aunque se desvalorice mucho más que antes. No ocurre lo mismo con el peso uruguayo, que desde hace más de dos décadas pierde entre 8% y 10% de su valor cada año, y mucho menos con el peso argentino, destruido por la inflación.

(El gobierno uruguayo hizo un acuerdo de precios con los comercios, la receta más probada y fracasada de la historia, aunque sea útil en el corto plazo y resulte un buen gesto para la tribuna. En realidad, la subida de precios se reducirá porque el dólar moderó su ascenso, y porque, después del pico de consumo de marzo, por el encierro de las familias, la demanda cayó. La inflación acabará realmente, como situación de largo plazo, cuando el Banco Central cuide la emisión de billetes).

El 40% de las familias uruguayas redujeron sus ingresos desde el principio de la pandemia del covid-19, a mediados de marzo, según una encuesta de Equipos, y el 67% espera que le ocurra en el futuro.

Los dos vecinos de Uruguay están mal, y no son buenos socios para tirar del carro. Argentina es una bomba de tiempo, con una larguísima crisis socioeconómica agravada por el coronavirus, y el pago del presupuesto con emisión de billetes, no con recursos reales; y Brasil sufre una triple crisis: política (con un presidente delirante), sanitaria y apagón económico.

La moneda uruguaya se devaluó 17% frente al dólar en lo que va del año, el real brasileño se depreció 45%, y la cotización libre del peso argentino cayó 75%.

Argentina tiene una inflación mucho más alta que Uruguay y Brasil. Debería devaluar su moneda mucho más fuerte aún, más adelante, cuando se haga sentir plenamente el peso de la emisión.

Los muertos per capita, la forma más certera de calcular la situación de cada país ante el covid-19, muestra que los peores casos en el mundo son los de Bélgica (773 fallecidos por millón de habitantes), España (587), Italia (519), Reino Unido (495), Francia (420), Suecia (350), Holanda (326), Irlanda (305), Estados Unidos (263) y Suiza (217).

En América Latina, donde la pandemia recién empieza a golpear con dureza, los peores registros son los de Ecuador (133 muertos por millón de pobladores), Perú (69), Brasil (66), Panamá (61), Dominicana (39) y México (35). Uruguay sufrió hasta el jueves 5,4 muertos por millón de habitantes y Argentina 8.

El éxito uruguayo hasta ahora —parcial, condicional, revocable— parece responder a varias razones: baja densidad de población, incluso en sus ciudades, que son apenas aldeas extendidas; algún respeto por las reglas; sistema de salud comparativamente bueno; medidas acertadas del sistema y del gobierno, que interpretaron bien los antecedentes de Asia y Europa, y atacaron los focos al nacer. (Las matanzas en las residencias de ancianos explican parte de los desastres de Bélgica, España, Italia, Francia o Reino Unido).

A mayor cantidad de testeos, más se sabe sobre el curso de la enfermedad, y contribuye a anticipar la ola.

Hasta el jueves, Uruguay había realizado 9.000 pruebas por millón de habitantes, Brasil unos 3.500 por millón, Paraguay, 2.550, y Argentina solo 2.075. (En el otro extremo: Dinamarca lleva 64.000 test por millón).

Un nivel tan bajo de contagios y muertes en Uruguay: ¿es bueno o es malo al final? ¿No es una mera postergación, el mantenimiento de un territorio virgen, cual fruta madura, para el embate futuro de la peste? El tiempo dirá.

El mundo busca un número aceptable de muertes para relajar la cuarentena y reactivar las economías.

El desconfinamiento o apertura plantea el dilema entre el riesgo de más muertes y la destrucción económica y social.

Porque: ¿es vida permanecer encerrados durante años, con una alternancia virtual con otros humanos, sujeto a toda clase de fobias? ¿Y cómo se financia la subsistencia entre cuatro paredes y varias pantallas? La pérdida de empleos y la caída en picada de los ingresos también son mortales. La locura y el hambre matan más que el coronavirus.

El covid-19 es un nuevo huésped permanente y habrá que acomodarse a él. El virus seguirá al acecho por tiempo indefinido. No habrá “normalidad” hasta que no se cuente con una vacuna para todos; o que años de contagios masivos inmunicen al grueso de la población, salvo mutaciones. Pero asimismo el blindaje será relativo. No hay fecha de fin para esta crisis. Y podrían venir otras nuevas, impensables.

Tal vez el mundo deba aprender a vivir de una manera un poco más estúpida de lo habitual, y sentirse feliz con ello.

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.