Gustavo Petro se convertirá este domingo 7 en el primer presidente de izquierda de Colombia, un cambio histórico para el país, que influirá en la geopolítica de la región, particularmente por el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la Venezuela de Nicolás Maduro.
En el período de transición, luego de su victoria en segunda vuelta, el pasado 19 de junio, con algo más del 50% de los votos, el exguerrillero Petro ha tenido un temple más moderado con relación a su prédica más radical de la campaña electoral.
El primer gesto de concordia fue la convocatoria, por separado, a todos los líderes de los partidos fundacionales o tradicionales, a los que supo convertir en enemigos, tanto en la verborragia en sus actos proselitista como desde su asiento en el Senado, profundizando la lógica de la polarización. Incluso extendió la mano a su archi-rival, el expresidente de derecha Álvaro Uribe Vélez.
Su invitación a la ahora oposición a que se sume al gabinete, lo que incomodó a dirigentes políticos de su riñón, nos habla también de la intención de comenzar a gobernar desde el centro y evitar el camino radical que, en la experiencia regional, siempre es divisiva e inapropiada para la convivencia democrática.
A esta segunda expresión de moderación, se sumó la decisión de nombrar como ministros de Estado a políticos o expertos en carteras clave como la Cancillería y Hacienda que no pertenecen a la izquierda ortodoxa ni mucho menos.
Dicho esto, el inminente presidente colombiano a la vez genera incertidumbre y preocupación en asuntos significativos para Colombia.
Reemplazar la producción de petróleo con parques solares y eólicos de manera presurosa representa toda una ética de la convicción y no de la responsabilidad, si se tiene en cuenta el enorme peso de la producción de crudo en Colombia. Y mucho más, en un contexto inflacionario y de alto déficit fiscal.
Y en ese marco, la lógica inquietud empresarial por los anuncios de una reforma fiscal de izquierda, que no logró disipar el ministro entrante, José Antonio Ocampo, cuando declaró que no se aumentará la carga fiscal a las empresas; en su lugar, se impulsará una política impositiva que aumente el peso la renta de las personas físicas más adineradas.
La política pública en torno a las migraciones también ha generado intranquilidad, pues ha estado ausente durante la transición, lo que algunos analistas están leyendo como un tema no prioritario de la nueva administración.
También existe preocupación de que la crisis migratoria venezolana sea una materia incluida en la conversación bilateral entre Petro y Maduro, y pueda desembocar en planes de retorno impropios.
La política migratoria del presidente saliente, Iván Duque, que se ha reflejado en una hospitalidad condicionada a la ley, es un modelo de integración de extranjeros que ha sido reconocida por la comunidad internacional.
El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Bogotá y Caracas, y el fin del reconocimiento al presidente interino Juan Guaidó, también es motivo de inquietud, incluso en la comunidad de refugiados venezolanos en Colombia.
Sin duda, la relación bilateral entre ambos países será inmediatamente el asunto más relevante en la región por su influencia geopolítica en todo el continente.
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