LUIS ROBAYO / AFP

Argentina acéfala y en suspenso

Entre el ocaso político de Alberto Fernández en plena Presidencia y la llegada de Sergio Massa al Ejecutivo para tomar las riendas de la administración, el vacío de poder generó horas de gran incertidumbre y dramatismo

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29 de julio de 2022 a las 05:02

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Mi abuela paterna, que era muy creyente, contaba que hasta fines del siglo XIX-principios del XX, algunos cristianos solían aconsejar tener cuidado cuando se saludaban por el Viernes Santo: “Hay que andarse con mucho cuidado, mirá que hoy Dios no está en la Tierra”, recordaban. Según la liturgia católica, a las tres de la tarde de ese día, Cristo murió en la cruz. Y no resucitó hasta tres días después, lo que el cristianismo celebra precisamente el domingo como la Pascua de Resurrección.

Es entendible entonces que algunos creyentes sintieran en esas horas ese desamparo, o esa especie de desasosiego, ante la posibilidad de que su dios no estuviese por un instante en la Tierra, o tal vez en ninguna parte. Dilema brevísimo y pedestre que no resuelven los textos sagrados. Ni falta que les hace.

Los argentinos, empero, deben de haber sentido algo muy parecido en las últimas horas. No porque la política se asemeje en algún rasgo a la religión, ni porque alguno pueda ver al gobernante de turno como una especie de deidad, sino porque en este momento no se sabe quién gobierna en la Argentina. Tal vez sea más fácil saber quién manda; en cuyo caso la respuesta cantada parece ser: Cristina Fernández de Kirchner. ¿Pero quién gobierna?

Tras la renuncia de su exministro de Economía, Martín Guzmán, a principios de mes, el presidente Alberto Fernández decidió no dimitir él también y, en cambio, seguir ocupando la Presidencia en piloto automático; o acaso sin piloto, como sugiere un sketch humorístico en el programa de Jorge Lanata. El caso es que, sin ánimo de abusar de la metáfora, su gobierno parece hoy un barco a la deriva: sin rumbo, totalmente carente de poder y huérfano de ideas.

Desde el día siguiente a la renuncia de Guzmán, Alberto Fernández estuvo reunido con su aliado el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, para buscar una salida a la crisis política, a esa altura convertida en crisis también económica y social. Entre tanto, la vicepresidenta Cristina Kirchner -causante de la salida de Guzmán, del enfrentamiento con el presidente y, podría esgrimirse, de la propia crisis- permanecía expectante. 

Massa proponía un enroque interesante según trascendió: pasar él al Ministerio de Economía con todo un equipo técnico y político que él mismo nombraría para poner los números en negro, estabilizar la economía y devolverle al país la gobernabilidad. En buen romance, lo que Massa proponía era que le concedieran amplios poderes y las atribuciones de un súper ministro para gobernar él. Alberto se convertiría así en una figura decorativa, un “presidente a la europea” se dejaba filtrar a los medios desde el entorno de Massa.

En aquellas horas, hace casi un mes ya, los medios especulaban con que Cristina apoyaba la propuesta de Massa, pero la verdad es que ella no dijo nada, ni entonces ni nunca. 

A quien no le gustaba nada la idea era al propio presidente. Fue entonces que Daniel Scioli salió al rescate. Eterno rival de Massa en las filas del peronismo, el exgobernador de la Provincia de Buenos Aires y excandidato presidencial le propuso a Alberto a Silvina Batakis, que había sido ministra de Economía de su gobierno en la Provincia. 

El presidente la nombró en lugar de Guzmán. Y ella parecía tener las cosas claras: se propuso equilibrar las cuentas fiscales, reducir el gasto público y cumplir el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, que a Cristina le produce urticaria.

Peor aun para ella: la gran discordia en la interna oficialista era que la economía argentina necesita urgente algún tipo de ajuste y Cristina se opone tajantemente. La vicepresidenta lo ve incompatible con el triunfo electoral que ella necesita desesperadamente el año próximo. Por eso cayó Guzmán. Batakis era más de lo mismo y llevó igual fin. Solo que más rápido.

Sin el apoyo explícito de Cristina, los mercados no le creyeron a la nueva ministra: la inflación siguió su escalada imparable y el dólar se disparó. Al cabo de veinte y pocos días al frente de la cartera y, simbólicamente, tras su regreso de un viaje a Washington para aplacar a las autoridades del FMI y a los mercados internacionales, Batakis se encontró con que su cargo ya no era más su cargo. Tal vez hasta su ministerio ya no sea más el mismo ministerio.

Mientras escribo esto y la edición cierra sus páginas, se divisa humo blanco en el horizonte del río-mar: el gobierno argentino anuncia en este preciso instante la creación de un “súper” Ministerio de Economía a cargo de Sergio Massa.

Massa se ha salido con la suya. Alberto, sin opciones, no tuvo más remedio que aceptar su oferta inicial y pasa ahora a ocupar un singular banco de suplentes presidencial. 

Pero con esto el todavía presidente de la Cámara de Diputados se juega al todo o nada; su apuesta es fortísima: podría pasar a la historia como quien salvó a la Argentina en el que es tal vez su peor momento, o fracasar estrepitosamente y enterrar su carrera política para siempre. Hay que reconocerle al menos el coraje.

En cuanto al país, las horas de incertidumbre han terminado. Los argentinos respiran aliviados; al menos de momento, el calvario parece aflojar un poco. Sin embargo, que esto signifique la resurrección definitiva del gobierno argentino todavía está por verse.

Y por si fuera poco, todavía está por verse ¡qué dice Cristina!

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