Presidencia Argentina

El adicto y el proveedor

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05 de febrero de 2022 a las 05:01

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El principio de entendimiento entre el gobierno argentino y el personal técnico del Fondo Monetario Internacional (FMI), tendente a refinanciar una deuda de unos US$ 44.000 millones, es la constatación flagrante de una larga conversación desacertada, por parte del organismo multilateral de crédito con nuestro país vecino. Reconociendo la importancia que supone la introducción de metas fiscales y límites a la emisión monetaria, es imprescindible que el eventual acuerdo de estabilidad sea tan consistente como realista.

La palabra “acuerdo” suena altisonante en relación al hecho: la conformidad entre las dos partes en un calendario de metas fiscales y el compromiso de transitar un “sendero fiscal”, e introducir topes a la emisión monetaria para contribuir a la baja de una inflación anual arriba del 50%.

Debido al uso de un lenguaje impreciso ante tamaña obra, surge con fuerza una gran interrogante sobre cómo un país adicto al gasto, y reputado en surfear en las olas del crédito sin honrar los pagos, podrá reducir el déficit a 2,5% del PBI (en 2022), a 1,9% ( 2023) y a 0,9% (2024), hasta un 0% (2025) que hoy suena a fantasía. Sumando a ello la mala manía de imprimir dinero para salir al paso al déficit presupuestario. 

El documento no da luz sobre cuál es el plan para lograr revertir el resultado desastroso de las cuentas públicas. 

Fernández dijo que el FMI no le exige un clásico ajuste estructural y se ufanó de que no está condicionado a un déficit cero al final de su administración. Y sin compromisos tampoco en realizar una reforma laboral o previsional, como si no fueran parte de los males argentinos. 

¿Es posible caminar por el sendero fiscal responsable solo mejorando la recaudación tributaria y disminuyendo “los subsidios a la energía”, como esta semana dieron a entender algunos de los negociadores?

Sin ir mucho más atrás en el tiempo, el inédito acuerdo del FMI con el gobierno de Mauricio Macri, en 2018, es un antecedente muy poderoso del estruendoso fracaso de los programas crediticios con Argentina.

El propio organismo multilateral reconoció que ese acuerdo "no cumplió con los objetivos de restaurar la confianza en la viabilidad fiscal y externa y, al mismo tiempo, propiciar el crecimiento económico".

Por todo ello y más, hoy es necesario que el aspecto técnico se anteponga a cualquier otra consideración política o institucional. Lo primero, es que esta suerte de entendimiento prima facie se cristalice en un acuerdo -que deberá ser aprobado por el Directorio Ejecutivo del FMI y las autoridades pertinentes de Argentina- que contenga un plan de estabilidad creíble, tanto desde el punto de vista de las medidas per se como de la capacidad verdadera de los gobernantes para liderar un plan de consolidación fiscal.

De la buena pericia de la negociación en estos días, y del sentido común de ambas partes, dependerá de que el eventual acuerdo no transmita solo la mezquina idea de que se está pateando la pelota hacia adelante. 

Ambos son responsables del actual estado de cosas. Como dice un reciente artículo de The Washington Post, “Argentina es un adicto a la deuda y el FMI su distribuidor”. 

Los acontecimientos entonces imponen un buen acuerdo. Sería el mejor final del drama interminable que protagonizan Argentina y el FMI.

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