Boda en el Comcar

El Observador 30 años > ANÉCDOTAS DE LA REDACCIÓN

El premio inesperado, el auto "robado", el viaje fugaz a Miami y la entrevista en el ascensor

Los trabajadores que pasaron por El Observador recordaron escenas memorables de estas tres décadas: coberturas, bromas, y olvidos
Tiempo de lectura: -'
24 de octubre de 2021 a las 05:00

Al cumplirse el primer año de El Observador, en 1992, el diario realizó la promoción “Medio siglo de historia uruguaya”. A los lectores se les entregaba una tarjeta que tenía una cuadrícula con años que iban de 1942 a 1990. Diariamente se publicarían seis noticias ocurridas en esos años. 

Medio siglo de historia y un premio inesperado

La tarjeta que tuviera cuatro fechas de las seis ganaría un premio de dinero en efectivo

Una empresa extranjera era la encargada de la promoción y programaba todos los días las noticias de manera que resultaba ganadora una, o dos tarjetas a lo sumo, por día. Un vez, por un error en una de las fechas, la redacción de la calle Ituzaingó se vio desbordada por una cantidad inusual de personas que habían acertado la combinación de fechas. Hubo final feliz para quienes acertaron y no tanto para la empresa, que se hizo cargo de cumplir y pagarles el premio a todos los que habían ganado.

Omar Ramos
Archivo 1991 a 2011

La piscina desde la que se podía espiar a la selección

En noviembre de 2009, mientras la selección de Uruguay preparaba el plan para enfrentar a la de Costa Rica en el repechaje que lo llevaría como última opción al mundial de Sudáfrica, los periodistas uruguayos que viajamos a cubrir ese partido agotamos los recursos para observar de alguna forma los entrenamientos. La selección se instaló los días previos en Guatemala y entrenó en el Complejo de la Federación Nacional de Fútbol. Siempre a puertas cerradas. Óscar Tabárez no quería miradas indiscretas mientras resolvía si en ese primer partido ponía a Nicolás Lodeiro o al Japo Rodríguez.

Se montó un operativo de seguridad alrededor del complejo con militares portando rifles que daban miedo. Uno de los periodistas encontró que había un muro en construcción por el que se podía ver, subido a un débil andamio construido con tablas que estaban tiradas en la vereda. Al día siguiente, los funcionarios de seguridad amontonaron chapas, lonas, carteles de publicidad en desuso y taparon el hueco. Desprolijo, pero efectivo. 

Óscar Washington Tabárez

Hubo que buscar otra opción para mirar y tratar de conseguir la información. Entonces descubrimos una piscina pública en una calle paralela adonde se ubicaban las canchas de entrenamiento. Sentados en la tribuna, lo que menos hacíamos era contemplar a los nadadores. Nuestra mirada pasaba por encima de la pileta y se dirigía varios metros más adelante, donde entrenaban los jugadores uruguayos. Estaban lejos, pero por los movimientos o determinados gestos, se podían reconocer.

Ese día, tres periodistas uruguayos que no lograron ingresar a la piscina, amenazaron al guardia y delataron a los que sí habíamos podido entrar.

Así que hasta la tribuna llegaron varios guardias para invitarnos a retirarnos. No sirvió para tratar de pasar inadvertido que entablara una conversación amistosa con una familia que acompañaba a su pequeño hijo mientras daba sus primeras brazadas.

Tuvimos que marcharnos, pero a esa altura el Maestro ya había resuelto que jugaba Lodeiro

Uruguay ganó aquel repechaje y luego logró el cuarto puesto en la Copa del Mundo de 2010.

Juan José Díaz
Periodista de Referí desde 2006

El casamiento en una cárcel

Cubrir un casamiento en una cárcel fue quizá uno de los hechos que más me marcó en mi paso por el diario. Fue una cobertura de fin de semana. El fotógrafo Nicolás Garrido tenía la idea de retratar el hecho y a mí me tocó acompañarlo para ser testigo de la celebración.

Nunca había entrado a una cárcel, y más que miedo tenía curiosidad de conocer la realidad que se vive allí adentro. El módulo tres en ese momento era otro. Iglesias, salones, libre circulación, módulos casi nuevos. Todo estaba preparado para nuestra visita y para la recepción del casamiento. 

