AFP

El peor momento de Biden que arrastra también a Europa

El presidente de EEUU vive horas bajas producto de sus malas políticas, con las que ha dañado también la imagen de los líderes europeos. A Boris Johnson y Mario Draghi, podrían seguirle otros

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22 de julio de 2022 a las 05:04

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Joe Biden encadena un revés atrás de otro. A sus magros índices de aprobación –que esta semana han tocado su punto más bajo, 37,5%, en tanto que sus negativos superan el 57%, según el agregado de encuestas de FiveThirtyEight– se le sumó ayer que dio positivo por Covid 19.

Según ha reportado la prensa estadounidense, el presidente estaría experimentando síntomas moderados del virus pandémico.

Los que no parecen nada moderados son los síntomas del virus de la mala gestión: Biden no logra controlar la inflación, ni dar solución al creciente problema migratorio, ni busca una salida negociada a la guerra en Ucrania. Esta es la razón de esos números tan raquíticos, los más bajos desde Harry Truman, hace más seis décadas. Hasta Jimmy Carter, a fines de los menguantes años setenta, tenía mejores números que Biden a esta altura de su gestión.

A escasos noventa y pocos días de las elecciones de medio término, estas son pésimas noticias para los demócratas, que buscaban aumentar su mayoría en la Cámara de Representantes y romper la paridad 50-50 en el Senado.

Pero es que los estadounidenses han atado cabos. Y ahora a la desaprobación por el manejo de la economía y el descontrol de la inflación, se suma el rechazo a las políticas de Biden en Ucrania. Una encuesta de la CNN revela por primera vez esta semana que una mayoría de estadounidenses, 52%, se opone a su estrategia de prolongar el conflicto enviando armas a Kiev; mientras que solo el 46% la apoya.

De modo que ya no es solo los europeos, cuya fatiga con la prolongación del conflicto en Ucrania lo registrábamos en estas páginas desde el mes de mayo. Al parecer, a los estadounidenses tampoco les hace ninguna gracia que mientras en su país los precios no paran de subir y el costo de vida se hace cada vez oneroso, los señores del Beltway estén aprobando 70 mil millones de dólares para un rearme de Ucrania cuyos detalles aparecen, cuando menos, como bastante poco claros; y sus resultados, menos claros aun.

A propósito de la Unión Europea, sus líderes han embarcado al continente a instancias de Washington en una guerra económica contra Rusia –amén de la guerra proxy que libran en Ucrania– que ha sumido a sus países en una crisis energética. Esto, junto a la inflación y al alto costo de vida que también aqueja a sus países por la misma razón, los lleva a velocidad de vértigo camino de una recesión.

Parece mentira. La postura de los más atlantistas pro Washington, como el Reino Unido, Polonia y los países bálticos, ha prevalecido con creces sobre aquellos que antes de la invasión rusa promovían la llamada “autonomía estratégica” y la defensa de los valores europeos, que paradójicamente son los más poderosos: Alemania, Francia e Italia.   

Estos no pudieron resistir a la presión de Washington y a este punto hemos llegado: con el mundo partido en dos. Pero ahora, al igual que Biden, los líderes europeos también están pagando un peaje no menor en términos de aprobación. Es muy probable que a Boris Johnson y a Mario Draghi, cuyo gobierno acaba finalmente de caer, los sigan otros si no corrigen a tiempo.

Es cierto que Johnson cayó víctima de los escándalos, y de haber arrastrado consigo el lastre de un asunto tan polarizante como el Brexit. Pero que nadie se llame engaño: si la inflación no estuviera ahora mismo golpeando a la puerta de los dos dígitos –la más alta del Reino Unido en 40 años– y los precios de los alimentos y el combustible no se hubieran duplicado, Johnson no hubiera caído. Y Draghi tampoco.

De modo que recordemos bien los nombres de quienes hoy gobiernan en Europa, porque es muy probable que de aquí a un año ninguno de ellos esté en el poder.

El error fundamental en las políticas de diseño neoconservador de Washington ante la invasión rusa, y seguidas prácticamente sin chistar por sus aliados de la OTAN, ya lo hemos reseñado en esta tribuna: subestimar la importancia de Rusia como engranaje clave de la economía global, y pensar que se la podía simplemente estrangular económicamente y aislar del mundo sin que el resto se viera afectado; como si Rusia fuera Venezuela, o Cuba.

Ahora, para tratar de capear la crisis sin dar el brazo a torcer, Washington termina yéndole a pedir favores al príncipe de Arabia Saudita y hasta al propio Nicolás Maduro. Cosas que denotan una total falta de liderazgo. El liderazgo se construye con políticas sensatas, y las de Washington no lo han sido.

Tal vez vaya siendo hora de recoger la cometa, de, tanto Washington como la Unión Europea, sincerarse con sus poblaciones, de asumir que no se puede ganar la guerra en Ucrania y que es momento de negociar la paz con Vladimir Putin. Una paz, como ha propuesto Henry Kissinger, tal vez haciendo algunas concesiones territoriales; pero que ponga fin de una vez y para siempre al conflicto que está desangrando a Ucrania y llevando a Occidente a la quiebra.

Una paz que deje, además, meridianamente claro que Rusia no puede correrse ni un centímetro de sus fronteras ni invadir ningún otro país, so pena de una conflagración total.

Es lo que hay. En geopolítica, la realidad a veces tiene estas formas de imponerse. Rusia es una gran potencia (conviene no olvidarlo de ahora en más); y a veces no hay más remedio que asumir los atropellos que cometen las potencias, como el mundo los ha encajado en otras ocasiones, no pocas, de parte de EEUU. O como diría Tucídides, en la reflexión más antigua que conoce del realismo en las relaciones internacionales: “Las grandes potencias hacen lo que quieren, y los países más débiles sufren lo que deben”.

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