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El año que viene en peligro, como siempre

Una campaña electoral desagradable y riesgos económicos globales
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15 de diciembre de 2018 a las 05:03

El tiempo, el bien del que está hecho la vida, señala que este año ya casi acabó. Ahora vendrán las fiestas y vacaciones que preceden a las batallas. 

El año que viene, 2019, será el de una campaña electoral que pinta reñida y desagradable; y uno más de la misma vieja lucha por la vida.
Deberían confirmarse ciertas tendencias delineadas durante este año, como que la disputa del gobierno será entre Daniel Martínez y Luis Lacalle Pou, aunque con partidos minoritarios crecientes, que tarde o temprano decidirán la suerte, sobre todo en el Parlamento. Pese a que la política tiene cierta autonomía de los hechos económicos, al menos en el corto plazo, esta vez la economía debería pesar más en las urnas, como ha pesado radicalmente en la región en los últimos años.
Las principales preocupaciones de los uruguayos se repiten: además de la inseguridad y el delito, muchos padecen la baja o nula rentabilidad de sus empresas, particularmente las pequeñas y unipersonales; o el lento y seguro deterioro del mercado laboral.
Después de un ciclo de crecimiento excepcional entre 2004 y 2014, el país regresó a su ritmo histórico mediocre. 

En el medio siglo transcurrido entre 1968 y el presente, Uruguay creció a un promedio anual de 2,6% y tuvo un desempleo en Montevideo superior a 9%. En el quinquenio 2014-2018 el PIB aumentó a un promedio anual de 2%, y el desempleo en la capital anda en 9,7%. No son cifras desoladoras, pero tampoco brillantes. El país no sale del puesto 55º en el ranking de desarrollo humano de ONU (PNUD), incluso detrás de Chile y Argentina. Desde 2014-2015 la economía uruguaya se ha ido frenado lentamente: el “aterrizaje suave” pronosticado por los economistas. Las exportaciones, el gran motor que tiró del carro durante más de una década, ahora se han estancado, al igual que el turismo receptivo. La región y el mundo se han llenado de incertidumbres políticas y económicas.

Un mejor manejo macroeconómico impidió hasta ahora que Uruguay padezca las severas crisis fiscales que Argentina y Brasil sufren desde hace varios años. Pero la vida basada en deuda pública, que aumenta sin pausa desde 2012, un día acabará. El próximo gobierno deberá mirar la realidad a los ojos y llamar a las cosas por su nombre, si no desea que el ajuste lo haga el mercado de manera violenta.
El mundo, mientras tanto, anda a buen ritmo una década después de la grave crisis financiera de 2007-2008.

Estados Unidos crece a zancadas desde hace años, y el desempleo (3,7%) es el más bajo en medio siglo. Sin embargo, los consumidores, las empresas y el gobierno siguen tomando deuda, lo que tiene un techo. Los mercados financieros ya no sostienen la euforia: Wall Street dejó de subir hace meses, en tanto menudean las escaramuzas en el comercio internacional. Las tendencias proteccionistas, que afloran aquí y allá, están reduciendo el crecimiento global e incrementan el precio de muchos bienes, con el riesgo de recesión que implica.
La situación financiera mundial es tan peligrosa como cuando quebró el banco estadounidense Lehman Brothers, en setiembre de 2008, sostuvo Jean-Claude Trichet, quien en aquel tiempo presidía el Banco Central Europeo. “El sobreendeudamiento masivo de las economías avanzadas fue un factor clave en el origen de la crisis financiera” de 2007-2008, dijo Trichet a AFP hace tres meses. “El crecimiento de la deuda, en particular la privada, de los países avanzados se ha ralentizado, pero esa ralentización es compensada por una aceleración del endeudamiento de los países emergentes (con Argentina y Turquía a la cabeza). Eso es lo que vuelve al sistema financiero mundial al menos tan vulnerable, sino más, que en 2008”.
El endeudamiento de empresas y familias incluye a China, el nuevo gran motor del comercio mundial, y aliado básico de los exportadores latinoamericanos.

En el mundo menudean las advertencias, pues está fresca en la memoria la crisis global de hace una década. Pero también es cierto que los cementerios están llenos de profetas y pronosticadores fallidos. En Uruguay campean el malhumor y cierta disconformidad; un sentimiento de oportunidad histórica perdida, y de ajuste por venir. Pero eso no significará necesariamente que la izquierda pierda el gobierno. 
En el mundo, mientras tanto, las personas se muestran cada vez menos crédulas y más difíciles de gobernar, y eso está bien, aunque los efectos de las nuevas tendencias –novelería y populismo– son incalculables. 

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