Boda en el Comcar

No preguntes por qué delito están”, fue la premisa que me dieron. De todas formas, toda una tarde allí adentro conociendo las historias de varios internos y de los guardias que los seguían atentamente, me desviaron de esa pregunta. Entre otras cosas, conocí el poder que tiene la fe en las personas y cómo los internos se aferraban a eso para seguir día a día allí dentro.

Nunca imaginé que un casamiento en el Comcar se iba a sentir tan igual a cualquier otro en libertad.

Paula Scorza
Periodista y editora - 2008 a 2021

 

El fanatismo por Sudáfrica 2010, menos para el Roma

Recuerdo mucho el partido de Uruguay-Ghana del mundial 2010. Estábamos casi todos en el hall de entrada al diario, como cada partido. Menos el Roma (Claudio Romanoff), que se quedaba escribiendo porque no le interesaba en lo más mínimo. Nos miraba como si fuéramos dementes. 

Cuando Uruguay finalmente ganó ese partido imposible, me di vuelta para gritar y festejar y lo vi a Paquito (Pablo Solari), arrodillado, llorando con los brazos hacia arriba, gritando “Uruguay nomá”. Nunca olvidé esa imagen.

Paula Scorza
 

Un periodista que casi le roba el puesto al Muñeco Gallardo

En los premios Fútbolx100 del año 2011 entrevisté a Ricardo Alarcón, presidente de Nacional en ese momento, quien había sido distinguido en la encuesta como el mejor dirigente del fútbol uruguayo del campeonato anterior (2010). 

Le pregunté quién iba a ser el próximo entrenador y me dijo: “¿Querés ser vos el técnico?”. Atónito, le contesté: “Se me va a dificultar”. Eso despertó las risas de Alarcón y dijo que lo iban a definir muy pronto. 

Terminaron eligiendo al Muñeco Gallardo.

Juan Pablo de Marco
Periodista de 2011 a 2013 y actual editor de Cromo 

El benjamín más gastado y el viaje a Miami por un día

Comencé a trabajar en el diario como pasante de la sección Economía y Empresas en el año 1994, en el edificio de la calle Ituzaingó. Luego formé parte del staff de las “Páginas de Marketing” (previo a Café & Negocios). Estuve dos años y medio en redacción y otros dos años más en el departamento de Marketing del diario. En su momento era el más joven de redacción y por tanto me ligaba los rezongos de Armando Sartorotti y López Matteo.

Cuando una nota me quedaba medio larga y en armado me pedían que la cortara, sin que se dieran cuenta le bajaba medio punto al tamaño de la tipografía y la nota entraba entera. Ahí Silvana Nicola se encargaba también de maltratarme.

Estando en el departamento de Marketing trabajamos de sol a sol y tendría mil anécdotas para contar. 

Recuerdo una vez que entré a la oficina de Roberto Paullier a consultarle algo. Él estaba hablando por teléfono con una agencia de publicidad. Me pregunta: “¿Tenés pasaporte?”. Le dije que sí, y me dice: “Bien, te vas pasado mañana a Miami a cubrir el lanzamiento de una impresora HP”. 

Fue muy loco, fui a Miami, pasé solo una noche y regresé a Montevideo. Otros tiempos.

Adrián Meneses
Marketing - 1994 a 1998

Nostalgias de una redacción vibrante (y dos ministros en el ascensor)

La redacción de El Observador en 1993 era un lugar donde, con el solo hecho de entrar, se podía percibir las ansias por crear un medio de calidad y que, en varios aspectos, estaba a la vanguardia del periodismo nacional. En las recordadas sesiones matinales donde se revisaban los diarios del día y se planificaba la jornada, se celebraba con sobriedad los logros y se sufría con intensidad si se había perdido una primicia.

En la vieja sede frente a la plaza Matriz se mezclaban periodistas ya consagrados junto con jóvenes promesas y se debatía con apasionamiento sobre los temas que calentaban la agenda del momento, tales como las candidaturas para la elección del año próximo, la política de retraso del dólar y la guerra entre los partidarios de Luis Cubilla y Paco Casal.

Eran debates animados por figuras como el recordado Nacho Gabriel, que intentaba con poco éxito transmitirnos su sabiduría a los más jóvenes. Muchas veces, de esas charlas surgían los datos que alimentaban la muy comentada columna Rincón y Misiones.

