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Gabriela Wiener: "En España todavía me tocan la cabeza y me dicen qué bien hablas. Les sorprende que de esta cara de huaco pueda salir algo más o menos articulado"

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29 de diciembre de 2021 a las 05:59

Las hebras con que la periodista, escritora y activista peruana Gabriela Wiener une las historias de su último libro han tejido un patchwork, tan rabioso como bello, de todas las luchas, obsesiones literarias, vitales, afectivas, amorosas, sexuales y raciales que marcan su vida y su obra.

Gabriela Wiener
Sofía Alvarez Capuñay
Gabriela Wiener (Lima, 1975)

Titulado "Huaco retrato" -como las figuras prehispánicas de cerámica que representaban los rostros indígenas de la forma más realista posible-, es uno de los textos más destacados de 2021, un exitazo de reseñas y ventas que pronto será traducido al inglés, italiano, portugués y francés.

Una podría decir que la novela, y la autora insiste en que es un trabajo de ficción, tiene tres pilares: la muerte de un padre, una crisis amorosa en una relación poliamorosa, y la historia de un tatarabuelo huaquero, que saquea miles de piezas arqueológicas de Perú y las lleva a Francia, y que incluye en su botín a un niño indígena comprado a una madre indigente para ser exhibido en la Exposición Universal de París.

Pero esos relatos, que ocurren en distintos tiempos y territorios y están basados en personajes y eventos de la vida real, están atravesados por una motivación crítica que lo quiere descolonizar todo: la Historia, el poder, la política, la familia, el amor, el cuerpo, el lenguaje, la propia colonización, y hasta la literatura.

Y lo hace con una pluma que es generosa en tonos y registros, que no se cansa de explorar y gritar la fealdad y la hermosura del mundo.

Wiener habla de "Huaco retrato" con pasión.

"Creo que quizás el libro está teniendo interés, porque aunque parece mía, es en realidad una historia colectiva", dice en entrevista con BBC Mundo desde Madrid, la ciudad donde vive hace más de una década.

Una historia sobre las consecuencias de lo colonial en nuestro presente, una historia en la que todos podemos vernos en los rostros de los huacos como en un espejo de la memoria.


Empecemos por el primer epígrafe del libro, que es una frase bastante brutal atribuida a Charles Wiener, tu presunto tatarabuelo. "La imbecilidad artificial del cuerpo estaba unida en los peruanos a la imbecilidad fáctica del alma"… ¿Por qué la eliges? ¿Y qué te pasa cuando descubres ese desprecio en un personaje que ha sido admirado en tu familia?

Yo quería abrir el libro con ese epígrafe porque quería que el lector se enfrentara desde el primer momento a la contradicción que yo sentí entre la veneración de este antepasado familiar -por su dimensión ilustrada, su origen europeo y las huellas que había dejado en el mundo intelectual de los historiadores peruanos- y lo que a mí me chocaba o me hería profundamente, como la proliferación de frases como esa.

Creo que muy poca gente en mi familia había entrado de manera crítica a leer su obra o a analizar su figura y a contextualizarla en ese momento de ribetes altamente coloniales que fue el fin del siglo XIX, con todo su auge de racismo científico.

Gabriela Wiener
Sofía Alvarez Capuñay
Wiener es una de las periodistas y escritoras más destacadas de su generación.

Para mí fue muy importante investigar su contexto.

A mí no me servían el típico relativismo de que él respondía a la mirada eurocéntrica de la época ni las lecturas que lo consideraban progresista o que decían que no era de los peores, porque no quería el exterminio total, sino más bien estaba en la línea del "civilizador", como se ve por ejemplo en la relación con el niño indígena, al que tiene la esperanza de "reeducar".

Y no quería tratarlo con condescendencia porque me parecía que esa mirada suya, la del salvador blanco, estaba muy vigente y era una con la que yo me tenía que enfrentar diariamente como migrante de una ex colonia española.

Por eso yo no quería irme a su pasado, sino que más bien quise traerlo a él al presente.

