Inés Guimaraens

El Uruguay ante espíritus de pasado, presente y futuro

El país es lo que es por lo que ha pasado, y será lo que será por lo que haga hoy; lo que pasó deja lecciones; la actualidad es adaptable, y lo que se viene no está escrito, pero se está escribiendo

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07 de noviembre de 2020 a las 05:03

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El Uruguay zigzaguea en tres dimensiones: una del pasado que no logra soltarse porque hay cuestiones irresueltas; otra del presente, vinculada a un cambio de ciclo político; y otra sobre el futuro posible, que de alguna manera está vinculada a las dos anteriores, porque Uruguay es lo que es por lo que ha pasado, y será lo que será por lo que haga hoy.

El país parece aquel personaje de Dickens, Ebenezer Scrooge, que es visitado por tres espíritus, que le recuerdan el Pasado, le muestran el Presente que no está viendo, y le reflejan el Futuro que puede esperarle si no cambia sus actitudes, si no reacciona ante ese sacudón.

El del pasado le permitirá a Scrooge entender por qué vive como vive y por qué es como es.

El del presente lo sacará del encierro personal para que vea ese “algo más” que hay alrededor de cada uno.

El del futuro le expondrá las consecuencias de sus actos y sus omisiones; lo parará frente a un espejo que no es una foto definitiva sino una proyección probable; una imagen que puede modificar.

¿Qué muestra al Uruguay el “espíritu del presente”?

La actualidad es dura por el efecto coronavirus, pero también por arrastre de problemas no resueltos, con caída de inversión y empleo desde hace años y deterioro de la economía familiar en 2018 y 2019, agravado este año.

En los próximos días se renuevan intendencia, juntas y municipios, lo que completa el ciclo de recambio político, estirado por la pandemia.

Igual que en 2005 no hubo un proceso refundacional con la llegada de la izquierda al gobierno, tampoco en este 2020 hay un quiebre y eso es un punto a favor del Uruguay, porque la alternancia política en el poder mantiene un hilo de continuidad.

Eso se dio incluso cuando se recuperó la democracia y fue necesario reconocer como normas vigentes, aquellas dictadas inconstitucionalmente por un órgano artificial.

En marzo de 1985 se votó la Ley Nº 15.738 que declaró “con valor y fuerza de ley los actos legislativos dictados por el Consejo de Estado, desde el 19 de diciembre de 1973 hasta el 14 de febrero de 1985”, pero a los que se identificó con una denominación especial, “Decretos-Leyes”, pero respetando “su numeración y fechas originales”.

Eso es responsabilidad en serio.

En 2005, el Frente Amplio puso su impronta programática, pero mantuvo lineamientos de política económica en general y convalidó lo recibido, sin pretender una “proceso constituyente” que “refundara” el país como en otros casos sudamericanos.

Ahora, Lacalle Pou y su gobierno multicolor han aprovechado la institucionalidad del Ministerio de Desarrollo Social y de un sistema de salud con amplia cobertura, por ejemplo. Hay reformas, pero no se derriba lo anterior.

En el presente, al Frente Amplio le cuesta encontrar el justo término de su rol opositor, porque es un escenario nuevo: supo ser firme opositor antes de llegar al gobierno; debió acomodarse a una nueva realidad cuando asumió el desafío de conducir el país, pero ahora es una experiencia distinta: hacer oposición luego de haber sido gobierno. El debate presente está enredado. La gente no repara en si el mercado agroalimentario debe estar presidido por el MGAP o por la IMM; no le importa demasiado si el plan de viviendas para pobres está en el MVOT o en la OPP, quiere que haya casas, que esas familias dejen de vivir en condiciones indignas. La opinión pública respalda mayoritariamente a la actuación policial aun cuando no haya resultados de combate al delito como muchos podían esperar. Los cruces políticos no prenden a nivel masivo, sino que se limitan a un clima de entorno.

El presente está entreverado, mientras la coalición de gobierno articula correctamente y vota sus leyes.

¿Qué hay del espejo del pretérito?

Hay un reflejo de fatiga, porque pese al tiempo transcurrido siguen los juicios, sigue sin saberse el destino final de uruguayos, y hay una persistencia de versiones chuecas que reniegan de hechos, lo que alimenta rencores. Asoma una acción positiva en el Ejército y el Ministerio de Defensa, que puede ser un paso fundamental para abordar el tema, y que las nuevas generaciones posteriores no deban cargar responsabilidades ajenas, y se les reconozca un compromiso democrático, que a su vez, sea franco y contundente de su parte. Pero el “suéltame pasado” no es responsabilidad de una parte, sino de todos. En lo económico, el pasado muestra un país que cuando hizo reformas profundas logró avances, y cuando apeló a fórmulas voluntaristas se empantanó.

Ese “espíritu” del pretérito refleja una sociedad que no avanza en línea, sino que da unos pasos para adelante y otros para atrás, y por eso termina jugando siempre en Segunda División.

¿Y qué hay del espíritu del futuro? Muestra dos caras: un letargo gris para el camino de los timoratos, y un mapa alentador pero con riesgos y oportunidades para el caso de asumir coraje en la apuesta a la integración al mundo, a la inteligencia y al esfuerzo.

Con riesgo, porque no siempre se consigue lo que se propone; pero con oportunidades de progresar en serio.

La comisión sobre reforma previsional es uno de los escenarios donde eso está en juego, y no el único.

Así transcurre el Uruguay en ese serpentear de tres dimensiones, y su suerte dependerá de cómo aprenda de las lecciones del pasado y, a su vez, levante anclas de lo que ya fue, pero sobre todo de lo que haga ahora, para tener un mejor futuro. El pasado muestra por qué somos como somos, un país políticamente estable y con una economía mediocre.

El presente real debe mostrar al sistema político que hay vida por encima del micro clima de comités y clubes y por fuera de las redes sociales. Los futuros posibles muestran lo que hay al final de cada camino, y el futuro depende de qué camino se elija y cómo se asuma el recorrido.

Al final de cuentas, el pasado fue, el presente es adaptable y el futuro no está escrito, pero se está escribiendo.

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