Para algunos es un héroe. Para otros, un enemigo público que puso en peligro la seguridad de su país, Estados Unidos, y del resto del mundo. Pero todos coinciden en el peso de la figura de Edward Snowden, un joven de 29 años que pasó del anonimato (casi todo lo que se conoce de él surge de
posts bajo seudónimo en el sitio
Ars Technica) a la atención internacional de un día para el otro.
Su “estrellato” surgió tras divulgar información confidencial sobre los planes de
espionaje telefónico y cibernético llevados a cabo por el gobierno estadounidense. Él mismo eligió al diario británico The Guardian y al estadounidense The Washington Post para revelar la comprometedora información en julio de 2013, luego de elaborar un plan meticuloso y de decidir que valía la pena sacrificar todo lo que tenía por responder a la llamada de su conciencia. Así, dejó “una vida cómoda”, según sus palabras, que incluía a su novia y un sueldo de US$ 200 mil, y dio todo por una causa: que el mundo se enterara de que Estados Unidos y otros gobiernos estaban espiando en secreto, y que eso está mal.
Perseguido por Estados Unidos, comenzó a esconderse sin dejar de
revelar datos en cuentagotas. Su último paradero confirmado fue Hong Kong. Se cree que ahora está en algún lugar de Rusia y ha pedido asilo a 21 países. Según
dijo a The Guardian, no se arrepiente: “No tengo intenciones de ocultar quién soy porque no he hecho nada malo”.
Pero Snowden no siempre fue esta suerte de mártir en vida. Nacido en Elizabeth City, Carolina del Norte, se crió junto a su hermana y sus dos padres (él, un oficial de la Guardia Costera; ella, una funcionaria del juzgado de Baltimore). Hasta que sus padres se divorciaron, era un niño normal, donde lo más llamativo era que practicara kung fu y que estuviera enfermo cinco meses, por lo que debió faltar ese tiempo al liceo. Tras la separación, dejó los estudios (nunca se graduó de bachillerato en computación) y se mudó a Maryland, cerca de Washington DC.
Se enlistó como soldado al comenzar la guerra contra Irak porque sintió que era su “obligación como ser humano”, pero se quebró ambas piernas durante un entrenamiento y lo dieron de baja. Fue entonces que se acercó a la Inteligencia. Primero, ingresó a la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) como guardia de seguridad y luego a la CIA como seguridad informática. Pero tanto la guerra como la Inteligencia lo desilusionaron. Por eso, quiso
ser parte del cambio.