SAVO PRELEVIC / AFP

Desilusionado por la “traición” de Putin, el gobierno argentino se rinde ante Pfizer

La campaña vacunatoria argentina, muy politizada desde el inicio, tuvo un giro inesperado en los últimos días, cuando el gobierno constató que le podía costar una debacle electoral

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31 de julio de 2021 a las 05:03

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Uno de los videos más viralizados este año en Argentina fue una canción de Ignacio Copani, un cantautor que hace 30 años se hizo famoso con el hit “Cuánta mina que tengo” y que en los últimos años adoptó una postura de abierta militancia en favor del kirchnerismo. La canción en cuestión fue hecha durante el momento más caliente de la polémica sobre las trabas al ingreso de la vacuna Pfizer, y en los últimos días se transformó en un verdadero boomerang para el gobierno.

El estribillo de la canción dice así: “Los gorilas me piden que escriba/ todos los días la misma canción/ con la música que yo decida/ y con la letra de su obsesión/ traigan la Pfizer, quiero la Pfizer/ dame la Pfizer, poneme la Pfizer”.

En su momento fue ampliamente festejado por los militantes K, que mantenían la tesis de que el laboratorio estadounidense había realizado exigencias inaceptables que hasta resultaban lesivos para la soberanía nacional. Pfizer ascendió así a la categoría de símbolo del “capitalismo yankee”, junto a otros emblemas como McDonald’s, cuyas vidrieras suelen ser blanco preferido de las pedradas en las manifestaciones de la izquierda.

Pero la oposición insistía en que el verdadero motivo por el que no habían ingresado esas vacunas -después de que Argentina se hubiese ofrecido para probar la vacuna en su fase preparatoria- era porque el gobierno había pedido que hubiera un empresario argentino como contraparte de la operación, lo cual permitiría un manejo discrecional de la faz financiera del negocio.

Esta polémica llevó a una inédita politización de la campaña vacunatoria. Las denuncias de la oposición llevaron a acciones judiciales cruzadas entre la líder del Pro, Patricia Bullrich, y el presidente Alberto Fernández. Y la opinión pública se dividió entre “partidarios” de la vacuna rusa Sputnik V y los de las de origen europeo, como AstraZeneca, o estadounidense. Hasta se llegó a formar un masivo movimiento de “turismo de vacuna”, en el que miles de argentinos fueron a Miami para cubrirse contra el coronavirus, en general con la vacuna de Johnson & Johnson, que requiere una única dosis.

Esa insólita “grieta sanitaria” tuvo hitos como un acto en el que Cristina Kirchner decía con ironía: “¿Quién diría que las únicas vacunas con las que contamos hoy son vacunas rusas y chinas? Qué cosa, ¿no? Porque toda la vida decían que nosotros estábamos cerrados al mundo”.

Así, la ex mandataria defendía la “visión multilateralista de la política exterior” en lugar de un alineamiento automático con Estados Unidos.

En esa misma línea, el presidente Fernández, luego de confirmarse el acuerdo para la fabricación de la Sputnik criolla en Argentina, mantuvo una videoconferencia con su colega ruso Vladimir Putin, para agradecerle la colaboración.

“Los amigos se conocen en los momentos difíciles”, había dicho el Presidente, en referencia a los envíos de la Sputnik V, por ese entonces la principal vacuna con la que contaba Argentina, dado que el plan original, que estaba basado en la AstraZeneca -en cuya fabricación participa un laboratorio local- tuvo problemas logísticos que retrasaron su aplicación.

La traición del “amigo” Putin

El gobierno siempre tuvo claro que la campaña vacunatoria sería una parte clave de su política comunicacional en un año en el que se celebran elecciones legislativas. Y así lo confirmaban las encuestas: la disposición de los votantes a darle su apoyo al peronismo variaba drásticamente según si quien contestaba había recibido o no su vacuna.

Fue por eso que todo el esfuerzo de la gestión se aplicó a acelerar la campaña, y cada llegada de una partida al aeropuerto de Ezeiza se transformaba en un acto político al que se daba amplia difusión. Tras un comienzo con reveses, el gobierno logró revertir su imagen, y hacia junio las encuestas ya mostraban una mejora del humor social, coincidiendo con la aplicación masiva de las vacunas.

Pero la situación volvió a revertirse cuando Rusia, que tiene un bajo nivel de cobertura en su propia población, avisó que daría prioridad a la distribución interna de la Sputnik y que retrasaría el calendario de envíos al exterior. Fue así que se generó “la crisis de la segunda dosis”: miles de personas que habían recibido la Sputnik ya cumplían los teóricos tres meses de distancia máxima para no perder protección inmunológica, sin que la dosis de refuerzo estuviera disponible.

