Diego Battiste

El gobierno de Lacalle ya está infectado y la convalecencia será larga

Lo que pudo haber sido ya no será; la actual administración estará velada por las sombras de la pandemia

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07 de mayo de 2020 a las 05:02

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Las ucronías suelen ser ejercicios intelectuales entretenidos y fascinantes pero en nada ayudan a comprender lo que finalmente ocurrió de verdad en la Historia. Ya no sabremos qué hubiera pasado si los nazis ganaban la guerra, si aquella bala no le hubiera volado la cabeza a aquel presidente, o si Beltrán hubiera matado Batlle. La realidad se lleva mal con los hubiera, no confía demasiado en los habrá y solo se fía de los hubo y los hay. Y lo que hubo y hay en la brevísima gestión que transita el presidente Luis Lacalle Pou es una terrible pandemia que azota al mundo y pone entre comillas cualquier augurio acerca de lo que pasará.

Ya no es posible saber qué hubiera sido de la gestión de Lacalle Pou sin el virus, solo podemos conocer qué es lo que se está haciendo con él y lo que se hará una vez que se vaya. Lo que ha hecho hasta ahora Lacalle Pou es conocido. Adoptó medidas rápidas, más rápidas que las de algunos países del primer mundo, y ha entablado una política de comunicación con la gente que, al parecer, ha sido eficaz. Y eso se refleja en las encuestas que muestran que en esta emergencia el presidente tiene el respaldo de muchos miles más de personas que aquellas que lo votaron en las elecciones.

Ahora se apresta a una reapertura escalonada de las actividades comerciales, estatales y recreativas que alienta esperanzas y supone riesgos. Pero, como fue dicho, tal vez ya no sea posible juzgar al gobierno de Lacalle “cuando todo pase”. Porque el volumen de la pandemia y su inercia se llevarán puesta una buena porción del tiempo que le tocará administrar al presidente blanco.

Los caídos serán muchos. Es así que un estudio del Instituto de Economía de la Universidad de la República estimó que, solo en abril, entre 94 mil y 127 mil personas cayeron por debajo de la línea de pobreza. ¿Cuántos más seguirán deslizándose por debajo de esa frontera de la que luego es muy difícil volver?

Si la suerte, la ciencia o lo que fuere acompaña y la pandemia se diluye en pocos meses, las medidas que haya adoptado el gobierno para rescatar a los perjudicados y para impedir pobrezas mayores también serán evaluadas por la gente al medir la eficacia y la sensibilidad de esta administración.

Lo que está sucediendo en el mundo es tan grave que ya no será posible tener corta memoria. Las decisiones de los gobernantes en los días del coronavirus aún serán recordadas cuando el tapabocas vuelva a ser un elemento extraño en lo cotidiano.

Las crisis profundas, y sobre todas las surgidas por combustión espontánea, golpean de tal forma a las personas y al inconsciente colectivo que ya no hay forma de evaluar lo hecho si no es a la luz o a la sombra de la mala hora. Piénsese en Jorge Batlle y en la crisis del 2002 que le cayó encima. Ya casi nadie mide aquel gobierno por lo hecho o lo desecho fuera de ese episodio traumático. En todo caso se discute si Batlle actuó bien o mal en la emergencia.

Y, volviendo a ese tiempo, si acaso se aceptara esa premisa que,- rezumando optimismo-, dice que la crisis es una oportunidad, entonces se evaluará qué tan oportuno fue el capitán durante la tormenta del virus.

Lo que está sucediendo en el mundo es tan grave que ya no será posible tener corta memoria. Las decisiones de los gobernantes en los días del coronavirus aún serán recordadas cuando el tapabocas vuelva a ser un elemento extraño en lo cotidiano.

De cualquier forma, el gobierno de Lacalle Pou nació en medio de una infección generalizada de la que no es posible escapar. La pandemia ya lo cambió todo (increíble hubiera sido que no).

Tampoco escapará del ojo avizor lo que haga o deje de hacer una oposición que deberá tejer fino en una circunstancia en la que se requieren más propuestas y menos de esas hostilidades que se permiten en tiempos de normalidades políticas.

La “nueva normalidad” que se avecina se presentará con el mundo alborotado y receloso, con los negocios internacionales confusos, con la actividad comercial enrarecida, y con un ejército de desocupados y empobrecidos. Habrá gente desesperada por la escasez económica, por el encierro, por la soledad.

La tentación de echarle toda la culpa al coronavirus puede ser mucha, y mucha también puede ser la desidia ante el tamaño del drama. De alguna forma el virus ya nos infectó a todos y lo que pudo haber sido ya no será. La extraña realidad nacida en un mercado de oriente se llevó puesta las hojas de ruta y nos sacó las ganas de jugar con las fascinantes ucronías.

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