"Los museos son algo muy bonito, levantados sobre cosas muy feas", dice otra frase al comienzo del libro, cuando la protagonista va a ver las piezas que Charles llevó a París. ¿Tú eres de las que cree que los museos con colecciones como las del Museo Británico deberían devolverlas a sus países de origen?

Sí, sin duda, y pienso que algunos museos están haciendo esfuerzos por autocuestionarse sus historias y hasta existen ciertos gestos. En algunos hay espacios vacíos, por ejemplo, donde se explica que esa pieza ha regresado a su lugar de origen.

Creo que es un tema que refleja la manera en que ciertos países encaran su pasado colonial y miran y asumen la memoria histórica de sus propios conflictos.

En el caso de España, desde luego no ha podido hacerlo ni con los crímenes del franquismo. Qué les vamos a pedir sobre 500 años atrás o sobre sus museos de América o de Antropología, sus estatuas de Colón en las plazas más importantes, o su Fiesta Nacional, que es nada menos que el día en que se sella el inicio de la colonización, el 12 de octubre.

Tú aquí te encuentras todo el rato símbolos que siguen glorificando un pasado colonial o esclavista, y políticos que lo siguen defendiendo de manera imperial.

Entonces, claro que lo de sentido común sería que las piezas volvieran, pero idealmente a museos zonales, en sus propias comunidades.

Aunque pienso que incluso la repatriación es insuficiente, porque se da en una relación entre Estados, que sigue desvirtuando la manera en que eso fue saqueado.

Precisamente Charles es un huaquero, un hombre que busca tesoros ocultos en las guacas sagradas y los saquea…

El saqueo arqueológico es un tema importante en el libro.

Me interesa porque a pesar de que siempre ha sido visto como una acción de ladrones y delincuentes de bajos recursos, que penetran en estas zonas patrimoniales y roban, la verdad es que lo hacen y pueden subsistir porque existe un mercado internacional y grandes coleccionistas, a los que curiosamente sí se les llama coleccionistas y no huaqueros.

Huaco retrato
Getty Images
Wiener describe los huaco retratos como los carnet de identidad de la era precolombina.

Luego, más arriba están gentes del nivel de Charles, que son "investigadores científicos", y por encima de todos ellos están los gobiernos y los Estados que todavía refuerzan esa manera su supremacía. Y para eso necesitan mostrar un museo lleno de tesoros robados.

Es un tema enorme que yo también convierto en metáforas, en símbolo de otras muchas cosas.

¿Cómo cuáles?

En el libro hay varias imágenes que surgen a partir de la figura del huaco, empezando por la de la protagonista, que se siente tan huaco como huaquera, porque también viene del colono, del europeo, del blanco.

Es la historia de muchísimas personas en nuestros continentes que son producto de ese choque, cuyo componente de violencia siempre se quiere esconder, es algo de lo que no se espera discutir, porque lo que ha colado, el relato que ha triunfado durante siglos ha sido el de un mestizaje en que una cultura potente, iluminada, culta e ilustrada, va y ofrece cultura, arte, lengua, evangelización, etc. a la otra, que básicamente es una página en blanco.

A eso le llamo yo etnocidio, lo llamo borrado.

Y el huaquear, que es saquear o expoliar -si hablamos del extractivismo económico que vemos todos los días-, también es simbólico.

En la época de Charles, esas figuras y esculturas se llegaron a extraer por un afán simplemente acumulativo, por mostrar poder -en este caso del Estado francés. Ni siquiera importaba rodearlas de una referencia científica, histórica o estudiarlas bien.

A mí me atraía en particular que Charles hace lo que hace con un sesgo acientífico. Y reúne una cantidad impresionante de huacos. Muchos se los regalaron, otros los compró por poco dinero o se los prestaron coleccionistas y él se olvidó a propósito de hacer la referencia, no acreditó, se atribuyó hallazgos.

Gran parte de esos huacos están hoy almacenados en sótanos oscuros. Y en París, yo fui a mirarme en ellos, porque la protagonista no está segura -y por eso inicié esa investigación-, de descender realmente de ese personaje del que ha oído toda su vida y del que lleva un apellido.

Que es otra cosa que nos pasa a muchísimos latinoamericanos.