Entre las discusiones, sobraba el espacio para el humor, una categoría en la que se destacaba el secretario de redacción, Álvaro Amoretti, que se lucía con su imitación perfecta del Toto da Silveira.

Era un tiempo de inflexiones en el que una forma de hacer periodismo quedaba atrás pero todavía no se había definido cuál sería la evolución.

La novedad tecnológica del momento era la introducción del sistema Quark, que permitía el armado gráfico de cada página por parte del editor. Un cambio que se realizó no sin cierta resistencia por parte de quienes se habían formado en viejas redacciones todavía con máquinas de escribir y un diseño artesanal y que se veían (nos veíamos) intimidados por una tecnología que para nuestros prejuicios era demasiado estandarizadora.

Si un periodista debía viajar a una cobertura en el exterior, todavía debía depender de una máquina de escribir portátil para usar en el hotel y luego se echaba mano al viejo fax. Mi primera misión internacional fue ese año a Asunción de Paraguay, donde se reunían los presidentes del Mercosur.

El editor de la sección economía, Oscar Vilas, me había encomendado la cobertura de los temas que tenían en vilo al ámbito empresarial uruguayo en aquel momento, tales como el arancel externo común y si habría algún tipo de coordinación de tipo cambiario con Argentina y Brasil.

No era tan fácil tener acceso a los protagonistas de esas definiciones: las reuniones eran a puerta cerrada y los periodistas solo podían aspirar a las respuestas “de casete” en las conferencias de prensa o a pescar datos en los pasillos.

Estaba algo frustrado por las dificultades cuando mi gran oportunidad apareció de manera casual: el empleado del hotel donde se reunían los presidentes no conocía a Domingo Cavallo ni a Fernando Henrique Cardoso, por entonces ministros de Economía de Argentina y Brasil, respectivamente. Estaban llegando tarde a la reunión y, como no tenían una credencial colgada del cuello, el obstinado funcionario no los dejaba entrar. Al ver la situación, intercedí y le expliqué al empleado que se trataba de dos ministros. Y, de paso, aproveché la situación para colarme en el ascensor con los dos pesos pesados de la reunión. No me correspondía, pero ambos lo admitieron como agradecimiento por mi “gestión”.

En los segundos que duró el viaje en ascensor, le pregunté al brasileño sobre una propuesta para aplicar al Mercosur el sistema europeo de coordinación cambiaria, sobre el cual me dio un pantallazo. Lo suficiente como para hacer la crónica que terminó salvando mi cobertura y volver con la calma del deber cumplido —no sin antes sufrir por el defectuoso servicio de fax que amenazaba con no llegar a la transmisión antes de la hora de cierre.

A la vuelta, Vilas me recibió con un elogio por la cobertura, pero mucho más festejado fue el relato de cómo había conseguido la información gracias al empleado testarudo del hotel y a la “colada” en el ascensor ministerial.

Fernando Gutiérrez - Periodista (en El Observador desde 1993)

Recorrida por los bancos y hacer turno para usar la computadora

Yo estaba en la sección de Economía y Finanzas y tenía que ir a todos los bancos y cambios a presentarlo y tratar que nos dieran la información diaria para publicar, cosa que costó porque nadie nos conocía. Con el tiempo lo que empezó costando y siendo algo de ir a recogerla todos los días, terminó siendo por teléfono y luego por fax. ¡Sin internet ni Google! ¡Qué horror! Igual tenía su encanto. 

Otro recuerdo es que trabajábamos con computadoras Machintosh de Apple y como no había para todos teníamos que hacer turnos para redactar nuestros artículos.

La salida del número 0 fue muy movida y emotiva y nos quedamos todos trabajando todo el día y parte de la noche subiendo y bajando las escaleras de la casona de la calle Ituzaingó.

Francis Poli - Periodista 1991

 

El auto nuevo del jefe y el auto "robado"

Cuando me compré mi primer auto (un Fiat Uno negro) llegué al diario y tres fotógrafos creo que Álvaro Ferrari, Gabriel García y otro que no recuerdo, me preguntaron compartiendo mi entusiasmo si podían ir a verlo. Les dije dónde estaba estacionado y les di la llave para que fueran a verlo. No entendieron la indicación, pensaron que era una broma.

