Contra la pandemia estábamos mejor

Este miércoles 1º de setiembre habrá otra muestra significativa de normalización: la apertura de fronteras para los extranjeros con propiedades en Uruguay, que estén inmunizados y tengan una prueba PCR negativa. Luego, el 1º de noviembre, podrá ingresar cualquier extranjero inmunizado y con una prueba PCR.

El objetivo es ir hacia una completa recuperación de la economía, que todavía carga el lastre de la depresión de los servicios vinculados al turismo (hoteles, restaurantes, transporte, comercios varios).

En 2017 el sector turístico llegó a emplear a más de 100.000 personas, y significó alrededor del 7% del producto bruto de Uruguay. El mayor número de visitantes se dirige a Montevideo, aunque la zona de mayor gasto e inversión es Punta del Este.

El sector es particularmente dependiente de la región. Alrededor del 70% de los visitantes son argentinos o uruguayos que residen en Argentina, en tanto 13% provienen de Brasil y sólo 6 o 7% desde Europa y América del Norte.

Pero ahora la situación económica argentina y la enorme brecha de precios entre las dos márgenes del Plata devalúan las expectativas.

Los ministros de Turismo uruguayos de hoy y de siempre suelen promocionarse a sí mismos como artífices principales de esa industria. Pero las estadísticas de casi un siglo demuestran que el verdadero ministro de Turismo de Uruguay son el tipo de cambio y las facilidades o las trabas que los gobiernos argentinos impongan a los viajeros.

La economía argentina está ahora en el mismo nivel de 2006 o 2007 y tiene uno de los peores desempeños de América Latina. Padece una gran inflación reprimida, después de las grandes emisiones de papel moneda del año pasado, y así se mantendrá al menos hasta que se complete el ciclo electoral: primarias el 12 de setiembre y legislativas el 14 de noviembre.

El tipo de cambio actual es de cuatro pesos argentinos por cada peso uruguayo. Pero como nadie quiere pesos argentinos, deben pagar alrededor de 20 a uno, según la pizarra del BROU, una cifra catastrófica.

Las clases más acomodadas, que suelen tener colocaciones en el exterior, podrán viajar a Uruguay sin mayores traumas; pero no así la clase media con pretensiones, esa que llenó las playas hasta 2017, cuando un peso argentino valía dos uruguayos, antes del desbarranque general.

El flujo bien puede darse vuelta. Muchos uruguayos se sentirán tentados a cruzar la frontera: ya sea montevideanos hacia Buenos Aires, o pobladores del litoral, desde Mercedes a Salto, habituados a proveerse en Gualeguaychú, Colón o Concordia, donde un litro de nafta cuesta 25 pesos uruguayos (según el dólar “blue”).

Una repetición de las experiencias del “turismo de compras” en la Argentina desfondada de 1981-1982 y 2001-2002, hasta ahora impedido por la pandemia y el cierre de fronteras, puede levantar vientos de fronda que sacudirían al pequeño chinchorro oriental.

La caída de Germán Cardoso y el proceso de designación de Tabaré Viera como ministro de Turismo hablan más de los problemas de la coalición —y del Partido Colorado— que de esperanzas para los empresarios del sector.

La opinión de Julio Sanguinetti, a pesar de su desgaste personal, tiene mucho peso en el gobierno. Al fin de cuentas, él es lo más solvente y emblemático que queda del viejo partido: el interlocutor más confiable, después de la asombrosa huida de Ernesto Talvi en julio de 2020.

En las últimas cuatro elecciones nacionales, de 2004 a 2019, el Partido Colorado, el antiguo partido de gobierno, el partido que siempre ganaba, promedió apenas el 13,2% de los votos nacionales.

Su debacle se formalizó durante la crisis de 2002, en el gobierno de Jorge Batlle, pero se había iniciado mucho antes: a partir de 1971, cuando el escenario político nacional comenzó a partirse en tres segmentos. A la larga, el Frente Amplio se apropió de buena parte del discurso y de la nostalgia batllista, en tanto el Partido Nacional, mal que bien, se conservó mejor gracias a su perfil liberal, entre contestatario y conservador.

Las rencillas entre colorados no son las únicas señales de que la coalición de gobierno aún está en fase de ensamble.

“No está costando caro esta gente” de Cabildo Abierto, escribió Sandra Etcheverry, una de las directoras del INISA, en un grupo de WhatsApp que integra junto con otros dirigentes del Partido Nacional, según publicó el semanario Búsqueda. 

El general Guido Manini Ríos, líder de Cabildo Abierto, un sector decisivo gracias al 11% de los sufragios que obtuvo en 2019, había sugerido al diario El País la destitución de Etcheverry.

Las disfuncionalidades de la coalición de gobierno envalentonan a la oposición.

Derogar la ley de urgente consideración (LUC) —“pararle el carro al gobierno”, al decir de José Mujica— es la principal apuesta de la izquierda para cimentar su resurgimiento; una huida hacia adelante, sin revisiones traumáticas de sus problemas internos, y en espera de una renovación milagrosa de sus liderazgos y de su atractivo electoral.

“Las firmas nos han dado un posicionamiento y un ánimo que no estábamos teniendo (…). Si cambiamos el escenario político porque presentamos las firmas, imaginen cómo va a cambiar el día en que ganemos el referéndum”, dijo el senador Mario Bergara a un grupo de militantes del Frente Amplio en un comité de base del Parque Rodó, según publicó La Diaria.

Bien puede ocurrir que un día los hombres y mujeres del gobierno digan, con nostalgia: durante la lucha contra la pandemia, entre el miedo y cierta épica, estábamos mejor.