Hace un tiempo leí un artículo que me llamó la atención. Decía así: “Hay personas convencidísimas de que el estiramiento protocolar, la seriedad a todo trance, el andar erguido y majestuoso en todo momento y lugar, les da más importancia y distinción. ¡Guerra a los estiramientos ficticios de los que quieren aparentar preocupaciones superiores y no son más que unos vulgares simuladores encerrados en la caparazón de su propia e infinita imbecilidad!”. Es de notar que este artículo no está escrito por algún disconforme moderno sino que lo fue en el año 1928.
Luego quiero mencionar otro artículo que me llamó la atención. Decía lo siguiente: “Una dama deber ser ella, quien en toda ocasión y circunstancias, autorice el saludo del caballero. Entre damas, como entre caballeros, saluda siempre primero la persona más joven. En cambio, entre personas de la misma edad, deben saludarse conjuntamente. La iniciativa de dar la mano, corresponde a la dama y a la persona a quien es presentada otra. Cuando dos personas enemistadas, se encuentran en una visita, deben darse la mano en caso de que no hacerlo, resulte demasiado violento.” Este otro es contemporáneo del anterior, 1927.
Este último demuestra la finura de alma y la elegancia, de nuestro mayores, puesto que estas reglas respetan la dignidad de las distintas personas ya sea por ser mujer o por edad.
Pero el primero manifiesta que en esa época también se reprochaba, como ridículo, la exageración en estas normas protocolares y sobre todo querer parecer más de lo que se es. En definitiva la hipocresía.
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