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Cuando “concha” dejó de ser un pan dulce y pasó a ser mala palabra

En los liceos uruguayos hay 674 estudiantes extranjeros que se enfrentan todos los días a un choque cultural que mezcla xenofobia, compañerismo y desafíos educativos.
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19 de noviembre de 2018 a las 19:34

Por Agustín Herrero y Magdalena Cabrera

Sentados en un salón del liceo N°5 José Pedro Varela, dos estudiantes inmigrantes se ríen a carcajadas junto a dos uruguayos y una profesora. Los extranjeros olvidan por esos instantes la miseria que los hizo partir y la nostalgia que aún esconden en el alma. Los uruguayos, por su parte, no hacen distinción de acentos, no los miran raro ni los etiquetan con ningún apodo ofensivo. Se ríen sabiendo que son ciudadanos del mundo y que las fronteras, al fin y al cabo, son imaginarias.

La carcajada grupal aumenta cuando escuchan las anécdotas de Santiago Pereyra, un estudiante de tercer año, que tiene 14 años y llegó a los 5 a Uruguay proveniente de México

“Yo me acuerdo que cuando estaba en la escuela acá en Uruguay, tenía un compañero que le decían “El Chinga” y allá en México “chingar” es una grosería, una manera vulgar de referirse a tener relaciones sexuales. A mí me causaba mucha gracia que a mi amigo le gritaran: -Chinga, vení para acá”, recuerda Pereyra.

Una situación similar vivió con la palabra “concha”. “Allá en México es un pan dulce que se come, a veces en festividades religiosas, y a mí me fascinaba. Una vez le dije a un compañero que a mí me fascinaban las conchas y comía muchas conchas y me miró sorprendido, no podía creer lo que le estaba diciendo”, cuenta entre risas.

Y así como no sabía eso, tampoco comprendía lo que era una cucheta. “Para mí era algo nuevo ver una cama arriba de otra. Allá usamos marineras, no cuchetas”, dice el joven que confiesa sentirse adaptado luego de nueve años en el país.    

Es que la brecha cultural se nota y más aún, cuando los inmigrantes recién llegan al país.

Ese es el caso de Jades Pabon, que también está cursando tercero en el liceo 5 pero que, a diferencia de Santiago, se fue de Venezuela junto con su hermana hace solo nueve meses para llegar a un Uruguay donde lo recibió su papá con su esposa que ya llevaban un año en el país. “El trato de los uruguayos es excelente”, asegura Pabon.

En los liceos uruguayos hay 674 estudiantes extranjeros. Los departamentos que tienen más son Montevideo (407), Canelones (91) y Maldonado (54). Y aunque las colectividades más numerosas provienen de Argentina, Brasil y Venezuela, hay 28 nacionalidades más representadas: Alemania, Australia, Austria, Bélgica, Chile, Colombia, Corea del Sur, Cuba, Dinamarca, Ecuador, España, Estados Unidos, Estonia, Francia, Haití, Honduras, Inglaterra, Israel, Letonia, Irán, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, República Checa, República Dominicana, Siria y Turquía.        

Pabon confiesa que adaptarse al liceo le costó porque le era difícil integrarse a grupos de amigos ya establecidos. Ahora dice que de a poco se fue acostumbrando y que “gracias a Dios hay compañeros que te tratan súper bien y siempre te ayudan, tanto en cosas nuevas como con palabras que no entiendas”.

Pero según Valeria Perotta, una compañera de liceo nacida en Uruguay, los uruguayos no siempre son buenos anfitriones. “Yo en la escuela tenía una compañera que era peruana y a veces la molestaban o discriminaban por eso y yo saltaba a defenderla. No entiendo qué motivo tienen para discriminarla por ser de otro país”, dice Valeria. “La gurisa no tomaba mate y algunos le decían ´qué te pensás que sos para no tomar mate´”, cuenta la joven que según su profesora es la “defensora” de la clase.

