Espectáculos y Cultura > Entrevista

Dani Umpi sobre haber sido gay en los 90, la autocensura y la derecha visible

El artista uruguayo pasó por Montevideo para presentar la reedición de su novela Sólo te quiero como amigo, publicada por primera vez en 2006 y cuya vigencia se mantiene intacta
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25 de octubre de 2019 a las 05:00

La última vez que Dani Umpi –escritor, cantante, artista plástico, fotógrafo, creador– pasó por Tacuarembó fue hace más o menos dos meses. Cada tanto le gusta volver a su pueblo. “Siempre estamos volviendo a casa”, le dijo el año pasado a un periodista que también escribe en estas páginas. En todas sus visitas hace casi lo mismo. Va a la casa de sus padres –que durante años también fue su casa– y visita a sus abuelos. Uno de ellos tiene 104 años. 

Umpi (44) no tiene un vínculo telefónico muy fluido con su familia. Entonces, cuando pasa mucho tiempo sin saber de ellos, extraña y vuelve. Esos días se diluyen en conversaciones y silencios donde el traje de artista bizarro y transgresor queda en vigilia en alguna ciudad. Puede ser Montevideo o Buenos Aires, pero ahí es donde debe quedarse: al refugio de una esquina descuidada y más o menos anónima. 

En Tacuarembó a Umpi le quedan solo algunos casetes y discos viejos. Esos que musicalizaban las tardes bajo el calor infernal del norte que hacía hervir sus hormonas adolescentes. Si no fuera por sus padres, sus abuelos y esas cajas enmohecidas donde ya no queda ni siquiera nostalgia, tal vez no regresaría.

Umpi tiene una pulsión nómade, pero ahora hace cinco años que vive en Argentina. Aunque va y viene. Tiene un taller en el Once de Buenos Aires en donde pasa casi todo el día trabajando, y un departamento a seis paradas de metro en Villa Ortúzar. Divide su tiempo entre el arte plástico y gráfico, dos proyectos musicales y algún otro trabajo que pueda conseguir. Ahora, por ejemplo, está moderando unas entrevistas en vivo a personalidades del ámbito cultural. Esta semana le tocó a Julieta Venegas y a la escritora argentina Mariana Enríquez. Dice que las entradas se agotan. Hace dos años dejó de escribir novelas.

Vive en Buenos Aires porque de tanto en tanto Montevideo lo ahoga. Buenos Aires también, pero por ahora viene bien, no hay tanto hartazgo. Igual siempre está pensando en un próximo destino porque nunca deja de ver ambas ciudades con una mirada turística. Lo bueno es que este zapping entre orillas rioplatenses lo hizo darse cuenta de que Montevideo siempre está cambiando. Antes le parecía que no, que la ciudad estaba estancada. Puede que su aventura de estudiante del interior que se muda a la capital y vive donde puede, con quien puede y con poquitas cosas, le haya provocado esto. Huidizo es la palabra que le gusta para describir su tendencia al desarraigo.  

La excusa de esta entrevista y el motivo de su paso por Uruguay es la reedición de una de sus novelas, Sólo te quiero como amigo. Umpi la publicó por primera vez en el 2006. Es la historia de los primeros intentos de un veinteañero gay que vive en Montevideo en la primera década del siglo XXI. Hay mudanzas y desamores y pocas pretensiones. 

Hay una imagen o una idea de lo bizarro que nutre tu arte. Pero ahora, gracias a las nuevas generaciones, esa imagen cool puede caer en el lugar común. ¿Cómo te reinventás para seguir transgrediendo en un mundo que ya es bastante transgresor?

Lo bizarro es un lenguaje en sí mismo que me fascina. A veces esos gustos no los elegís. Lo diferente ahora es la visibilidad que tiene esa forma, ese lenguaje. Cosas que hice en otro momento hoy están mejor contextualizadas, o se pueden procesar más sin que parezcan un acto de rebeldía de un veinteañero de Montevideo. Lo cierto es que para reinventarme siempre intento ser muy fiel a lo que voy sintiendo. Sigo buscando mi voz, mi forma, mi lenguaje.

¿Cómo evolucionó tu voz desde la primera publicación de Sólo te quiero como amigo, en 2006, hasta hoy?

Es menos auto paródica. Sobre todo en lo musical porque en las novelas siempre es un personaje el que habla. Aunque tenga un tono mío nunca es algo tan relacionado a mi vida o a cómo me quiero mostrar. Mi voz evolucionó a que me pongo más firme con algunos caprichos y ya no voy tanto por el lado del humor ácido. Siempre tuve un manejo del humor un poco extraño en el que estaba muy cómodo. Ahora me gusta, pero no lo hago tanto.