Buscaron otro Fiat negro en la vuelta, encontraron uno, se subieron lo arrancaron y para devolver la supuesta broma lo estacionaron a dos cuadras. Volvieron al diario con cara de bandidos y me retaron a que "lo encontrara". Salí con los tres y les mostré el auto. Habían "robado" otro Fiat.

Lo interesante es que la anécdota, sin nombres, fue a parar a Rincón y Misiones. Llamó el gerente de Sevel y me invitó a que fuera a probar la llave en los 135 autos que tenían armados en la planta de Paso Carrasco porque decía que lo que había pasado era imposible.

Armando Sartorotti - Editor de Fotografía (1991 a 1995, 2002 a 2005 y 2007 a 2018)

La renuncia del jerarca luego del Rincón y Misiones

Durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle Herrera me tocó ir a cubrir una firma de un convenio a la sede del MEC. En la mesa de presentación estaban el ministro de Educación de ese momento, Guillermo García Costa y su sub-secretario. En el momento de firmar, el número dos de la cartera abre el documento y dice frente a todos los periodistas presentes, "nunca se dónde se firman estas cosas" a lo que el ministro le responde "Permítame, (toma el documento) lo que usted no sabe es que yo además de ser abogado soy también escribano, esto se firma acá y acá" y el vice responde "si fuera por mí desaparecería de la faz de la Tierra la profesión de escribano".

Salí de la sala y escribí textualmente lo dicho. Volví al diario se lo presenté al secretario de Redacción, Carlos López Matteo. "¿Estás seguro que es textual?", me preguntó. Sí, le respondí. Salió en la sección Rincón y Misiones. Al día siguiente la Asociación de Escribanos publicó a página entera en todos los diarios una carta de repudio en la que hacía una historia de la profesión y la importancia de ésta en el orden social. 

Un día después el viceministro renunció. Jamás negó lo dicho ni cuestionó nuestra versión.

Armando Sartorotti

Gerardo Molina, la historia de un bluff y una entrevista surrealista

Era 22 de diciembre de 2016. En esas fechas es difícil conseguir noticias deportivas, más allá de los mil rumores sobre mercado de pases, de los que se suelen confirmar pocos. Pero había una noticia que venía picando hacía tiempo y que en El Observador no terminaba de cerrarnos. Un empresario, de nombre Gerardo Molina, ofertaba US$ 68 millones por el fútbol uruguayo a través de su empresa, Euromericas Sports Marketing. La oferta era demasiado ruidosa como para ignorarla, a tal punto que Molina había conseguido reunirse con el Ejecutivo de la AUF y con la Secretaría de Deportes, y Tenfield había dicho que si esa oferta era cierta negociaba al instante su rescisión.

Molina estaba siempre dispuesto a hablar: contestaba a toda hora y la mayoría de las veces era él quien iniciaba el contacto, algo poco común para un empresario que maneja una oferta millonaria. Para terminar de cerrar el cuadro sospechoso, el principal interés de sus conversaciones no era la oferta, sino promocionar su libro sobre marketing deportivo.

Su historia tenía gruesos puntos sin explicar: qué empresas de broadcasting serían sus socios o, básicamente, cualquier detalle un poco más profundo de la estructura de su oferta. Todas sus respuestas derivaban enseguida a sus nociones sobre marketing deportivo. Pero era simpático, hablaba bien y, además, en un escenario de enfrentamiento del Ejecutivo de la AUF con Tenfield, había muchos interesados en que la oferta fuera real.

En el diario hablamos de no subirnos a la ola mediática que había creado Molina, y ser cautos, porque había demasiadas señales de que podía ser un bluff.

Un bluff jugado al límite, claro, porque hay que tener mucho pulso para armar ese teatro y mantenerlo en reuniones con las más altas esferas del fútbol y el gobierno. 

