Por Daniel Colombo - El Cronista (RIPE)
“China está muy lejos", "Allá viven muy amontonados", "Están exagerando", "No hay ninguna posibilidad de que nos toque” decían muchos -quizás vos mismo- hace unas semanas.
Pero el coronavirus llegó. Y la pandemia viene a desafiar el comportamiento de los estados, de las sociedades, de las empresas y también de los individuos. Seguramente, en estos días te preguntaste:
¿Tiene que venir un virus para darme cuenta de lo efímera que es la vida?
¿Es una pandemia lo que necesito para empezar a cambiar hábitos?
¿Estoy preparado para convivir 24/7 con mi pareja, hijos, familia, amigos o en soledad?
¿Tengo las habilidades necesarias para hacer home office durante un período largo?
Ante las crisis, los seres humanos somos adaptativos. Es decir: en sintonía con el rasgo primario y reptiliano de afrontamiento o huida, algunas personas eligen escapar y otras prefieren asumir lo que está pasando y accionar. Se suma que estamos en un mundo VICA (volátil, incierto, cambiante y ambiguo). ¿Cómo salir fortalecidos de la catástrofe económica y financiera que conlleva la cancelación de miles de vuelos y eventos culturales, del bloqueo de fronteras y los períodos de cuarentena?
Hasta las organizaciones más pequeñas comienzan a enviar a sus empleados a trabajar desde su casa. Es una realidad que el trabajo a distancia nos acompañará al menos hasta que el coronavirus emprenda su lenta retirada. Esto demostró que las políticas corporativas tienen mucha similitud con las políticas de Estado: en casi todos los países, el coronavirus reveló falta de protocolos, autoridades que minimizan los hechos y escasa de sensatez individual.
Forzadas por las circunstancias, incluso las organizaciones más anticuadas están considerando adoptar las nuevas formas de trabajo remoto y empiezan a liberar a los empleados rehenes en oficinas sin ventilación, sin desinfección cotidiana y sin medidas de prevención para que, por fin, pueda instaurarse la posibilidad del trabajo a distancia y más flexible.
Todo lo que vivimos es un espejo de lo que necesitamos aprender. El coronavirus nos enseña, con su potencia y capacidad de expansión, que si seguimos mirando para otro lado (de nosotros mismos, de la naturaleza, de los afectos, de los trabajos), el mundo se va a ir acabando de a poco.
Este puede ser un momento refundacional en tu vida y carrera si...
La cuarentena puede enseñarte a organizarte mejor, a resolver todos los asuntos pendientes, a responder rápidamente los mails y a ser más empático con los demás, ya que no tenés la opción del cara a cara para gestionar pedidos o reclamos. Desde luego, puede suceder que te sientas perdido y desorientado, incluso abandonado, por "papá empresa/mamá jefe" al verte ante la obligación de trabajar a distancia, apenas conectado con tu líder, tu equipo y tus compañeros por teléfono, skype o mail.
Si no te emancipás emocionalmente de las fuentes a las que entregaste poder sobre vos, vas a estar en serias complicaciones. Porque por más que haya una red de soporte activa, ya no tendrás excusas para mostrar lo que estás o no estás haciendo: quedarás en evidencia con los informes que no entregues a tiempo, con tu desequilibrio emocional por sentirte demasiado libre, con tu falta de habilidad para trabajar en equipo de modo remoto. ¿Lo bueno de esta situación? Aunque sea a la fuerza, vas a descubrir las habilidades blandas que necesitás entrenar para comunicarte mejor, ser empático, tener paciencia, ser proactivo.
Así como el mundo libra una batalla para superar el coronavirus, es posible que tu equilibrio emocional se vea desafiado al darte cuenta de que la guerra más grande no está ahí afuera, sino adentro de tu hogar. La sugerencia es que actives tu propio protocolo de emergencia. Para eso, implementá reglas especiales para el nuevo formato de convivencia 24/7 con tu pareja, hijos, familia o amigos.
Es clave que sean conversadas, acordadas y cumplidas, empezando por vos. Para que trabajar en casa no impacte en tu vida personal, es preciso que busques un lugar específico donde instalarte cada día y que sostengas las rutinas productivas apropiadas, aunque con un lógico margen de flexibilidad.
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