Yo realmente vengo de un antepasado presunto, de un hombre que vino, embarazó a una mujer y se fue, se borró y dejó todo atrás.

Entonces, esos huacos sin referencia, y esos hijos paridos de ese choque civilizatorio y violento, somos los que vamos por el mundo con una especie de identidad dudosa, bastarda, que la protagonista de alguna manera, en su proceso de liberarse, de descolonizar, realmente llega a vivirlo con orgullo, se reapropia de eso, de lo dudoso, de todo lo que antes era estigma, incluso de lo cholo, para encontrar su lugar en el mundo.

¿Y qué le pasa con su parte blanca, cómo vive esa relación?

Desde luego lo blanco no lo vive en ningún momento como una reconciliación, sino como un conflicto abierto.

Con ella misma y con el sistema de la blanquitud en general.

Es súper importante decir que ella en su proceso de descolonización habla todo el rato de un racismo internalizado, de cómo Wiener fue durante mucho tiempo un escudo para firmar sus textos y sus libros, porque hay tal hostilidad en el mundo con la cara de huaco que de alguna manera el apellido blanco y europeo le daba un pase para acceder a cierto lugar de seguridad.

Entonces, efectivamente es una relación de conflicto. La protagonista quiere cuestionar a Charles, quiere pelearse con él, pero tampoco están todo el tiempo en un ring de box.

Portada de Huaco Retrato
Editorial Random
"Huaco retrato" pronto será traducido a varios idiomas.

Ella quiere hacer su propio relato de sí misma, en el que sí puede sentir cierta empatía con Wiener, en tanto ambos son migrantes, él judío, ella en España, y comparten cierto grado de exclusión social. O sea, hay paralelismos que los acercan y yo elijo con qué me emparento y en qué otros planos todavía estamos en guerra y en resistencia.

También es un gran narrador…

Sí, y ella prefiere construir su parentesco con Charles justamente a partir del tipo de narrador que él era, un tipo que exageraba sus hazañas, que escribía en primera persona y se ponía siempre como protagonista.

Para mí es un poco un juego con la autora que he sido, la periodista Gonzo, la exhibicionista a la que siempre llamaban kamikaze, el tipo de viajera, la escritora del cuerpo, de la intimidad, de la sexualidad, que la academia periodística no quería y a la literaria tampoco le encajaba.

Entonces ahí, en esta cosa nuevamente acientífica, la novela juega un poco con los géneros, se burla, o más bien trasgrede la autoficción, la literatura del duelo, la de la memoria familiar.

Entra con un pie en uno, lo saca y entra al otro.

Eso es central para mí, que la forma del libro está tratando de expresar todo el rato su fondo, que es una crítica descolonial. Y que persigue también en la forma cuestionar las formas y el lenguaje literario.

El libro hila varios relatos. ¿Cuándo y cómo empiezas a unirlos?

Yo creo que las conexiones empiezan a ocurrir cuando comienzo a entender qué peso tenía el tema del racismo en la manera en que la protagonista vive sus relaciones afectivas y de pareja, cómo se siente deseada y amada o no deseada o no amada, aunque lo sea.

El espacio emocional está marcado por desigualdades raciales y desde luego por historias coloniales que todas tenemos dentro de los armarios.

Esa es otra metáfora ¿no? Las momias familiares también había que sacarlas.

Hay ahí un trabajo que yo considero que puede ser un huaqueo al revés.

Porque al desempolvar las toneladas de arena que ocultan, por ejemplo, la vida de la tatarabuela, María Rodríguez, lo que intento hacer es escribir otra historia, una historia con minúscula, otro relato que demuela la gran momia familiar, que es el tatarabuelo patriarca.

Y aunque no era mi pretensión contar la historia de María, sí quería que apareciera así, que estuviera la pregunta por ella. Y por Juan, el niño indígena.

Al escribir sobre ellos, y ante la falta de respuestas, aparece una vez más ese espacio vacío, como el de la vitrina del museo, que de alguna manera es todo lo contrario al saqueo.

Es una devolución, como esas devoluciones arqueológicas de las que hablábamos al comienzo.

Volvamos al deseo, a ese afán por descolonizarlo…

El deseo es un tema que yo siempre he trabajado, y que considero muy serio.

Gabriela Wiener
Sofìa Alvarez Capiñay

Creo que con este libro he dado el paso de intentar hablar de él asociándolo al racismo porque, como decía, todo lo que ocurre en nuestras camas está atravesado por la desigualdad de clase y la desigualdad racial.

En mi obra "Qué locura enamorarme yo de ti", yo ya había desmontado de alguna manera mi prédica poliamorosa, y hablaba de cómo mi teoría se había estrellado con la práctica.

Pero en "Huaco Retrato", gracias a que la protagonista se empapa de lo descolonial, también se libera de alguna manera de esas prerrogativas de lo poliamoroso, porque quizás pertenecen a un espectro de saberes mucho más analíticos o racionales, que tienen muy poco que ver con su propia cultura.

Al final hay que tener en cuenta que todos entramos a nuestra relaciones, poliamorosas o no poliamorosas, con una mochila de cosas y la mochila del otro no es exactamente la tuya. Y puede traer heridas muy fuertes relacionadas, por ejemplo, con el racismo.

Pienso que así como hemos analizado la violencia sexual con la que llegamos a la pareja, es hora de mirar la violencia racista que hemos recibido.

La descolonización también se da en el lenguaje y el libro incluye un poema que, entre otras cosas, versa sobre el castellano y los migrantes.

Creo que "Panchilandia", que es el nombre del poema, quiere recoger esas microagresiones que no son tan micro en realidad, sino que son sutilezas del racismo, en especial en las lenguas, en nuestros castellanos, que es algo a lo que una emigrante sudaca se enfrenta no más llegar a España.

Yo misma en mi primer libro hice muchas concesiones y cedí.

De alguna manera, siempre hay un intento desde el poder, sobre todo un poder blanco, por borrar, y a través de estos años 500 años ha habido gran exterminio cultural y de lenguas.

Mira que en el Perú, todavía se esconde el quechua cuando migras, porque eso va a implicar más discriminación para ti y para tus descendientes.

Mi compañero, Jaime, contó en un artículo que su abuelita no le hablaba nunca en quechua, aunque él le pidiera. Y así fue perdiendo completamente esa lengua que podría ser una lengua familiar, la lengua madre, ¿no?

Eso ocurre por la colonialidad que todavía existe en nuestros países, donde aún las derechas intentan imponer un español único. Lo vemos todo el tiempo.

Una especie de racismo lingüístico…

Colección de huaco retratos
Getty Images
Muchos huaco retratos están basados en personas reales.

A mí interesaba hablar de cómo es esa cotidianidad en la que somos corregidas, editadas. Siempre hay un trato como de infantilización o de menor de edad al que tienes que decirle cómo es el verdadero español y cómo se tiene que hablar.

Incluso aún hay más sutilezas. Todavía me tocan en la cabeza y me dicen qué bien hablas. Hay como una sorpresa, una admiración de que de esta cara de huaco pueda salir algo más o menos articulado.

Desde luego, el libro es también una denuncia de esta mirada.

Yo llevo diciendo hace mucho que en el Perú la colonización es el tema central de nuestro autoanálisis, y no hay persona -o incluso como país- que no se eche en un diván para hablar de lo marcadas que estamos con el racismo, cómo todavía marca nuestras vidas, la forma en que nos miramos al espejo.

En cambio los españoles se lavaron las manos con este cuentazo de que fueron a civilizar. No ven violencia y no se echan jamás en sus divanes para hablar de nosotros.

Ni siquiera se preguntan por qué son latinoamericanas las mujeres que cuidan a sus hijos y a sus padres y madres viejos. No es algo que relacionen con ese pasado. Y eso que tienen muchos más frentes abiertos, porque allí en las fronteras siguen dejando morir a la gente que viene de África, donde también han tenido injerencia colonial.

Entonces yo quería hablar de esta relación perversa, en particular con las sudacas, con las latinoamericanas y de cómo aún existe esa condescendencia, ese paternalismo que hay en "Huaco Retrato", como si Latinoamérica todavía fuera parte del virreinato y de la corona española.

O sea, la colonialidad está vivita y coleando.


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