Pero la realidad, porfiada, empezó a mandar señales de que efectivamente la historia de Molina era un bluff. Llegó la primera fecha de la verdad, el día que tenía que presentar su oferta de US$ 68 millones, y faltó a la AUF sin aviso. Sus respuestas sobre la oferta fueron cada vez más evasivas, pero, al mismo tiempo, insistía mucho en que en El Observador publicáramos una nota sobre su libro. En ese escenario, Tania de Tomas, productora de El Observador TV, me avisó el miércoles 21 de diciembre que había conseguido para el día siguiente traer a Molina al estudio para una entrevista en el programa de Jaime Clara. Me ofrecí a acompañar a Jaime. Era una oportunidad ideal de aprovechar el formato de TV en vivo para tratar de sacarle a Molina las respuestas que evitaba.  

Gerardo Molina

Lo que siguió fue una de las entrevistas más surrealistas que me tocó realizar. Molina fue un carnaval de contradicciones: dijo que su oferta original solo era una carta de intención para empezar a negociar, que sus asesores no fueron a la AUF a presentar la oferta por “problemas de agenda” (después supimos que nunca existieron). Dijo que Fox no era su socio, cuando dos semanas antes sí lo era —mientras en la empresa decían que no lo conocían—. Pero lo mejor fue la explicación de por qué, el fin de semana en que debía dar más detalles de su oferta, no le había contestado el teléfono al entonces neutral de la AUF (hoy presidente) Ignacio Alonso. Dijo que había apagado el teléfono entre el viernes y el domingo, algo muy fácil de desmentir porque desde ese mismo teléfono me había mandado mensajes el domingo, exigiendo que publicáramos una nota sobre su bendito libro. 

“¿Ustedes me quieren manejar los horarios? Es otra pregunta incorrecta, he hablado por temas que a ustedes les parecen triviales. Es mi estilo. No soy solo empresario, tengo muchas facetas”, me dijo en el cénit de su molestia.

Tras la entrevista subió su tono, y me dijo que lo mío no era profesional, ni leal, y que la realidad me iba a terminar demostrando que él tenía razón, que su oferta era seria y que yo quedaría muy mal parado. Mi celular explotaba a esa altura, con mensajes de decenas de colegas, conocidos, lectores, fuentes, que se habían prendido a ver la entrevista. 

Menos de una semana después, Molína se desvaneció. Dejó dos hoteles sin pagar, una socia a la que engañó y a la que le hizo pagarle US$ 3.500, y a mucha gente enojada. El bluff estaba completo.

Ignacio Chans - Subeditor jefe (en El Observador desde 2004)

"Si hago un llamado más, mi mujer me echa de casa"

En el invierno de 2018 estábamos investigando el Aufgate y creamos un grupo de WhatsApp para compartir información y discutir aspectos de la investigación que venía a todo vapor porque había una fuente importante (un empresario vinculado con la trama) que quería aportar su testimonio. Cerca de las 22 esa fuente pidió que alguien del diario lo llamara de inmediato. El editor que era el nexo con esa fuente, pidió que alguien que no fuera él lo contactara. "Si hago un llamado más, mi mujer me echa de casa", dijo.

Joaquín Silva - Periodista (2017 a 2021)

Farsantes en la tumba de Saúl Feldman 

El caso de Saúl Feldman y su arsenal fue de los más recordados en las coberturas periodísticas de esa época, tanto por los lectores como por los cronistas y los fotógrafos que lo vivieron. Un incendio, armas, y que el hombre era tupamaro, que no, que era narco o terrorista. De todo se dijo desde aquel 1º de noviembre de 2009, en que Feldman fue abatido por la Policía. Y pocos días después, surgió un nuevo misterio: el que dio origen a esta anécdota.

En la tarde del miércoles 11 de noviembre, llegó a la redacción de El Observador el dato de que los restos de Feldman habían sido sepultados hacía pocas horas en el Cementerio Israelita de La Paz. Se resolvió que había que tener una foto de su tumba y también un artículo.

Entonces, salimos hacia La Paz junto con el fotógrafo Nicolás Garrido. Ninguno de los dos había entrado antes a ese cementerio y lo único que sabíamos era que tenía sectores diferentes. Una  pregunta recurrente durante el viaje fue cómo íbamos a hacer para encontrar el lugar preciso y la otra, más importante aún, era de qué manera sacar fotos sin ser descubiertos. Sabíamos que había un pedido expreso de familiares a los funcionarios para que no otorgaran información alguna y que existiera absoluta reserva sobre dónde estaba ubicada la tumba de Feldman.