Santiago Pereyra cree que la discriminación es moneda corriente y que las etiquetas y prejuicios son la base de las ofensas. “Ahora como en Venezuela hay dictadura y hay gente que se muere de hambre, ya a los venezolanos se les comienza a hacer algún chiste ofensivo. En Perú como comen palomas, ya se los tilda de eso. En México porque tienen problemas con Trump, nos tildan de saltamuros o narcotraficantes, porque hay mucho narcotráfico”, dice.

Pabon, por su parte, explica que en el liceo nunca se sintió discriminada pero que en la calle ha sido víctima en más de una oportunidad. “Una vez yo estaba hablando por teléfono en el ómnibus, se me notó el acento venezolano obviamente, y un señor cuando está a punto de bajarse dice: “uy, por qué tiene que haber venezolanos acá”, cuenta. “A mis hermanos, cuando estaban en el supermercado, un señor les escuchó el acento y les empezó a decir un montón de cosas: que eran unos ladrones y muchas cosas más”, agrega.

“A mí me preocupa que un país que nació de inmigrantes tenga actitudes xenofóbicas”, acota al respecto la profesora Ana Resbani.

Pero el choque cultural que enfrentaron –y aún enfrentan- Pereyra y Pabon no están solamente relacionados a la xenofobia. Las diferencias educativas entre su país de origen y Uruguay también fue un impacto que están aprendiendo a amortiguar mientras el tiempo pasa y se adaptan al sistema.

“Adaptarse al estudio acá en Uruguay fue mucho más difícil porque la educación en Venezuela ha bajado muchísimo. Cuando llegué acá fui bombardeada con un montón de temas y yo los veía y decía: Whaat? Yo nunca vi todo esto. Me costó bastante, pero bueno mis compañeros me ayudaron y ya me estoy adaptando mejor”, cuenta Pabon.

Pereyra explica la situación en la misma sintonía: “Según tengo entendido la educación en México es pésima comparada con la de Uruguay. La gente acostumbra a ir a colegios privados”.

“Por lo menos, aquí hay escritos”, se consuela Pabon de una manera bastante extraña para ser una estudiante adolescente. “Es que allá todos los profesores se regían por lo que decía la directora”, explica. “Además, había solo un receso (recreo) de 10 minutos ¡en siete horas de clase!”.

De todas formas, la profesora asegura que “la mayoría de los estudiantes inmigrantes tienen un nivel medio-alto para arriba”, a pesar del desfasaje con el que se encuentran. “Los chicos inmigrantes son muy aplicados y estudiosos. Creo que tiene que ver con que cuando uno se va a otro lugar, abandonando un montón de cosas, lo hace en busca de algo mejor, y ese algo mejor implica también el sacrificio y el esfuerzo. Y no en todos lados la educación es gratuita. Entonces creo que es un tema de aprovechar las oportunidades”, dice Resbani.

La docente también pone énfasis en el respeto que los estudiantes inmigrantes demuestran tener en varias ocasiones. “A los profesores nos llama la atención que cuando levantan la mano dicen: “disculpe, profesora” y siempre nos hablan de usted. Con uruguayos eso solo me pasó unas pocas veces, cuando comencé a trabajar, hace veinte años”, dice.

Y enseguida Pabon, la joven venezolana, cuenta que eso para ella es algo normal y cuando llegó fue una de las cosas que más le extrañó. “Hay algunos compañeros que llaman a los profesores por su nombre y eso a mí me parece una falta de respeto”, dice.

Pereyra, que hace nueve años vive en Uruguay, ya habla como un oriental más y hasta se anima a dividir al país en dos épocas que le tocó vivir: “Yo puedo dividir al Uruguay en dos: el que era cuando llegué y lo que es ahora. Antes me acuerdo que jugábamos al manchado en la calle y podíamos quedarnos tranquilos hasta la noche y hoy en día camino las cuadras de la parada del ómnibus a mi casa con miedo y perseguido”.

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