Opinión > GUERRA EN ISRAEL

El espíritu de Oslo

El espíritu de Oslo: escribe Eduardo Blasina
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16 de octubre de 2023 a las 05:00

El enfrentamiento de Israel y de los palestinos, en su versión reducida, o de Medio Oriente en su sentido más amplio, es un conflicto principal del mundo desde el fin de la segunda guerra mundial, o desde todo lo antes que el lector quiera ir en el tiempo. El comienzo del conflicto puede irse unos 3.400 años para atrás cuando los hebreos llegaron desde Egipto y aniquilaron a los pueblos locales politeístas, o puede retomarse desde tiempos más cercanos.

En su versión contemporánea el conflicto irrumpe a poco de terminar la Segunda Guerra Mundial, en 1948 con la creación en voto dividido del estado de Israel en Naciones Unidas. Es la única experiencia de un estado naciente tras una votación en la que la región además votó en contra.

Desde el día de la votación hasta el presente el estado ha sido de guerra intermitente. 1948, 1956, 1967, 1973, 1982 y desde entonces sucesivas intifadas, guerras con Hezbollah y ahora este episodio de dimensiones escalofriantes. En particular la guerra de 1967 llevó a la expansión territorial israelí que pasó a ocupar Cisjordania y Gaza.

Pareciera que el mundo debe convivir inexorablemente con una guerra permanente de estallidos cíclicos, del que estamos presenciando un nuevo espasmo, que casi con certeza no será el último.

Hubo un tiempo que no fue así, no tan lejano, en el siglo XIX. Y hubo un tiempo en que pudo instalarse la paz. Sucesivos acuerdos, el más notorio el de Oslo, permitieron fotos y apretones de mano. Eran aquellos tiempos optimistas a continuación de la caída del muro de Berlín en el que un mundo unido y en paz parecía alcanzable.  El muro cayó en 1989, los estudiantes chinos salieron a Tiananmen ese mismo año, las dictaduras latinoamericanas habían caído, la democracia y la paz, la tecnología resolviendo los problemas del ser humano y ayudando a una comunicación global, emergían. Aunque Lennon había sido asesinado, el sueño parecía posible.

Para los fundamentalistas eso era una pesadilla. Dos pueblos enemigos que se daban la chance de la convivencia pacífica, era el diablo en persona. Quien renunciara al odio milenario era un traidor.

Y así en el nombre de Dios, se inmolaron sucesivamente militntes islámicos en ómnibus principalmente de Jerusalén, matando cuantos más inocentes pudieran hasta que lograron despertar a los fundamentalistas del otro lado, que en nombre de Dios mataron a su propio presidente democráticamente electo, Isaac Rabin en 1995. Y mucho más que a él, mataron al pacifismo israelí. Los acuerdos volaron, las piedras volaron, los palestinos negociadores quedaron en ridículo, los israelíes negociadores quedaron en ridículo y los dos pueblos se volcaron a abrazar a sus respectivos radicalismos. Las elecciones en Israel fueron consecutivamente derivando a presidencias cada vez más extremas, mientras en tierras palestinas los grupos más fanáticos se hicieron cada vez más poderosos.

El fundamentalismo ganó la pulseada, aunque se trate de niveles de fundamentalismo incomparables, por la repugnancia infinita que merece el islámico. Es notorio que en Israel ha ocurrido un deterioro en la convivencia, al punto que los demócratas israelíes salieron a las calles en cientos de miles para intentar frenar esa ola que tiene sitiada a la independencia del poder judicial.

En la Gaza del hacinamiento sin esperanza el más radical es el más seguido, y las potencias circundantes están muy dispuestas a financiar a estos grupos. El Qatar mundialista es un explícito generoso donador de millones de dólares cada mes a Hamas.

Dados que los islámicos pierden en armas convencionales y tecnología apelan a sus armas, el salvajismo más extremo, la senda para ellos la trazó el ISIS. Llevar el terror a la dimensión más aberrante posible. Una mujer agonizante semidesnuda en la caja de una camioneta, degollar a muchachos pacíficos en un baile, degollar bebes, secuestrar niños, niñas, abuelas, las aberraciones máximas imaginables al grito de Dios es Grande, Allahu Akhbar.