Al llegar concluimos que la única manera era hacernos pasar por familiares y contar con la buena disposición de quien nos atendiera. Así, con la mejor cara de compungidos que pudimos simular, nos acercamos a un funcionario y le dijimos con voz sentida que queríamos despedir a un familiar, pero que no sabíamos en qué parte del cementerio estaba.

Y llegó la pregunta clave: “¿Cómo se llama?”, espetó el cuidador. Nos miramos de reojo y todavía con más sentimiento, buscando su complicidad, y en la voz más baja que pudimos, dijimos: “Saúl Feldman”. No había nadie en varios kilómetros a la redonda, pero nuestras voces apenas se oyeron. Sabíamos que esa era nuestra única chance.

Apenas oyó el nombre, el funcionario empezó a mover enérgicamente la cabeza mientras repetía que no, que no era posible. Incluso hizo algún movimiento para no dejarnos avanzar.

Farsantes en la tumba

Sin hablarnos, pero sabiendo que teníamos que insistir, le explicamos que habíamos llegado recién del exterior, luego de dejar pasar unos días para llegar a Uruguay y que la situación en torno a nuestro familiar se calmara un poco, porque sabíamos el revuelo que se había armado alrededor de su muerte. Le contamos lo importante que era para nosotros poder darle un último adiós. Le prometimos absoluta reserva y agradecimiento eterno.

Después de varios minutos de intercambio, el cuidador accedió a llevarnos hasta la zona donde se encontraban las fosas recientes. Nicolás llevaba un buzo amplio y la cámara colgada debajo. Yo tenía una mochila con algunos accesorios que él podía necesitar. Cuando llegamos hasta la tumba, en la que se notaba la tierra removida y recientemente apisonada, pensamos que lo habíamos logrado, pero se sumó un inconveniente: el hombre se quedó a un costado, esperándonos. Entonces, como último favor, le pedimos que nos dejara unos minutos solos, que no nos iba a llevar mucho tiempo y que luego de eso nos íbamos del cementerio y nunca más volveríamos. Ya resignado, se alejó sacudiendo la cabeza.

Quien conoce a Nicolás Garrido sabe que no es un fotógrafo que se conforme con la primera imagen. Fiel a su estilo, empezó a moverse para todos lados buscando el mejor ángulo, mientras yo le rogaba que se apurara. Cada clic en el obturador de la máquina me sonaba como un estruendo en esa tarde de mucho silencio en el cementerio de La Paz.

Pareció que pasaban horas, hasta que por fin terminó y salimos caminando despacio, con la cabeza gacha. A lo lejos estaba el funcionario. Lo saludamos y le agradecimos a la distancia. No nos podíamos deschavar en el final. La foto de la tumba de Feldman se publicó en El Observador en la edición del 12 de noviembre de 2009.

Maximiliano Montautti - Editor digital (en El Observador desde 2009)

La puerta abierta y la reconstrucción ideal del gabinete

Para los periodistas, las esperas (muchas veces largas) de las reuniones o cónclaves de autoridades de gobierno suelen ser tiempo muerto. Calcular la hora de finalización es imposible y no queda otra que hacer guardia si queremos hablar mano a mano con algún jerarca. Pero siempre hay excepciones a la regla y esta vez fue con resultado ideal para mi cobertura para la sección de Economía.

Durante el gobierno de José Mujica (2010-2015) se creó el Gabinete Productivo, un símil del Consejo de Ministros donde los ministerios que estaban abocados a la producción discutían y analizaban medidas para apuntalar a distintos sectores industriales. En el encuentro participaban los ministros de Industria, Ganadería, Economía, Trabajo, y el director de OPP, entre otros jerarcas. 

Un empresario que esperaba por los anuncios del gobierno me avisó que el cónclave estaba previsto para la hora 14 en el piso 9 de Ancap. Más o menos media hora más tarde estaba en la sala de espera contigua a la reunión. Cuando llegué encontré extraño que no había colegas pero di por descontado que llegarían en el correr de los minutos. La puerta del lugar de encuentro de los ministros estaba semiabierta y la sala contigua de espera estaba vacía y sin ningún asesor, secretario o funcionario. Me senté en un sillón –el más próximo a la puerta–, saqué mi libreta y lapicera y comencé a tomar apuntes. Las voces de la sala se escuchaban a la perfección. ¡Bingo! Pasaban y pasaban los minutos y seguía jugando en solitario.

