Cuando las circunstancias exigen, mi comportamiento puede ser asimétrico. Pero siempre sigue una lógica interna. Puedo perder fácil la calma en situaciones como: si voy a un restaurante y la lechuga del chivito está marchita, o las papas fritas empapadas en aceite (el mundo actual es tan raro, que resulta cada vez más difícil poder comer unas destacables papas fritas). O si los cinco panchos que pedí llegan a la mesa tibios. No obstante, en situaciones cuando surge una crisis privada o colectiva, suelo ser el último en perder la calma. Tal vez tenga alma de samurái, con anti harakiri incluido.
Esta nota es exclusiva para suscriptores.
Accedé ahora y sin límites a toda la información.
¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí
Inicio de sesión
¿Todavía no tenés cuenta? Registrate ahora.
Para continuar con tu compra,
es necesario loguearse.
o iniciá sesión con tu cuenta de:
Disfrutá El Observador. Accedé a noticias desde cualquier dispositivo y recibí titulares por e-mail según los intereses que elijas.
Crear Cuenta
¿Ya tenés una cuenta? Iniciá sesión.
Gracias por registrarte.
Nombre
Contenido exclusivo de
Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.
Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá