Eduardo Espina

Eduardo Espina

The Sótano > OPINIÓN

Condenados por dormirse en público

A un político o a una figura prestigiosa se le permiten muchas cosas, menos cerrar los ojos cuando las cámaras lo están enfocando
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15 de mayo de 2019 a las 05:00

El viernes pasado asistí a la graduación de uno de mis ex estudiantes. Concluyó la licenciatura en Meteorología e iniciará ahora estudios posgraduados para obtener un doctorado y especializarse en algún asunto apasionante relacionado al clima. En otra ocasión voy a referirme a su caso, ejemplar en muchos aspectos, pues entró a los Estados Unidos indocumentado, y es hoy un “dreamer”, término que refiere a quienes viven en una especie de limbo legal en territorio estadounidense por haberse acogido al llamado Deferred Action for Childhood Arrivals o DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia). Se graduó con honores y su madre es en estos días, y en los que vendrán, la persona más feliz del planeta. Puedo entenderlo. La verdadera felicidad suele ser aquella que viene tras haber sobrevivido cataclismos y tempestades. El sol es más hermoso cuando brilla después de una tormenta.

Sin embargo, lo más emocionante y conversado de una jornada memorable para gente humilde y sufrida no fue el hecho de que JT recibió su diploma, sino algo que no estaba incluido en el libreto de las cosas previstas en una graduación universitaria. En un momento de la interminable ceremonia, uno de los decanos, figura prestigiosa en lo académico, comenzó a bostezar y a cerrar los ojos. El hecho en cualquier otra circunstancia podría haber pasado desapercibido, sin embargo, hoy en día nadie se salva de ponerse de moda en las redes sociales si por alguna razón su rostro es capturado por las cámaras de televisión. Eso fue lo que pasó: atrapado in fraganti durmiéndose ante las cámaras. Después de terminada la ceremonia, pocos hablaban de otra cosa que no fuera la imprevista siesta del académico. Una señora argentina, al parecer con muy buena memoria, comentó que el señor “hizo lo mismo que Macri”, refiriéndose al día cuando el presidente argentino pestañeó en más de una ocasión, como si hubiera sido víctima de un Valium 10, de los que los mandatarios suelen tomar cuando la inflación se dispara.

El suceso al que refería la dama presente en el acto, el del viernes, no el de 2016, fue la ceremonia pública en celebración del Bicentenario de la Independencia de Argentina, en la que Mauricio Macri fue captado por las cámaras bostezando. Eran las 11 de la mañana y por un momento pareció que iba a quedarse dormido en la parte central del acto, aunque a pesar del peso de sus párpados pudo mantenerse en estado de vigilia, salvando la situación de lo que podría haber sido un momento de ridículo. Las redes sociales se cargaron de mensajes comentando el particular momento, que sacó a la ceremonia de la rutina que caracteriza a eventos oficiales de este tipo.

La catarata de críticas recibidas por Macri en su momento fueron en muchos aspectos excesivas, pues después de todo no se trataba de un crimen, de un acto de corrupción, o de un insulto (aspectos cada vez más relacionados a la política actual), sino de un simple bostezo y de un amague de somnolencia profunda ante las cámaras de televisión. Los presidentes son humanos y por tanto, pueden ser víctimas inconscientes de las decisiones de su cuerpo, el cual en ocasiones no consulta a su propietario a la hora de actuar.

Macri no fue el primer presidente, ni será el último, en quedarse cerrar sus ojos en medio de un acto público. En octubre de 1986, con mi querido amigo Pedro Barreda, legendario profesor, crítico literario cubano y autor de uno de los mejores libros sobre el romanticismo hispanoamericano que se han escrito, asistí a un acto en la universidad de Massachusetts, campus central, en la cual iban a homenajear al entonces presidente argentino, Raúl Alfonsín, quien horas antes había llegado directamente de Argentina, tras un viaje en avión de más de 10 horas de duración. Hubo cuatro interminables oradores antes de que le tocara el turno a Alfonsín y cada una de las peroratas fue larga y pesada. Ya antes de terminar de hablar el segundo orador, Alfonsín entró en un sueño profundo arrastrado por las redes de Morfeo, como si estuviera durmiendo en la cama de un hotel cinco estrellas. El numeroso público no prestaba atención a quien estuviera hablando, sino al presidente que había llegado a Estados Unidos a dormir en público y podía.

A Donald Trump se le ha acusado de una cantidad de cosas desde que es presidente, pero no de dormirse en público. Imposible, debido a la cantidad de cafeína que corre por sus venas. Según gente que lo conoce, puede llegar a tomarse 12 Coca Colas por día, y un promedio de 9 cuando la jornada es intensa. Nadie sabe cuántas horas diarias duerme, pues manda tuits en cualquier momento de la jornada, incluso en plena madrugada, dando a entender que se acaba de levantar después de haber dormido poco o que no se ha ido a dormir y que puede seguir insomne el resto de la jornada. Si por demostrar que nunca lo atraparán durmiéndose en público dependiera su reelección, será una misión imposible intentar sacarlo de la Casa Blanca.

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