Por otra parte, el “éxodo vacunatorio” a Miami dejó en evidencia que el gobierno había subestimado el problema de los menores de edad que también tenían urgencia por vacunarse, por tener enfermedades de base.

Las encuestas empezaron a encender alarmas: entre los jóvenes, que en las últimas elecciones habían apoyado masivamente al kirchnerismo, se notaba una reacción de enojo y desencanto.

Fue así que, progresivamente, Alberto Fernández empezó a revisar su postura “ideológica” sobre las vacunas y privilegió una visión más pragmática. Envió un decreto que “reinterpretaba” la ley sobre vacunas, lo cual en los hechos destrababa el ingreso de laboratorios estadounidenses.

Coincidiendo con ese cambio de actitud, la administración Biden envió una donación de 3,5 millones de dosis de Moderna, que se destinaría a menores de edad. El hecho valió no pocas ironías de la oposición, que contrastó la gratuidad de esa vacuna contra los 9,95 dólares que el “amigo” Putin cobra por cada Sputnik.

Pero, a esa altura, el presidente ya se había convencido de que aferrarse a una visión ideologizada sobre la vacunación podía poner en riesgo el proyecto político del peronismo. El tema lo llevó a una discusión pública con el kirchnerismo. El diputado Máximo Kirchner -hijo de Cristina- se quejó en plena sesión del Congreso que el gobierno tuviera que ceder ante “el capricho de laboratorios extranjeros” y dijo que eso era una muestra de debilidad justo cuando se está negociando con el FMI.

El propio presidente respondió públicamente el 9 de julio, en el acto del día de la independencia: “Si alguien espera que claudique ante los acreedores o ante un laboratorio, se equivoca. No lo voy a hacer, antes me voy a mi casa”.

Lo que luego se supo -gracias a la filtración de una carta que una asesora de Fernández le había enviado a las autoridades rusas- era que el presidente había hecho gestiones para poder anunciar, ese 9 de julio, la llegada de vacunas para las segundas dosis, así como la aprobación para que empezara la fabricación de la Sputnik criolla. Esas gestiones terminaron en frustración, y dejaron mal parado al gobierno, porque la famosa carta dejaba en claro que se había priorizado un criterio político antes que sanitario.

"Traeme la Pfizer"

Fue así que, finalmente, ocurrió lo impensado: el gobierno anunció la firma de un acuerdo con Pfizer, para que ingresaran al país 20 millones de dosis.

“Alberto se dio cuenta de que a la gente no le interesa de dónde viene la vacuna en tanto que la deje protegida. Ante temas de salud, se acabó la ideología. Y le ganó la discusión interna a Cristina, porque se hizo evidente que Putin no iba a cumplir su promesa y el peronismo iba a sufrir una debacle electoral”, comenta el politólogo Diego Dillenberger.

A esta altura, las estadísticas ya dejan a Argentina en una situación retrasada en términos internacionales. Un informe de la Fundación Mediterránea muestra que, con sólo un 13% de la población cubierta con dos dosis, Argentina va seis meses atrás de Israel, que había llegado a ese porcentaje en enero. Mientras que Chile lo había alcanzado hace cuatro meses y Uruguay hace tres meses.

La llegada a la impactante cifra de 100.000 muertes fue un shock para la opinión pública, que vio en números la dimensión de la tragedia sanitaria.

De manera que, en otra de esas vueltas que caracterizan a la política argentina, el gobierno busca ahora recuperar el humor social con las armas del enemigo: como cantaba Copani, tráeme la Pfizer. La canción volvió a viralizarse, pero esta vez replicada por parte de los críticos al peronismo.

Por cierto que la oposición lo celebró como si fuera una victoria política. Por ejemplo, Patricia Bullrich escribió en las redes sociales: “Finalmente la vacuna de Pfizer dejó de ser la entrega de la soberanía nacional, luego de vueltas oscuras y discursos inflamados. Con ocho meses de retraso, los argentinos tendremos una vacuna que hubiese evitado miles de muertes”.

Hubo cientos de mensajes en ese tono. Sin embargo, los encuestadores creen que el costo político que está pagando el gobierno quedará acotado a la minoría de la gente informada y activa en los debates de Twitter, pero que, llegadas las elecciones, la campaña vacunatoria terminará jugando a favor del oficialismo.

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