El choque cultural no podría ser mayor. Un pueblo desesperado, sin esperanza e islámico, se ve obligado a creer en el paraíso de la “otra vida”, porque vive cada día el “infierno de esta vida”. Lo que Hamas quería con su invasión era generar la represalia más cruel posible. Y de esa manera reclutar por cientos de miles a los habitantes de ese infierno llamado Gaza.

Por supuesto que un esfuerzo por extirpar a Hamas, Hezbollah, Talibanes, y otras lacras es siempre encomiable. El mundo sería mucho mejor sin ellos.

Pero los israelíes parecen no entender que lo que los derrota es una solución de dos estados que conviven, como es el caso de Jordania.

Ningunear a la Autoridad Nacional de Palestina, que es relativamente laica para dividir y reinar es una estrategia fatal.  Seguir apostando a la supremacía militar en tiempos de drones y proliferación nuclear es suicida. 

Los israelíes pueden argumentar que ya han ofrecido la paz varias veces empezado por 1949. Pero es propio de la parte más racional y humanista el mantener la apuesta por la paz y la convivencia. En algún momento Israel deberá ver seriamente una solución de dos estados, como le ha pedido India, que ha apoyado como pocos a Israel en esta circunstancia sin cambiar su postura firme  por una solución de dos estados. India, dicho sea de paso emerge como una potencia pragmática tal vez esperanzadora en este mundo cada día más caótico.

Hamas tiene el apoyo explícito de Irán e implícito de Rusia. Irán está al borde de tener armas nucleares si es que no las tiene ya.  La carrera bélica puede terminar en la destrucción nuclear de Israel, Irán y si intervienen Rusia y EEUU de todos nosotros. A los fanáticos musulmanes eso no les representa un problema: tienen ahora la oportunidad de ofrecer el paraíso a millones que viven en un infierno. Siguen ganando. Como gana la Rusia anti israelí desde el inicio que logra quitar la atención de la invadida Ucrania.

Todo es un gran desastre, para cuya solución Israel como país democrático y humanista tiene una responsabilidad adicional a la hora de buscar soluciones políticas razonables.

A Israel no le sirve  aceptar el desafío de ver quien es más cruel. Cuando corta el agua, la comida y la electricidad a millones de personas al barrer está garantizando la perpetuidad de Hamas porque aunque todos los militantes sean matados, el reclutamiento crecerá explosivamente.

El mercado de creyentes en el paraíso crece cuando se vive en el infierno. No van a aceptar que la vida es un infierno desde que se nace hasta que se muere sea la única. Alá les da la solución, morir matando y acceder a la felicidad de danzar libre rodeado de bellos hombres y mujeres como los que bailaban en la fiesta electrónica que terminó en masacre.

No puedo dejar de añorar que ese bello país que es Israel, de bella gente, le de la chance políticas a algún nuevo Isaac Rabin. O que vuelva a la actividad política la ex Canciller Tzipi Livni, la mujer que cansada de militar por la paz sin apoyos dijo hace algunos años “Dejo la política, pero no permitiré que Israel abandone la esperanza de la paz”. Tal vez ella con la palestina Hanan Ashrawi tendrían más chance de encontrar un acuerdo razonable que los machos alfas que dominan la política de esa región.

A veces los israelíes no se dan cuenta que mucha gente puede criticarlos sin ser judío y que lo hace desde el deseo de que la gente que vive allí logre vivir en paz y armonía. Como un homenaje a ese oasis liberal que se puede vivir en Tel Aviv, en medio de un océano de represión circundante. El mundo precisa liberarse de los Hamas y del propio concepto de jihad. Para eso hay que entender que a los terroristas lo único que les quitará la base social es volver al espíritu de los acuerdos de paz de Oslo. El camino alternativo ha cumplido 30 años de un fracaso demostrado que pone en riesgo a la humanidad entera.

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