Opinión > Magdalena y el bibliotecario inglés

Argumento y Feliz Año Nuevo

Tiempo de lectura: -'
30 de diciembre de 2018 a las 05:00

Por Leslie Ford, del Trinity College, en Oxford
Querida Magdalena:

 

Argumento 2019
 

Cada año que comienza nos enfrenta a la pregunta sobre el futuro: ¿Qué será de nuestras vidas? ¿Quiénes seremos dentro de 12 meses? La pregunta puede parecer retórica pues ¿quién no elegiría la mejor versión de sí mismo, si pudiera? Pero una cosa es elegir esa versión el 1º de enero, y otra muy distinta, llegar al 31 de diciembre habiéndolo logrado. Bien afirma Frank Slade, en Perfume de Mujer: “Cuando, en mi vida, he pasado por encrucijadas… siempre supe cuál era el camino correcto. Sin excepción. Pero nunca lo seguí. ¿Sabe por qué? ¡¡¡Porque era condenadamente difícil!!!”. 

Hablando de versiones y proyecciones de uno mismo, en su Poética, Aristóteles fue el primero en descubrir que la estructura de las narraciones nos podía enseñar mucho acerca de nosotros mismos, y que era por lo tanto una forma de autoconocimiento. Luego, muchos han creado paralelismos de ida y vuelta entre la escritura y la vida. ¡Recordará usted la célebre afirmación de Oscar Wilde de que la vida imita al arte!

Le propongo, pues, que intentemos hacer de nuestras vidas una obra de arte, como si el 2019 fuera un argumento que estuviéramos llamados a escribir; eso, sí, siguiendo las clásicas etapas que plantean los expertos, y que aquí enumero para usted:
Paso 1: La Premisa: Escribamos, en una sola frase, el 2019 que querríamos para nosotros.

¿Qué es lo que nosotros, los héroes, debemos hacer? Tenemos opciones:
a) Estamos resignados a que todo siga igual. 
b) Nos damos cuenta de que seguramente muchas cosas van a cambiar, lo queramos o no, pero no sabemos qué hacer al respecto. 
c) Queremos nosotros mismos producir el cambio. No cual-quier cambio. Sino el cambio que nos permita tener el 2019 que soñamos.
El héroe es el que sigue la opción c). Porque su vida no es perfecta y espera algo más grande que está esperando allí, en eso que llamamos futuro y que está adelante, no en la falsa seguridad de su pasado. Por eso, las premisas están, siempre, llenas de esperanza: ¿Será capaz Rocky -ese loser- de subirse al cuadrilátero y pelear por el campeonato del mundo de los pesos pesados?
Paso 2: Debilidad y Carencia: Identifiquemos, dentro de nosotros mismos, el defecto o la tendencia que se opone (y se opondrá) a la realización de la Premisa. Créame: la historia que nos propongamos escribir no dejará de realizarse porque los nazis nos ataquen con submarinos (aunque a veces tendremos que enfrentarnos a los malos), sino porque algo en nuestro interior nos aleje de nuestro surco y de nuestra tarea.

Paso 3: Deseo: Alentemos en nosotros el deseo de pelear. Lo interesante de esta etapa es que verifica que hemos entendido correctamente la Poética. Es decir, que no importa tanto que logremos realizar el punto 1, sino que todo se trata de que superemos el punto 2. Rocky no necesita ganarle a Apollo Creed, sino entrenar, subirse al cuadrilátero y pelear. Esa es su victoria.
Paso 4: El Plan. La etapa pensante. Con las últimas monedas que tenemos en el bolsillo, no compraremos una ametralladora para matar a los malos, sino un cuaderno Moleskine, una linda goma de pan, un sacapuntas de acero y un lápiz HB. Y escribiremos en una hoja de papel, lo que la inteligencia nos dicta: el 2019 paso a paso. (Mickey, el entrenador, protagonizado  fabulosamente por Burgess Meredith, encarna para Rocky la necesaria inteligencia y planificación).

Paso 5. La Batalla. Los héroes sentiremos dolor. Basta con recordar la cara de Stallone después de la pelea. Pero un pensamiento nos reconfortará: no nos fue mal porque quisimos pelear. Ahora sabemos que la cara nos la iban a partir en cualquier caso. Sólo que nosotros tuvimos la inteligencia de rentabilizar la paliza y convertirla en el precio con el que compramos la sabiduría. 
Paso 6. La Auto-Revelación. Estamos en diciembre de 2019. Si hemos seguido los 5 pasos anteriores, somos los felices protagonistas de nuestro argumento. Mas no porque hayamos ganado la Batalla -¡aunque quizás sí la hayamos ganado, oiga!- sino porque, en los términos del Punto 2, hemos conocido que el único enemigo que tenemos, y que debe ser vencido, somos nosotros mismos -o al menos, esa parte de nosotros mismos que el egoísmo y el miedo favorecen.
¡Muy feliz Año Nuevo, Magdalena!

