Horacio Quiroga y Alfonsina Storni

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El eterno amor entre Horacio Quiroga y Alfonsina Storni

Más allá de la distancia y la razón
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02 de julio de 2019 a las 05:00

Por Eduardo Silva*

Entre 1937 y 1938, la noticia de los suicidios de tres grandes escritores conmocionó el país con diferencia de pocos meses: Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni. Dos de ellos guardaban entre si una profunda admiración y un amor que iba más allá de lo racional.

En 1922, Alfonsina frecuentaba recurrentemente la casa del pintor Emilio Centurión, de donde surgiría posteriormente el grupo Anaconda. Allí conoció a Horacio Quiroga, que había llegado de su refugio en San Ignacio, Misiones, durante el año 1916. Su personalidad debió atraerla. Un hombre marcado por el destino, perseguido por los suicidios de seres queridos, que, además, se había atrevido a exiliarse en Misiones, e intentado allí forjar un paraíso. En 1922, era ya el autor de sus libros más importantes, Cuentos de la selva, Anaconda, El desierto. Vivía modestamente de sus colaboraciones en diarios y revistas y desempeñó un papel protagónico en el intento de profesionalizar la escritura. Alfonsina había publicado sus libros Irremediablemente (1919) y Languidez (1920).

La amistad con Quiroga fue la de dos seres distintos. Cuenta Norah Lange que en una de sus reuniones, adonde iban todos los escritores de la época, jugaron una tarde a las prendas. El juego consistió en que Alfonsina y Horacio besaran al mismo tiempo las caras de un reloj de cadena, sostenido por Horacio. Este, en un rápido ademán, escamoteó el reloj precisamente en el momento en que Alfonsina aproximaba a él sus labios, y todo terminó en un beso. Quiroga la nombra frecuentemente en sus cartas, sobre todo entre los años 1919 y 1922, y su mención la destaca de un grupo donde había no sólo otras mujeres sino también otras escritoras. Sin embargo, cuando Quiroga resuelve irse a Misiones en 1925, Alfonsina no lo acompaña. Quiroga le pide que se vaya con él y ella, indecisa, consulta con su amigo el pintor Benito Quinquela Martín. Aquél, hombre ordenado y sedentario, le dice: «¿Con ese loco? ¡No!».


Lange comenta que entre cartas quemadas y sollozos, se alimentaba un amor irreal, que no lo disipaba la distancia ni los males.

Alfonsina Storni, que fuera maestra, actriz, periodista, poeta, socialista, feminista y madre soltera, fascinaba al Buenos Aires del siglo XX con sus versos y con el desafío a todos los prejuicios en medio de una sociedad machista y oligarca. Quiroga, por su parte, luchaba por sus ideales en la selva, hasta que en el año 1937 se quitara la vida con cianuro, luego de que una junta médica le diagnosticara cáncer de próstata.

Esa misma tarde del 18 de febrero, al conocer noticia, Quiroga pidió permiso para dar un paseo y visitar a su hija fuera del hospital, permiso que le fue concedido. Pasó por una farmacia y compró cianuro. Regresó al hospital. Mezcló el polvo en un vaso con agua y se quitó la vida. Muchos dicen que había dejado solo una carta y estaba dirigida justamente a Alfonsina, pero que la confiara a su único confidente en el Hospital de Clínicas, Vicente Batistessa, un paciente que estaba internado en esa parte del hospital por su aspecto físico: tenía horribles deformaciones, causadas quizás por una elefantiasis, una neurofibromatosis o el Síndrome de Proteus y al que Quiroga había tomado como su amigo más fiel, dedicándole horas de lectura en las noches.

Si bien nunca se pudo conocer con veracidad si esa carta realmente existió, también fue un secreto el paradero de Vicente años posteriores a la muerte del escritor.

En 1935 le diagnosticaron a Alfonsina un cáncer de mama y tuvieron que quitarle el seno derecho. Dos años después su salud empeoraba rápidamente, ella presentía el final y le costaba seguir adelante producto del dolor y de su estado anímico. En esta etapa sus poesías expresan sentimientos de muerte maximizados por el suicidio de Horacio.

En los últimos momentos de su vida tenían que inyectarle morfina por el dolor que padecía producto de la enfermedad terminal, los médicos le dieron seis meses de vida y como no podía seguir sufriendo de esa manera, decidió viajar a Mar del Plata. Envió al diario La Nación un poema de despedida titulado “Voy a dormir”, una carta a su hijo y una nota a la policía para que no culpen a nadie de su muerte. El 25 de octubre de 1938 decidió terminar con la agonía y caminó hacia el espigón de La Perla, desde donde se lanzó al mar. Obreros municipales encontraron el cuerpo que fue trasladado a la capital para ser velado en el Club Argentino de Mujeres. Así surge, en su homenaje, el tema Alfonsina y el mar, creado por Félix Luna y Ariel Ramírez.

*Eduardo Silva fue profesor de historia y periodista, nacido en Córdoba, Argentina. Falleció hace dos años.

Artículo publicado inicialmente en https://www.visitemosmisiones.com.

Blog Delicatessen publica esta nota con autorización expresa del medio original.

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