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Ha llegado la era del déspota elegido

La gente quiere creer que, en un mundo injusto, un poderoso y carismático líder está de su lado

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25 de abril de 2019 a las 14:24

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Martin Wolf

Vivimos en la era de los carismáticos aspirantes a déspota electos. Sus políticas son las del miedo y de la rabia, y los líderes casi siempre son hombres. Se necesita cierto tipo de personalidad para ser un maestro de tales políticas. En las circunstancias correctas — es decir, en las incorrectas — tales líderes emergen naturalmente. Eso no es sorprendente después de una revolución violenta. Lo sorprendente es que tales líderes han estado emergiendo en democracias bien establecidas.

Actualmente vemos a "hombres fuertes" elegidos -reales y aspirantes- por doquier. Los principales ejemplos son Vladimir Putin en Rusia; Recep Tayyip Erdogan en Turquía; Narendra Modi en India; Nicolás Maduro en Venezuela; Rodrigo Duterte en Filipinas; Jair Bolsonaro en Brasil; Benjamin Netanyahu en Israel; Matteo Salvini en Italia; y Donald Trump en EEUU. Estos líderes difieren en grados de sofisticación. Los países en los que operan también difieren. Algunos están económicamente desarrollados, mientras que otros no lo están. Algunos han sido democracias desde hace tiempo; otros, de nuevo, no lo han sido.

Sin embargo, estos hombres son todos personajes de una historia poderosamente contada por el organismo independiente estadounidense Freedom House, el cual monitorea la democracia y los derechos humanos. El informe "Libertad en el mundo 2019", publicado en febrero, reportó un decimotercer año consecutivo de deterioro en la salud global de la democracia. Este deterioro ocurrió en todas las regiones del mundo, especialmente en las democracias que surgieron después de la Guerra Fría. Y, sobre todo, ocurrió en las democracias occidentales, con EEUU -el más influyente defensor de los valores democráticos-  liderando el camino.

¿Qué clase de hombre es tal líder? En "La República", la primera obra acerca de la filosofía política occidental, Platón (un antidemócrata) lo describe como un "protector". Con una multitud a sus espaldas, él no siente remordimiento alguno relacionado con sus promesas o con sus acciones. ¿Cuál, pregunta Platón, será su destino? "¿No debe él perecer a manos de sus enemigos o hacerse tirano y convertirse de hombre en lobo?".

Esta idea del supuesto protector como aspirante a déspota es reveladora. Pero un hombre así no se presenta como un protector de todos. Se presenta a sí mismo como un protector de la "gente real", en contra de los extranjeros, de las minorías y de las élites traidoras. Ésta es una afirmación moral, no política. Su política es también la de la paranoia. Si algo sale mal, necesariamente es culpa del "Estado profundo", o de algún otro enemigo de adentro o de afuera. El Prof. Jan-Werner Müller, de la Universidad de Princeton, describe a este tipo de político como un "populista" en su magnífico libro, "¿Qué es el populismo?".

Para tener éxito, un demagogo populista tiene que proyectar confianza en sí mismo como un hombre seleccionado por el destino. La auto-obsesión, e incluso la megalomanía, lo ayudan; bien puede que sean esenciales. En un persuasivo libro, "Disordered Minds" (Mentes desordenadas), el escritor irlandés Ian Hughes sugiere que tales hombres son narcisistas o psicópatas. A alguien que no sea un experto, ellos parecen dementes. ¿De qué otra manera puede uno venderse a sí mismo la idea de que "sólo yo soy la salvación de la gente"?

Si un líder como ése desea subvertir la democracia, lamentablemente, no es tan difícil hacerlo, como lo sostienen Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, de la Universidad de Harvard, en su libro "Cómo mueren las democracias". Primero, hay que capturar a los ‘árbitros’ (el poder judicial, las autoridades fiscales, las agencias de inteligencia y de aplicación de la ley). En segundo lugar, hay que dejar de lado o eliminar a los opositores políticos y, sobre todo, a los medios de comunicación. Tercero, hay que subvertir las reglas electorales. Apoyando a estos asaltos se encontrará una feroz insistencia en la ilegitimidad de la oposición y en la "falsedad" de la información que no se alinea con lo que el líder considera útil declarar.

Las personas desearán confiar en un líder como éste cuando desesperadamente deseen creer que, en un mundo injusto, alguien poderoso está de su lado. Eso es lo que sucede cuando flaquea la confianza en las instituciones y en las normas de una compleja democracia. Cuando la fe en la racional formulación de políticas desaparece, la figura carismática emerge como el líder más antiguo de todos: el jefe tribal. Cuando las cosas se vuelven tan elementales, la diferencia entre las democracias en desarrollo y las llamadas democracias avanzadas puede desaparecer. Es cierto que éstas últimas cuentan con instituciones y normas más sólidas, y con un electorado más educado. En circunstancias normales, eso pudiera ser suficiente para resistir. Algunos argumentan que seguirá siendo suficiente. Sin embargo, somos humanos. Los humanos adoran a los déspotas carismáticos; siempre lo han hecho.

En los países en desarrollo, la elección de aspirantes a autócratas con frecuencia les sigue a increíbles fracasos de los predecesores (como en Brasil), o a una profunda humillación nacional (como en Rusia), o a ambos.

Entonces, ¿cómo podemos entender la historia en EEUU, donde, como muestra un informe del fiscal especial Robert Mueller, el comportamiento del presidente, en épocas anteriores, hubiera sido inaceptable? ¿Por qué fue elegido el Trump? ¿Por qué siguen tantos confiando en él?

La respuesta tiene dos partes. Una se refiere a la fuerza del miedo y de la ira. Esto se debe en parte a los fracasos económicos que han venido sucediendo desde hace tiempo; en parte a la crisis financiera; y en parte a los cambios culturales. La otra parte de la respuesta es la disposición de segmentos de la élite de explotar tales emociones para lograr enormes recortes de impuestos y eliminar regulaciones. Yo he llamado a este enfoque "plutopopulismo". También puede considerarse como la estrategia de división racial utilizada por las antiguas élites del sur estadounidense, pero modernizada y aplicada a la nación en su totalidad.

EEUU representa el caso más importante, porque ha sido el principal defensor de la democracia liberal del mundo. Pero existen corrientes de sentimientos bastante similares en otros países de altos ingresos. El gobierno desinstitucionalizado por parte de electos hombres fuertes pudiera ser incluso peor que el gobierno institucionalizado por parte de un líder designado, como Xi Jinping de China. La política del miedo y de la ira se inclina hacia la tiranía. Las instituciones, por sí solas, no contendrán esta amenaza. Sólo una política basada, en parte, en la esperanza, puede hacerlo. Como lo indicó Abraham Lincoln, una república democrática solamente perdurará si es tocada por "los mejores ángeles de nuestra naturaleza".

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