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Cuando las tragedias dan risa

Humor negro, algo de casi todos los días
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22 de enero de 2019 a las 05:03

Por Jaime Clara

Galeno (129 aC) fue el más destacado médico de la antigüedad después de Hipócrates. Sus estudios sobre anatomía de los animales y sus observaciones sobre el funcionamiento del cuerpo humano dominaron la teoría y la práctica de la medicina durante 1.400 años. Fue quien descubrió y definió los humores, que son líquidos en el cuerpo de los animales, incluido el hombre.

Hay quienes dicen que intentar definir lo que se entiende por humor demuestra la falta del mismo. “El humor, no es un género, sino una actitud ante el mundo, que se encuentra en todos los géneros. No es un género en sí mismo, ni humorismo es necesariamente buen humor”, dice el escritor argentino Eduardo Stilman. En literatura, artes plásticas, teatro, periodismo, en medios audiovisuales, lo gracioso ocupa un lugar de privilegio. La sátira y los mecanismos para provocar la sonrisa, cuando no la risa lisa y llana, tiene una rica historia artística.

Hugo Achugar observa, en estos tiempos, la irrupción en el espacio público de lo íntimo, de lo privado que es, para la estética de la modernidad, “un ejemplo de mal gusto y de ordinariez”. Agrega que el referente chiste de salón se perdió, y que tanto aquel lenguaje de sala y chiste, hoy son elementos públicos y masificados.

Negro humor 

Lo que parece cosa de todos los días, es el resultado de una larga tradición de la práctica del humor en diferentes géneros. En particular el humor negro cuenta con una rica historia a la cual han ingresado reconocidos nombres, que destilaron su gracia de manera insólita. De todos modos, Siltman, dice que hablar de este tipo de humoradas es redundante ya que todo humorismo tiene su negrura, que se diluye o acentúa de acuerdo a la situación.

Lo que se conoce como humor negro tiene características más o menos establecidas. Se conjugan crueldad, malicia, mordacidad, lo tenebroso, macabro, sorna, algo de pánico, desprecio, terror, a veces con presencia de la muerte. Todo esto provoca en el espectador reacciones consonantes.

El primero que aludió a esta forma de humor fue Aristóteles, cuando llamó a la melancolía bilis negra y dijo que, en dosis adecuadas, es un ingrediente del genio, pero que, poseía en exceso, lo es de la locura.

En su Antología del humor negro, André Bretón señala a Jonathan Swift (1665) como el verdadero iniciador de este tipo de humor, “tiene todo derecho a aparecer como el inventor de la broma feroz y fúnebre”. A partir de allí se suman el Marques de Sade (1740), Charles Baudelaire (1821) para quien “lo fascinante del mal gusto, es el placer aristocrático de disfrutar”, el matemático Lewis Carroll (1832)  que más allá de Alicia en el país de las maravillas recurrió reiteradamente al seudónimo de Sr. Dogson para escribir artículos inconvenientes para su tiempo.

Friedrich Nietzsche (1844) que considera que “el remordimiento es como la mordedura de un perro en una piedra una tontería”, el Conde Lautéamont (1846) en sus Cantos de Maldoror, Arthur Rimbaud (1854) “tenía calor, mis pies ardían bajo su mirada y nadaban en el sudor, pues me decía: esos calcetines que llevo desde hace un mes son de un donde amor...”, Oscar Wilde (1854), Franz Kafka (1883), Alfred Jarry (1873) que sentenció que “a los viejos hay que matarlos jóvenes”, Eugéne Ionesco (1912), George Brassens (1893) que escribió en su testamento que no quería que su mujer apelara a la cebolla cuando lo tuviera que llorar, entre otros, integran una larga lista de sátira, donde cada uno es infractor, que se burla de la derrota y goza con desgracias propias o ajenas. Todos complacidos con herejías, asesinatos, suicidios, torturas o canibaslimos.

En la historia oscura de los cínicos, se destacan dos autores paradigmáticos: Bierce y Topor.

Amorse Birece (1842) fue el creador del Diccionario del diablo. De infancia desgraciada y sórdida en Ohio, cansado por el asma, viajó a México en 193, donde escribió en una última carta “¡Ah! Desaparecer en una guerra civil ¡qué envidiable eutanasia!”. Se unió a las tropas de Pancho Villa y se esfumó en el más profundo misterio, como en alguno de sus fantasiosos relatos.

