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El entusiasmo socialdemócrata
El triunfo de Pedro Sánchez en España ha dado esperanzas a la alicaída Socialdemocracia europea, que ahora sueña con que se den las condiciones para volver al poder. Después de haber dominado la política europea a partir de la posguerra, y con una presencia arrolladora en la década de los 80 —época dorada en que controlaron todos los resortes del poder europeo—, los socialdemócratas fueron prácticamente borrados del mapa electoral tras la crisis de 2008. Su incapacidad para reformar el estado de bienestar y hacer frente a los nuevos desafíos que planteaba la economía global del siglo XXI en un mundo crecientemente multipolar, los sumió en una debacle de la que les ha costado horrores recuperarse.
A pesar del gobierno socialista de François Hollande en Francia (2012-2017), no hubo un retorno socialdemócrata en todo el continente como se esperaba; y Europa siguió la línea de Berlín que, encabezada por Angela Merkel, priorizaba las políticas liberal-conservadoras con una firme ancla en los paquetes de austeridad que ameritaba el escenario de poscrisis.
Gobiernos conservadores y liberales se sucedieron en toda Europa, al tiempo que lo que crecía como alternativa no era la Socialdemocracia, sino sus antípodas: movimientos de extrema derecha y extrema izquierda, populistas, más o menos nacionalistas, pero sobre todo euroescépticos y anti-inmigración. Lo que finalmente se fue decantando en el ascenso de un claro nacional-populismo de derecha hoy representado en el Frente Nacional, de Marine Le Pen en Francia; la Lega, de Matteo Slavini en Italia; y otros tantos en otros países, como la reciente irrupción del Vox de Santiago Abascal en España. Aunque los de extrema izquierda tampoco es que se hayan desdibujado, como lo constatan la pervivencia de Podemos en España y, en particular, los gobierno de Syriza en Grecia y del Movimento 5 Stelle en Italia.
Ante ese panorama, la Socialdemocracia europea, arrinconada en el desprestigio de sus políticas económicas y hundida en las encuestas, solo podía presenciar, casi como un espectador, cómo harían los liberales y conservadores europeístas para ponerle freno al avance del populismo nacionalista y euroescéptico.
Ahora, sin embargo, con el triunfo de los socialistas en España y en Finlandia, los socialdemócratas de Europa creen que pueden resurgir. Se ve difícil ya que, aun después de estas dos victorias, solo gobiernan en seis países de los 28 de la Unión Europea.
Pero la primera cita para medir sus fuerzas la tendrán en las elecciones europeas, a celebrarse entre el 23 y el 26 de mayo. De hecho el domingo pasado, el primero en celebrar el triunfo de Pedro Sánchez fue el vicepresidente de la Comisión Europea y candidato de los socialistas a presidir el bloque, el holandés Frans Timmermans. Recién ahí veremos si existe un verdadero renacer socialdemócrata en Europa, o si lo de España y Finlandia es un mero espejismo que solo ha de sumarse a los otros cuatro gobiernos socialdemócratas del continente; a saber, Portugal, Suecia, Malta y Rumania.
Hasta ahora los socialdemócratas han sabido mantener una bancada bastante importante en la Eurocámara, pero no figuran en los cargos ejecutivos de las instituciones europeas, con excepción de la italiana Federica Mogherini, alta representante de Relaciones Exteriores del bloque. Y en las encuestas seguían perdiendo pie. De hecho parecían venir en picada desde 2017, cuando sufrieron una derrota aplastante en las elecciones de varios países, empezando nada menos que por Francia.
Por eso todo este tiempo Emmanuel Macron ha venido cortejando el voto de la izquierda europea, de modo de consolidar su liderazgo en el continente para suceder —como aún aspira— a Merkel, tras el anunciado retiro de la canciller alemana. Esa es la apuesta de los liberales europeos: presentarse como los únicos capaces de frenar al nacionalismo y acaparar así el voto de la izquierda moderada junto a su tradicional base de centro. Macron y su movimiento liberal En Marcha habían marcado el camino en las elecciones francesas de 2017, cuando se definieron como “liberales, progresistas y europeístas” y lograron un resonante triunfo frente a Le Pen en segunda vuelta.
No muchos votantes socialdemócratas les creían a los liberales su autoproclamado progresismo, lo que en su momento concitó hasta algunas burlas; pero los resultados electorales estaban a la vista: podían hacerlo, podían detener al nacionalismo en Europa.
Esa auspiciosa perspectiva liberal, que hasta los últimos meses del año pasado era la única que crecía en Europa entre las opciones moderadas, se veía al mismo tiempo beneficiada por el hecho de que los conservadores eran, en mayor o menor medida, fagocitados por los nacionalistas en varios países (un poco lo que le pasó al Partido Popular con Vox en la elección del domingo en España). Todo apuntaba entonces a que los liberales, con Macron a la cabeza, arrasarían a fin de este mes en los comicios europeos.
No obstante, la figura del presidente galo se ha desinflado a una velocidad de vértigo, entrando ya en el séptimo mes de protestas de los chalecos amarillos. Y con ello, el “momentum” de los liberales como alternativa más viable para hacer frente al descontento de las capas medias en toda Europa y frenar al nacionalismo parece desacelerarse. Aunque el candidato de Ciudadanos, Albert Rivera, la carta de los liberales en España, votó muy bien el domingo, la gran figura del movimiento en Europa era Macron. Y ese estandarte, si bien no se les ha venido abajo por completo, marcha hoy a media asta.
En contraste, la figura de Sánchez viene en alza. Ha sido el socialista quien ha derrotado a los conservadores y a los nacionalistas en España; y de paso, por si acaso, a los liberales. Y de mantener esos números en las elecciones europeas, el PSOE se convertiría en la bancada socialdemócrata de mayor peso en la Eurocámara, por encima de la poderosa delegación alemana. Por eso festejaba tanto Timmermans el domingo pasado.
Solo queda esperar hasta el 26 de mayo para saber si el entusiasmo socialdemócrata se traduce en un verdadero resurgimiento europeo, o si lo de Sánchez es una palma pasajera de mero alcance peninsular.
La contracción del centro político
El comportamiento electoral en Europa muestra claramente el encogimiento del centro político, tras décadas de hegemonía, en general por el empuje de los llamados populismos.
Un partido socialdemócrata y otro democristiano –o semejantes– se repartían el espacio central mayoritario sin rivales considerables a sus respectivos lados.
Es por eso probable que de cara a las parlamentarias europeas, los socialdemócratas se escoren a la izquierda para recuperar electores que se pasaron a los populistas de su lado.
Así lo ha hecho el PSOE, en España, que en efecto ha ganado votos que le había quitado Podemos.
Sin embargo, en Europa, el populismo de izquierdas, como existe en España y en Grecia, es menos fuerte y apenas hay más ejemplos de tal corrimiento inducido.
En otros países, los socialistas ciertamente se desplazan a la izquierda, pero más por contrarrestar su descenso general mediante una vuelta a las esencias que por la competencia de los populistas. Los laboristas con Corbyn, el SPD alemán, el Partido Democrático italiano, y hasta los demócratas de Estados Unidos han tomado esta opción.
