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Un regalo a Nicolás Maduro

Un regalo a Nicolás Maduro. Editorial de El Observador
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01 de octubre de 2022 a las 05:02

La apertura de la frontera entre Colombia y Venezuela es un importante mojón del reinicio de las relaciones diplomáticas entre ambos países y, más a fondo, una prueba contundente del fracaso del frente internacional para poner fin a la dictadura de Nicolás Maduro.
El presidente colombiano Gustavo Petro dio un giro de 180° en la política exterior de Colombia con Venezuela, en comparación a la de choque que llevo a cabo el exmandatario Iván Duque.

La anterior administración colombiana, que rompió los vínculos diplomáticos con Maduro, acompañó la campaña hostil del estadounidense Donald Trump, quien no solo terminó las relaciones bilaterales con Venezuela, sino que aprobó un conjunto de sanciones económicas y comerciales, afectando a importantes dirigentes chavistas.

En la venezolana ciudad San Antonio de Táchira, el lunes 25, luego de la ceremonia por la apertura de los pasos de frontera, Petro calificó en la prensa que el cierre fue como “un suicidio que no debe volver a repetirse”.

La decisión de Petro busca recuperar el comercio, normalizar la frontera y las relaciones en general, en el marco de una ambiciosa agenda bilateral que incluye la participación del gobierno venezolano como “garante” en un eventual acuerdo de paz con el grupo insurgente del ELN, al estilo del que el expresidente colombiano Juan Manuel Santos firmó con la exguerrilla de las FARC en 2016.

La reapertura de la frontera tiene otro significado: Estados Unidos pierde a un aliado incondicional, especialmente en la estrategia de la salida de Maduro para encauzar a Venezuela hacia la democracia (elecciones libres, respeto al estado de derecho y a los derechos humanos).

Los pasos de frontera se abrieron, además, en un contexto de debilitamiento internacional contra el dictador venezolano. Hoy se escuchan muy pocas voces de los casi 60 países que apoyaron al presidente encargado Juan Guaidó, que nunca estuvo más aislado, referente de una oposición debilitada.

Por una parte, por la invasión de Rusia a Ucrania y una guerra más larga de lo previsto que cambiaron el eje internacional europeo: un conflicto bélico en las puertas de su propia casa de insospechadas consecuencias sociales y económicas.  

Y, por otro lado, el vuelco ideológico de gobiernos de América Latina hacia posiciones de izquierda, contrarios a la estrategia del Grupo de Lima, una instancia multilateral de la región que se puso en marcha en 2017 con una declaración de 16 puntos condenatoria del régimen de Maduro, incluyendo un conjunto de reclamos democráticos.  

Como dijo Phil Gunson, analista de Crisis Group, al diario The Wall Street Journal, la región de hoy está más comprometida con Maduro que hace cinco años.

Y una administración demócrata, en tanto, que quiere cambiar el enfoque de EEUU de “máxima presión”, creyendo que es posible encaminar una salida negociada.

Lo único cierto es que Maduro se ve favorecido sin ofrecer nada a cambio, pese a que su régimen sigue cometiendo flagrantes violaciones a los derechos humanos -hasta crímenes de lesa humanidad-, como documentó un reciente informe de una Misión Internacional Independiente de las Naciones Unidas.

Petro debería considerar que también puede ser un “suicidio” -y para la región- un acercamiento a una dictadura que quiere perpetuarse en el poder a como dé lugar.

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