Roland Topor (1938) es un morboso dibujante francés, con humor sombrío y cruel. No llega a la muerte en sus dibujos, de trazo infantil –enfant terrible- sino que se queda en la tortura y el sufrimiento del protagonista. Son escasas las ilustraciones de Topor en los que aparece un cadáver, a cambio de innumerables en las que se muestran situaciones de sufrimiento, provocado paciente y sutilmente.

Este lado del mundo

También en el Río de la Plata se encuentran ejemplos de humor negro. La larga tradición de la caricatura es una muestra evidente de despiadadas miradas sobre la  sociedad y la política.  Exitosas tiras cómicas como Cicuta, El otro yo del Dr. Merengue, de Lino Palacio y Faruk y Fallutelli,creado por Divito, tuvieron a las maldades como signo de sus personajes en la segunda mitad del siglo pasado. O la famosa Clínica del Dr. Cureta, de Meiji y Ceo o el abogado Piccafeces, de Alfredo Grondona White, un leguleyo argentino que trabajaba con la consigna "yo no sirvo a la justicia; la justicia me sirve a mí", ambas historietas de la revista “Humor”.

En literatura, dos ejemplos argentinos: Adolfo Bioy Casares (1914) con Diario de la guerra del cerdo o Julio Cortázar (1914) con relatos como Conducta en los velorios. “Llegamos de a uno o de a dos, saludamos a los deudos, a quienes se reconoce fácilmente porque lloran apenas ven entrar a alguien y vamos a inclinarnos ante el difunto, escoltados pro algún pariente cercano”. En las últimas décadas los libros de Roberto Fontanarrosa (1944) ha desplegado una galería de personajes que enfrentan las más insólitas y macabras situaciones en varios de sus relatos.

Alfredo Mario Ferreiro (1899) fue el escritor uruguayo que obligó a imaginar un hombre que se comió un autobús y Arthur N. García, (1906) trabajó en diferentes variantes del humor negro, tanto en publicaciones como en radio. “La comicidad surge de contrastar un sentimiento solemne con una versión tan groseramente simplista; nada más infalible, en ese sentido, que ridiculizar la visión reverente que se espera, subrogándola por una familiaridad irrespetuosa y chocarrera”, escribió Washington Lockart sobre Wimpi.

La lista en Uruguay es extensa, pero basta mencionar a algunos humoristas que han cultivado la sátira, muchas veces espeluznante para divertir: Julio César Puppo, El Hachero, (1093), Julio E. Suárez, Peloduro (1909), Omar Prego (1927), bajo el seudónimo Melquíades, Julio César Castro, Juceca, (1928), César di Candia (1929) Jorge “Cuque” Sclavo (1936), Mario Levrero (1940) y Leo Maslíah (1954).

 “–Me olvidaba m’ijo. Por lo de la vesícula no se preocupe. A lo mejor son cálculos, pero se opera. Eso sí. Un poco doloroso. Pero es un tiempo nomás. Porque mire m’ijo lo que hacen estos cuchilleros es abrir, después le revuelven un poco y... ¡Y caí! Cuando desperté en la camilla del médico me reanimé. No sé si fue una cosa que me hicieron oler o la mirada dulce de la secretaria”, escribió Sclavo en su cuento ¡A desesperar, a desesperar!

Leo Maslíah escribió canciones y textos de humor negro desde su primer disco, como  La chusma que cuenta que “en camino al casamiento / bastante cerca del puerto / en un choque muy violento  / lo siento, dijo el actuario a la novia / fue un original velorio / masitas a troche y moche / la novia lloró el velorio / su padre lloró el derroche  / que noche, que mano para irse al mazo...”

En ilustraciones Pilar González, Clarel Neme, Fermín Hontou, Alvaro Amengual y Arotxa han recorrido también el camino de la sátira despiadada.

El humor negro es un humor rebelde y despiadado. Existe desde hace larga data y forma parte de la más pura tradición humana, pese a que disguste a muchos, sobre todo a las víctimas.

Esta nota fue originalmente publicada en el blog Delicatessen

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