Le propongo, pues, que intentemos hacer de nuestras vidas una obra de arte, como si el 2019 fuera un argumento que estuviéramos llamados a escribir

 

 

¡Feliz Año Nuevo, Leslie Ford!
 

De Magdalena Reyes Puig para Leslie Ford, del Trinity College  
Estimado Leslie

 

Alguien una vez comentó que los aficionados a la filosofía somos siempre platónicos o aristotélicos.  Entiendo que se trata de una disyuntiva bastante arbitraria ya que ambos fueron magníficos filósofos,  pero debo confesarle que la obra de Platón genera una resonancia en mi interior, algo que no logro experimentar ante el pensamiento de Aristóteles, salvo una clara excepción: su Poética.  Ésta siempre representó para mí un lúcido elogio a la poesía y me enamoró ya en la primera leída. 

Su última carta me gustó muchísimo, fundamentalmente porque en ella rescata algunas de las ideas más fascinantes de aquella obra del Estagirita para consagrarlas a la vida cotidiana.  En efecto,  su invitación a hacer de nuestra vida una obra de arte coincide con la intuición aristotélica de que “la poesía es más profunda y filosófica que la historia”.  Porque mientras la historia narra lo ocurrido en base a hechos concretos particulares –y por tanto se remite fundamentalmente al pasado-, la poesía proyecta lo que podría ocurrir a partir de las decisiones que tomamos y las acciones que emprendemos, en medio de las circunstancias en las que nos encontramos implicados.  En versos de Jaime Sabines, “La poesía ocurre diariamente, a solas, cuando el corazón del hombre se pone a pensar en la vida”. 

Por otra parte, su referencia al héroe me recordó a Emil Cioran, para quien “el verdadero héroe combate en nombre de su destino, no en nombre de una creencia”.  Al pensar en la figura del héroe, por lo general imaginamos a un ser de virtudes excepcionales, exento de error y de moral intachable, alguien que combate a favor de un gran ideal ecuménico. Pero Cioran –y usted también, Leslie- nos arranca de esa idealización (en la que muchas veces nos amparamos para no asumir la responsabilidad de tomar las riendas de nuestro propio destino) para recordarnos que todos podemos serlo si nos decidimos a ser los artífices de ese cambio que nos disponga a vivir la vida que queremos.  
Invirtiendo el título de la brillante autobiografía de García Márquez, podríamos decir que, respecto a la propia vida, hay que “contarla para vivirla”.  De lo contrario, estaremos condenados a ser actores en una historia narrada por otro, como títeres que lamentan su circunstancia y destino, desde el confort de un no tener que alentar y disponer en nosotros el deseo de cortar los hilos que nos sujetan a nuestras inseguridades y miedos.  

En su Poética, Aristóteles afirma que en determinado momento todo héroe trágico experimenta esa revelación a la que usted alude en su último punto, pero no como resultado del toque mágico de una dadivosa hada madrina, sino por obra y gracia de un profuso padecimiento. En esos mismos héroes se inspiró también Nietzsche para catapultar su célebre sentencia: “Lo que no me mata, me hace más fuerte”.  Pero –y este es un detalle que suele pasar desapercibido- para que el sufrimiento nos fortalezca, primero tenemos que poder pensarlo como necesario, o al menos como relevante para la consecución de nuestro objetivo. Porque el dolor también nos puede matar, y lo hace no sólo cuando nos deja exánimes: entre shoppings,  Netflix, Prozac y templos donde reza “Pare de sufrir”, nos creemos capaces de rehusar al sufrimiento, mientras sucumbimos en la desidia de nuestra humana debilidad, sintiéndonos víctimas –y no responsables- de nuestras propias fatalidades.  

Para elegir la mejor versión de nosotros mismos debemos cuestionar a una cultura que identifica éxito con parecer satisfecho o realizado, y no necesariamente con serlo (de hecho, para ser hay que necesariamente parecer o aparecer –feliz, claro está- en redes sociales u otros medios).  Por esto pienso que el desafío que nos propone para éste próximo 1 de enero es sin duda el más arduo, porque como bien sugirió Sócrates, “un conocimiento correcto conduce a acciones correctas”: el camino se hace al andar, es cierto, pero siempre y cuando caminemos pensando y eligiendo nuestros movimientos.  
Créame que no se trata de una mera deformación profesional, pero estoy convencida de que nos hace falta pensar más. 


 

 

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