Hubo algún que otro chisporroteo o diferencias dentro del Gabinete Productivo en cómo aplicar las medidas de apoyo para sectores que tenían problemas de competitividad. A eso de la hora 16 el encuentro llegó a su fin. Antes de que salieran los jerarcas me alejé de la puerta para disimular un poco la cercanía con la sala de la reunión. “¡Estabas acá!”, me dijo uno de los ministros que salió de la sala algo sorprendido. “Llegué hace unos minutos”, respondí. “Mirá que esta era una reunión de trabajo, no vamos a hacer declaraciones”, me largó mientras se retiraba presuroso para evitar cualquier pregunta. En realidad, a esa altura del partido no tuve que preocuparme mucho por reconstruir la reunión. Ya tenía todo en la libreta. 

El olvido de los pasajes de avión cuando no había celular

Un día, a muy poco tiempo de haber ingresado a El Observador Económico, el director, Ricardo Peirano, me encomendó enviar un texto vía fax a Toni, asesor de España. Dio por descontado que no tenía que aclararme más. 

Pero ¿qué sucedió? Había dos Toni (Cases y Piqué). Yo había supuesto que era para el segundo de ellos, al que yo ya conocía porque había viajado a Uruguay e incluso en esos días había oficiado de secretaria en algunas tareas. 

Cuando llegó Peirano de tarde, le mencioné las tareas que había hecho, entre ellas el envío del fax. Él se quedó callado y luego me dijo: “Anita, era para Toni Cases”. Pedí disculpas. No fue un momento fácil ni mucho menos. A partir de entonces siempre ambos nombramos a los Toni con nombre y apellido. 

Otra anécdota es de cuando ya estábamos en la sede de Cuareim y Guatemala. Peirano se iba de viaje a Barcelona. Recuerdo que preparé con sumo cuidado todo el material que debía llevar. Teníamos una lista base y cotejé que estuviera todo. Lo vinieron a buscar, tomó su maletín y partió. Había pasado más de media hora cuando entré a su escritorio y, para mi sorpresa, veo que el sobre de la agencia con los pasajes estaba allí. Primera vez en años que pasaba algo semejante. No había celulares. Los choferes estaban en notas. Pedí un taxi y le dije al señor “Rumbo al aeropuerto, con urgencia”. Allí salimos, pero había un atasco en una parte de avenida Italia. El taximetrista se desvió y en determinado momento debió prender la bocina porque era mucho el tránsito. Llegamos a tiempo y el director aún no se había percatado de la falta de los pasajes. 

Ana María Lema
Exsecretaria del director- 1993 a 2013

Un lío por la bandera de Nacional

Soy manya de alma y muy bromista. Creo que por eso me acusaron de robar la bandera de Nacional a un bolso que trabajaba conmigo. Después se vio en las cámaras que yo entraba al lugar donde estaba la bandera pero salía sin nada: me habían ganado de mano. 

El responsable la mandó a su casa por Fedex. Pocas veces vi a alguien tan furioso como al bolsilludo víctima del “robo”.

Verónica Rauschert
Recursos Humanos 1998 a 2005

 

Escribir una nota temblando por el shock de la noticia

Llamé a una de las fuentes que siempre acostumbraba consultar para el tipo de nota en la que estaba trabajando. Cuando me atendieron, escuché una voz diferente. Me equivoqué de número, pensé. Pero no. Pregunté por él y me contaron que había muerto el día anterior, noticia que me dejó tan desconcertada que prácticamente me quedé sin palabras. 

Cuando corté se lo conté al editor, quien quedó igual de sorprendido y afligido; era una de esas fuentes que aunque estuviera de vacaciones siempre estaba dispuesta a aportar información o dar su opinión. Y era el referente indiscutido en su área. Que falleciera era una noticia muy triste y, como toda noticia, había que darla

Y así fue. De una llamada a una fuente que sería clave para el avance de mi nota, pasé a escribir –con las manos aún temblorosas– su obituario.

María Inés Fiordelmondo
Periodista 2016 - 2020

*Este artículo forma parte de la edición especial 30 años de El Observador.

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...