¿Te pasó de releer el libro y decir 'no hubiese escrito esto' o 'esto lo hubiese hecho distinto'? ¿Cómo es tu vínculo con tu obra anterior?

Me pasa una cosa muy antipática y arrogante y es que miro todo lo que hice y siento que siempre estuve bien. Ahora no contaría esa historia porque es otro momento, pero para el momento en el que estaba y la edad que tenía me parece que está bastante bien. Todo lo que sale en la prensa sobre este libro habla de la vigencia, es algo que ocurre porque la trama cuenta los primeros tropiezos de un veinteañero. Eso sigue sucediendo. Aunque ahora el amor romántico sea mucho más cuestionado en gente más joven. Solo cambian un poco los lugares y los medios. Lo otro sigue siendo bastante igual. Cambian los tiempos, pero es una historia que se puede dar perfectamente ahora, capaz con más celulares y sin teléfono fijo.

¿Cuánto tiene el libro de autobiográfico y cuánto de ficción?

No escribo literatura del yo, pero tomo notas y hago observaciones de lo que vivo o de lo que me rodea. Escucho a mis amigas, cómo hablan, lo que cuentan. Siempre estoy absorbiendo eso. Es muy raro que escriba algo de lo que no conozca. Creo que por eso me estanqué en la última novela que empecé a escribir, enmarcada en un mundo de fantasía que no conocía, de ciencia ficción delirante. Me dio miedo. 

Creás desde la cultura pop. En la música o el arte plástico es más fácil identificar esa influencia, ¿dónde se puede encontrar en tus libros?

Uso el pop como recurso, no como centro. Son códigos compartidos con ciertos lectores, son capas de lectura que podés tener y con las que alcanzás un grado de complicidad con aquellos que pueden leerlo, entenderlo y sentirse representados irónicamente o líricamente. Es como una retórica a parte, un código compartido. Con otros no lo tenés, es un corte raro que te une a un lector. También se puede ver, por ejemplo, cuando nombro marcas, algo a lo que muchos colegas le huyen. Escribo una literatura más oral y utilizo ese tipo de elementos que están muy presentes porque la gente todo el tiempo habla de productos y de cosas. No es para todo el mundo, pero a la vez no deja de ser un estilo costumbrista y universal.

¿Te autocensurás? ¿Crees que los artistas en general están atravesando un momento de autocensura por miedo al linchamiento en redes sociales?

Sí, porque siento que hay veces que no tengo que emitir opinión. Todo el mundo está opinando todo el tiempo y no creo que todos puedan opinar de cualquier cosa, aunque claro que podés hacerlo. De algunas cosas no tengo por qué opinar. Puede ser censura o tibieza, pero tampoco tengo que obligarme a estar opinando sobre todo y diciendo cosas re interesantes de todos los temas que pasan. En mi obra nunca sentí a ese policía interior. Capaz lo tengo y no me doy cuenta.

 

El libro está ambientado en Montevideo a principios de los 2000 y es la voz de un chico gay, ¿qué recordás de esas épocas de recién llegado a la capital?

En los 90 la movida gay estuvo muy centrada en los boliches, que no eran muchos. Fue el surgimiento del éxtasis y todas esas drogas. No eran comunes, pero fue el comienzo. Era galáctico porque la música era muy nueva y porque empezaron a circular esas drogas que eran muy sensoriales. Era una sensación de futuro y a la vez de estar en una cápsula.

¿Te da nostalgia la movida gay de aquél entonces? ¿Cómo era hacer activismo LGBT en Montevideo por aquellos años?

No me da nostalgia porque ahora ocurre algo bastante molesto y es que yo pensaba que, en el futuro, artísticamente iba a venir otra cosa. No creí que iba a ir a bailar ahora y ver gente de 20 años bailando la música house que yo bailaba cuando tenía 20 años. No pensé que iba a haber una tendencia retro hacia los años 90 tan rápido. Yo no estaba vinculado a la militancia cuando era joven. Sí participaba de la vida social gay y de todos los espacios que había para divertirse, para el sexo, para juntarse, para esconderse. Ahora es mucho mejor y más libre, aunque también hay una cosa neoconservadora más definida que siempre estuvo, pero no eran tan visible. La derecha no tenían sus candidatos, sus movidas y sus espacios organizados como ahora.

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